CAPÍTULO 53

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《LUCKYAN LORAMENDI》

La guerra... la masacre que desató la caballería de Minsk duró pocos minutos, pero para mí pareció ser una eternidad antes de que aquello realmente acabara del todo.

No había ni un solo centímetro de aquella tierra que no estuviera cubierta de sangre y, peor todavía, de cuerpos que miraban al cielo con ojos que ya no veían. Tragué saliva, el dolor de mi garganta iba en aumento y era como tragar cristales rotos. Respiré hondo, pero el aire olía a podredumbre, el ardiente sol se había encargado de comenzar a descomponer los cuerpos demasiado rápido y las moscas zumbaban junto a mi oido.

Encontré mi espada en el suelo, ¿en qué momento la había perdido? La levanté con manos temblorosas, mi cuerpo y mi carne gritaron cuando la herida de mi costado, el de mi brazo y muchas otras más cobraron vida. Apreté los dientes, pero no fue suficiente para mitigar la tortura que era aquello.

Avancé a tropezones jalando tras de mí la espada que ya no podía levantar ahora, mis brazos estaban agotados y mantenerme en pie ya era un misión casi imposible y aterradora. No quería mirar los cuerpos, no quería ver aquellas caras llenas de dolor y súplica, tampoco quería estar ahí... Seguí caminando, tenía que encontrar a Raphael...

Los gritos llenaron el aire, me estremecí, al otro lado los soldados de Minsk transportaban a los heridos al campamento, pero todavía no habíamos encontrado a Raphael y era mi culpa por haberle pedido al rey William que mandara a su guardia, él estaba con ellos y se unió a la batalla y en algún momento lo había perdido de vista como a todos los demás.

Seguí a avanzando bajo el sol abrasador, pero él no estaba ahí y habían kilómetros y kilómetros de cuerpos inertes en aquel campo. No iba a encontarlo... me tragué las lágrimas, no iba a permitirme llorar o verme débil a pesar de que estaba destrozado por dentro.

La armadura dorada brilló, pero de alguna forma se veía apagada y había sido pisoteada por los caballos. Su capa azul era ahora solo un trapo sucio y enlodado detrás de él, el rey Arthur Maes de Kotka, estaba muerto junto a otro millar de soldados más. Cerré los ojos, ¿cómo diablos iba a afectar eso a las otras naciones?

Escuché el sonido de los cascos del caballo cuando se acercó, pero seguí caminando a pesar de todo.

—Príncipe Luckyan —la voz ronca del rey Viktore me llamó, detuvo su caballo junto a mí y entonces dejé de caminar—. Necesita regresar para que el médico cure sus heridas. Después de eso, viajaremos a Mariehamn para ver a su padre —dijo, pero algo de mí quería retrasar todavía más aquel encuentro, mi padre casi nos había masacrado, de no haber tenido apoyo uno de aquellos cuerpos sería el mío y el del rey Viktore.

Asentí despacio y volví a mirar los cuerpos, no había forma de encontrar a Raphael entre tantos de ellos, sin embargo, no podía solo dejarlo, pero no tenía más tiempo. Donde quiera que estuviera tenía que perdonarme.

Di media vuelta y el rey Viktore llamó a uno de sus guardias que trajo otro caballo, monté en él y volvimos al campamento rápidamente.

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Josephine me observó durante un par de segundos antes de correr hasta donde me encontraba, bajé del caballo con cuidado mientras ella se acercaba. Sus brazos rodearon mi cuerpo con fuerza, con tanta fuerza que fue doloroso y tierno en partes iguales.

—Luckyan... —susurró mi nombre entre lágrimas y yo la sostuve con cuidado entre mis brazos mientras temblaba, sus manos estaban fría cuando las puso sobre mis mejillas, sonrió, y siguió llorando.

EL PRÍNCIPE QUE SOÑÓ CON SER REY [LIBRO #2]Where stories live. Discover now