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Hermione Granger era una niña inteligente. Tal vez demasiado para su edad, su padre y los adultos a su alrededor se lo habían dicho mientras la regañaban, y no es que ser inteligente fuese algo malo, por el contrario, era maravilloso.

Pero esa inteligencia que poseía la niña la llevaba a cometer las más grandes locuras. Como la que estaba haciendo en ese momento, mientras corría hacía la librería bonita alejándose de su distraído papá que murmuraba algo sobre no querer ser profesor de nuevo y sobre tal vez no poder soportar nuevamente la arrogancia de un tal Potter.

Hermione no sabía quién era ese Potter, tampoco le importaba. Ella solo quería libros. Un libro nuevo para leer y aprender... ¡Tal vez uno que le ayudara a hacer magia!

Si había algo que la niña más deseaba en el mundo, eso era precisamente hacer magia como su padre, sus tíos y Dumbledore, él director de esa escuela en la que Severus trabajaría desde septiembre.

Los pasos de la niña se movieron, mientras corría entre la gente hasta llegar a la tienda de libros. Ella entró, silenciosa.

La dueña de la tienda, Elisa, hablaba con un hombre alto de un cabello castaño oscuro, de ropas raídas y viejas, y con cicatrices en la cara.

Una sensación extraña la inundó. Era cálida y acogedora, y olía bien.

Se sentía parecido a como cuando estaba con su papá, pero esta vez era diferente. El sentimiento de conexión era ligeramente más fuerte.

Me gusta, la pequeña Hermione pensó. Lo quería para ella. Para su papá. Para su familia.

Hermione quería estar cerca de ese hombre, algo en él la llamaba fuertemente.

La pequeña niña que crecía siendo influenciada por los Malfoy y por su padre, y que era mimada por ellos—a pesar de que Severus era estricto con ella y su educación—, había comenzado a pensar que todo lo que veía y le gustaba podía ser suyo.

Ella solo tenía que pedir una cosa para que su tío Lucius o su papá se lo compraran. Lucius, porque siempre había querido una hija —y desgraciadamente Narcissa ya no podía tener más hijos (o eso había escuchado Hermione)— y Severus, porque él no podía negarle nada a la niña tras él mismo haber crecido sin tener nada de lo que quería.

Por supuesto, la pequeña niña sabía que había limites en cuanto a las cosas que podía obtener. Las personas, por desgracia, eran uno de esos límites.

Hermione sabía y entendía que las personas, a diferencia de los elfos domésticos—que, por cierto, la niña creía que eran tan personas como ella misma—, no podían ser tratadas como objetos. Por lo que no podía obtenerlas, ni obligarlas a quedarse a su lado.

El amor no era obligación. Y no podías obligar a nadie a quererte.

Había algo llamado consentimiento, respeto por la otra persona y modales, que Hermione debía respetar.

Su padre se lo había dicho muchas veces mientras le enseñaba cosas: El consentimiento y el respeto son importantes para vivir; si una persona te quiere, esa persona te respetará y respetará tus límites. Si no lo hace, entonces esa persona no debe estar a tu lado.

Hermione todavía no comprendía bien aquellas palabras, pero sabía que significaban algo.

"Lo siento mucho, Remus." Elisa, la dueña de la librería, dijo. "Pero sabes que no puedo darte trabajo aquí. El mundo de los magos es complicado para los que tienen tu condición..."

La niña se acercó, silenciosamente a los adultos. Sus ojos fijos en el hombro alto y bonito.

"Por favor, Elisa." Él hombre, Remus, pidió. "Mantendré un perfil bajo, haré lo posible, yo..."

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⏰ Última actualización: Jun 06 ⏰

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Reflejos iridiscentes |Severitus|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora