La fiera esmeralda

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Autora: Cristela 

Perfil: Cristela-3

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Ágata se vio a sí misma frente al tocador, todavía con la piel magullada por los golpes que aquel hombre le había dejado como testimonio de su encuentro.

—Date prisa y maquíllate —dijo Michel, mientras se subía el cierre de su entallado vestido. Michel notó como Ágata miraba su reflejo con los ojos llenos de terror y tristeza. Suspiró—. Tienes que superarlo ya. Te tocarán clientes como ese en más de una ocasión. Anda, maquíllate.

Ágata tomó la primera brocha con la mano temblorosa y maquilló su cuerpo con suaves pinceladas, encubriendo cada cruel recuerdo. ¿

Cuando estuvo lista, salió a la calle para exhibir su hermoso vestido lila que se ajustaba sin pudor alguno a su cintura y permitía que sus pechos sobresalieran como si fueran dos colinas albinas que destellaban bajo las luces color neón de la noche.

Había cientos de locales luminosos en aquella calle, cuyas luces pertenecían principalmente a moteles y bares. El lugar perfecto para llamar la atención de cualquier lujurioso necesitado, Ágata se paró en su esquina. Mandó besos, sonrisas e insinuaciones a todos los que pasaron junto a ella. Balanceó las caderas y pestañeó varias veces, pero ninguno cedió.

«Si disminuyo la tarifa... Un cualquiera podría querer aprovecharla —pensó, mientras se abrazaba a sí misma, recordando su última experiencia».

—¿Tienes frío? —Un aliento alcoholizado la sacó de su ensueño y al levantar los ojos, Ágata sintió pena por el hombre ante ella.

Un hombre despeinado y con la cara inflamada por lo que prometía sería pronto un horrible hematoma. Ella no llegó a responderle, analizando lo que tenía delante, cuando éste, de repente, se quitó el saco y la cubrió con él, desconcertando a Ágata.

—Si tienes frío, abrígate bien —refunfuñó el hombre malhumorado, mientras se proponía emprender su camino, pero antes de que él se fuera, Ágata percibió el olor de la colonia que provenía de su saco y se apresuró a retenerlo, tomándolo por la muñeca. Él la miró desconcertado.

—Unas copas me ayudarán a entrar en calor —dijo Ágata.

—No pagaré por tu adicción —respondió el tipo con una irónica sonrisa.

—No te pido que me invites, te pido que te hagas responsable de tu propia amabilidad. —Ágata lo miró fijamente a los ojos, desafiándolo.

—Bien —concedió el hombre, sin apartar la mirada de la fiera esmeralda—. Unas copas serán, pero no recuerdo donde dejé mi auto, así que, caminamos.

«Unas copas gratis para pasar el rato es mejor que rebajar mi tarifa —pensó Ágata, yendo tras de él».

Llegaron a uno de los bares más costosos de la zona, lo cual sirvió para comprobar la teoría de Ágata, quien, ya sospechaba que el hombre desaliñado tenía más billetes del que su mal estado y cara inflamada aparentaban. Se sentaron en la barra y ordenaron. Él pidió un Gintonic sin titubear apenas llegaron y Ágata se decidió por un Daiquiri. El coctelero tomó sus pedidos y se apresuró a prepararlos, mientras que el hombre se apoyaba reposando malhumorado sobre la barra.

—Parece que tuviste una mala noche —comentó Ágata, intentando calmar la tensión del ambiente.

—Una perra noche. —Suspiró el hombre.

—Por cierto, no me has dicho tu nombre todavía. —Ágata cruzó la pierna frente a él, enmarcando una sonrisa y él la recorrió con la mirada, antes de voltearse para recibir su bebida.

Con todos lo sentidos. RelatosWhere stories live. Discover now