Capitulo 7

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Nos casamos unos meses más tarde. No lo recuerdo todo de aquel día; ya no sé qué comimos después de la corta ceremonia ni a qué conocidos decidimos invitar. Lo que sí recuerdo como si fuese ayer fue tu mirada mientras esperábamos aquel momento, el uno frente al otro, nerviosos y sonriéndonos como niños a punto de empezar una aventura trepidante. Yo me sentía así, lleno de energía, de felicidad y de amor. Tú parecías tener ganas de empezar a morderte las uñas allí mismo. Me tembló la mano mientras me colocabas el anillo, uno sencillo con nuestras iniciales grabadas dentro. Y cuando el cura dio por terminada la ceremonia decidiste que era un buen momento para besarme y escandalizar a mis hermanos y a mi padre, aunque, por suerte, ya no había marcha atrás. 

    «Eras mi marido». 

    Cuántas veces he saboreado esta frase y todavía sigo sonriendo por el regusto dulce que me deja en los labios, como cuando uno se traga una cucharada de miel caliente. 

    Similar a nuestra primera noche juntos. 

    Admito que me daba miedo. Nunca había hablado con mi madre sobre aquello ni tampoco con mis amigos. Temía no saber qué hacer y había oído que era doloroso. Pero cuando llegamos a casa, esa aún vacía a la que ya consideraba más mi hogar que al que acababa de dejar, tú me sonreíste e intentaste tranquilizarme. Me cogiste de las mejillas y me diste un beso suave en los labios, y luego otro, y otro más. 

    ― Prometo que intentaré no hacerte daño. 

    ― Quiero verte.― te pedí bajito y avergonzado. 

    Tu sonrisa se volvió más amplia mientras te quitabas la camisa y la dejabas caer al suelo. Después te acercaste y desabrochaste lentamente todos y cada uno de los pequeños botones blancos de la mía. Dejé de temblar cuando me diste la vuelta y te acercaste más y recosté la espalda en tu pecho mientras tus labios recorrían mi cuello y tus manos se perdían por mi estómago subiendo hasta mis pezones. Contuve el aliento. Nos habíamos acariciado antes, a escondidas, aprovechando cualquier ocasión, pero nunca como aquella vez, cuando sabíamos que teníamos toda la vida por delante para nosotros, empezando por esa primera noche y por los besos que ibas dejando sobre mi piel.

   ― Namjoon… ¿Cómo no iba a enamorarme de ti? 

    ― ¿Por qué?― me di la vuelta y te miré de frente. 

    ― Porque tenías el mundo a tus pies, pero aún no lo sabías. Y quería estar a tu lado cuando empezases a descubrirlo. 

    Te abracé. Nos mecimos en una canción de silencio mientras nos desnudábamos en la penumbra. Tu mejor traje acabó al lado del mío, a los pies de la cama. Me besaste por todas partes. Tus manos eran cálidas sobre mi piel fría. Sentir el peso de tu pecho junto al mío hizo que nuestro mundo, aquella pequeña habitación, empezase a girar muy rápido, cada vez más deprisa, más llena de respiraciones entrecortadas y susurros. Pero cuando tu cuerpo encajó con el mío… Jungkook, cuando encajamos por primera vez, sencillamente entendí que éramos dos estrellas perdidas en un firmamento inmenso que se habían encontrado por casualidad. 

    Te lo dije horas después, con nuestros cuerpos aún entrelazados. 

    ― Me gusta cómo suena eso.― me acariciaste la mejilla, luego frunciste el ceño y te levantaste ― Espera un momento.― saliste de la habitación y regresaste con algo en la mano y un cigarro encendido en la boca. 

    ― ¿Qué estás haciendo?― me reí, sujetándome la sábana por encima de mi cuerpo desnudo mientras tú te arrodillabas en la cama y mirabas la pared que había encima del sencillo cabecero forjado. Y entonces lo hiciste. Trazaste un punto oscuro sobre la superficie lisa. Abrí la boca, alucinado ― ¿Te has vuelto loco? ¡La pared es nueva! 

    ― Por eso. Es nuestra pared. Nuestra, Namjoon. Podemos hacer con ella lo que queramos. Y eso de las estrellas me ha dado una idea. Deberíamos recordar cada momento. 

    ― Existen los álbumes de fotografías.

    ― Pero esto será solo para nosotros. Un punto por cada instante importante. Una estrella, una marca que solo tú y yo sepamos descifrar. Será el álbum de nuestras vidas. 

    Sonreí con la vista clavada en ese punto solitario; el día de nuestra boda, la primera vez que hicimos el amor, tus labios cubriendo los míos unos segundos después, cuando volvimos a caer en la cama y nuestros cuerpos se encontraron entre jadeos y besos eternos.

El chico que pintaba constelaciones Where stories live. Discover now