Tres años después

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Me resulta extraño estar otra vez aquí. Las mismas casas, las mismas calles; la misma gente, pero ahora alegre, sin esa tristeza que fruncía sus ceños y apagaba sus ojos. Los mismos árboles, el mismo cielo nocturno tan diferente del que estoy acostumbrado a ver en casa. El mismo cementerio, los mismos muros que se alzan a unos metros por delante de nosotros. Desde que me fui del pueblo he vuelto una vez al año, siempre en las mismas fechas, pero esta es la primera vez que no lo hago solo.

—Esto me da muy mal rollo. —dice junto a mí—. ¿No podíamos haber venido de día?

Esbozo una sonrisa al recordar la primera vez que yo visité este lugar, hace lo que parece una vida entera. En ese momento estaba aterrorizado, aunque no quisiera admitirlo. Me giro hacia él y lo rodeo con los brazos.

—Ven aquí, anda. No pasa nada, ¿vale? En su día, me pasé un verano viniendo aquí todas las noches. No hay ningún peligro, créeme.

Él pone los ojos en blanco.

—A ver, que ya sé que los fantasmas no existen y todo eso. Solo digo que podíamos haber venido de día.

Me alegro de tener la cara enterrada en su hombro para que no vea mi expresión. Si él supiera...

—Tenía que ser de noche. —digo simplemente.

Continuamos caminando hasta el muro y le doy las flores para que me las sujete. Después, tal como hice tantas veces durante ese verano, tomo impulso para subirme. Mis músculos han perdido práctica, pero consigo encaramarme sin hacer el ridículo.

—Igual te cuesta un poquito subir, por ser la primera vez y todo eso. —le aviso al ver que hace

ademán de imitarme.

Pero, entonces, se impulsa casi sin esfuerzo y se queda sentado a mi lado.

—No ha sido para tanto. —replica, y decido no contarle jamás lo que me costó a mí la primera

vez. Y las siguientes.

Bajamos al interior del cementerio y echo a caminar hasta la tumba. Por supuesto, recuerdo a la perfección el lugar donde se encuentra y puedo orientarme sin problemas a la luz de la luna.

Cuando llegamos, él se queda a un par de metros por detrás de mí y yo me arrodillo frente a la lápida. Acaricio la piedra y no puedo evitar sonreír al ver las flores; no deben de tener más de dos o tres días. Puede que esté muerto, pero me alegra ver que su recuerdo todavía sigue muy vivo en el pueblo.

—No te han olvidado, Jisung. —susurro—. Y yo tampoco lo he hecho.

Cierro los ojos y, de pronto, siento una brisa que me revuelve el pelo, casi como una caricia.

Por un instante, me parece oír su voz. Y sé qué es lo que me preguntaría si estuviera aquí en este momento.

—Este es Felix. —le explico, y trago saliva antes de pronunciar las siguientes palabras—. Es mi... Bueno, es mi novio. Sí, lo sé, yo tampoco me lo creo todavía. Pero quería que lo conocieras. Hacemos diez meses la semana que viene. —Hago una pausa mientras escucho la voz de la brisa, y me doy cuenta de que tengo lágrimas en los ojos—. En realidad, te lo debo a ti, ¿sabes? Tú me enseñaste que la vida es muy corta para aferrarte a alguien que no te quiere, y tal vez por eso fui capaz de reconocer a quien sí me quería de verdad cuando llegó el momento.

Me quedo así durante un largo rato. Felix permanece paciente detrás de mí, dándome el espacio y el tiempo que necesito. Cuando por fin me levanto, se acerca y me rodea con los brazos. La brisa sopla a nuestro alrededor, y es como si Felix no fuera el único que me está abrazando.

—Hyunjin, ¿estás bien? —me pregunta cuando nos separamos, y yo asiento con la cabeza—. Estás llorando.

Me llevo la mano a la mejilla y compruebo que es cierto: una lágrima solitaria se ha deslizado

por ella sin que me dé cuenta.

—No te preocupes.

—Bueno, vale. ¿Te importa si me acerco?

—No, claro. Adelante.

Lo observo mientras se arrodilla frente a la lápida y, al igual que he hecho yo, pasa los dedos por la piedra. De pronto, se queda paralizado.

—Oye, Hyunjin.

—Dime.

—¿Estás seguro de que esta es la lápida correcta?

—Sí, claro.

—Mira, ven. —Me acerco y me arrodillo junto a él, todavía sin comprender a qué se refiere—.

Aquí pone que murió en 1999. Ni siquiera habíamos nacido.

Cierro los ojos un instante, deseando que me trague la tierra. No había pensado en ese pequeño detalle.

—Bueno... ¿Recuerdas cuando antes has dicho que los fantasmas no existen?

Él asiente con la cabeza, con el ceño fruncido.

—Eh... Sí, claro.

—Pues... —Trago saliva—. En realidad, tengo algo que contarte.

Entonces, abro la mochila y saco el álbum de fotos que me dejó Jisung bajo la tarima de la habitación. Son fotos de toda su vida, desde su nacimiento hasta la adolescencia. La última que hay es de apenas unos meses antes de que lo mataran. Después, en las últimas páginas, yo pegué las fotos que nos habíamos hecho con mi móvil. Aunque escaneé todas las páginas y las guardé en el móvil, en el portátil y en la nube para asegurarme de no perderlas jamás, hoy quería traer el álbum aquí.

Le tiendo el álbum a Felix y lo observo mientras pasa las páginas con lentitud, esperando su reacción cuando vea que las fotos de ese chico de los ochenta y los noventa dan paso a unas pocas fotos del mismo chico conmigo, en la actualidad. Por suerte, sé que podría contarle cualquier cosa. Y también sé que Jisung estará a mi alrededor para apoyarme y darme fuerzas, abrazándome con esa brisa que sopla desde el otro lado.

¿Qué hay al otro lado? (HYUNSUNG)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora