Capítulo 24: Addot

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Abrí mi yogurt y le di un sorbo mientras miraba atentamente los carteles que decían "se busca empleado". Había aprovechado que Miriam se iba a quedar con Adrián durante la mañana y que también Gabriel no estaba en casa ya que había ido a la escuela. Yo también iba a ir, pero preferí mejor quedarme por hoy para poder buscar empleo sin que él me regañara. Cuando lo encontrase se lo diría, peor por ahora prefería estar tranquila.

Seguí mirando cada cartel, pero ninguno me apetecía. Todos eran para tiendas o restaurantes. Con las náuseas que tenía no era preferible estar en un lugar lleno de comida, además, no era buena hablando con la gente que no conocía.

Suspiré y di media vuelta, tal vez Gabriel tenía razón. No debía buscar trabajo en estos momentos.

Iba a avanzar cuando una señora, que iba en bicicleta y repleta de telas encima de canasta, chocó conmigo.

Ambas caímos al suelo al instante.

Yo caí sentada, pero ella sufrió la peor parte ya que estaba montada en la bicicleta, sin decir que las telas cayeron encima de ella.

—Perdón —dijo ella y se levantó de inmediato— perdón, perdón... no me di cuenta que estabas ahí... ¿te has hecho daño?

—No —me quejé y cerré los ojos al sentir dolor en mi mano, había caído sobre ella... y mi yogurt.

Me puse de pie y limpia mi ropa, aunque la parte trasera estaba repleta de yogurt. Ahora iría así hasta mi casa.

—Te has manchado —dijo ella tapándose la boca con las manos— ha sido mi culpa...

—No ha pasado nada —la tranquilicé— usted iba bien, yo no miré... quien venía. Y ¿se ha hecho daño usted?

—Me lo harán si no termino luego el pedido —se inclinó hacia su bici y la puso de pie. Comenzó a poner todas las telas nuevamente en la canasta, era una suerte el que estuvieran dentro de un plástico o sino realmente este habría sido un terrible encuentro.

Le terminé de ayudar a echar todo. También me sentía mal por ella ya que yo era la que no había mirado quien venía. Debía de estar más atenta de ahora en adelante, estos accidentes ya no los podía tener.

—¿Me podrías hacer un favor? —me dijo ella al ya estar montada en su bici.

Yo dudé. Aceptar cosas de extraños ya no era una opción para mí, pero viendo que yo también había causado este percance no pude negarme.

—Claro —respondí.

***

La acompañé hasta una gran tienda de telas. Me dijo que este era su lugar de trabajo y que ella era la encargada de buscar y repartir las telas defectuosas. Era un trabajo agotador, pero me decía que pagaban bien.

—¿Qué edad tienes? —Me preguntó mientras estacionaba su bici dentro de la tienda— no te ves muy grande como para no estar en la escuela, aunque hoy en día... —hizo una mueca.

—Tengo dieciocho —respondí— hoy no he ido a la escuela por un motivo familiar —y no mentía.

—Qué joven —me sonrió— yo ya estoy casi en los cuarenta, pero tengo espíritu joven.

No me habría imaginado su edad si ella no me lo decía. Una mujer así no me la imaginaba trabajando montada en una bicicleta.

Me dijo que la siguiera y le ayudara a llevar las telas hacia el segundo piso. Ahí se las mostraría a su jefe.

Entramos, a la que tal vez era la oficina del jefe, y dejamos todo encima de una mesa enorme.

—Muchas gracias... ¡oh, cierto! —exclamó y comenzó a buscar entre lo que habíamos dejado encima. Sacó una bolsa y me la pasó— esto es un chaleco multiuso, puedes usarlo para no estar con la mancha de yogurt hasta tu casa.

Única opción ©Where stories live. Discover now