Capítulo 22

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Jake

Camino por el pasillo, llamando a mi madre. Mi voz suena apagada, casi como un eco distante. No hay respuesta. El silencio en la casa es ensordecedor, un vacío que me oprime el pecho. Mis pasos se vuelven más apresurados, el miedo creciendo en mi interior con cada segundo que pasa.

Al llegar a su habitación, la puerta está entreabierta, una fina línea de luz se escapa por la rendija. Empujo la puerta lentamente, y allí está ella. Mi madre. Su cuerpo está inerte en la cama, sus ojos cerrados, como si estuviera durmiendo. Pero sé que no es así. Algo en la quietud de la escena me lo dice, algo en la frialdad de la habitación.

Me acerco, el corazón latiendo con fuerza, y al ver el frasco de pastillas vacío sobre la mesita de noche, todo se vuelve real, demasiado real. La verdad me golpea como un martillo, y de repente no puedo respirar, no puedo pensar. Solo puedo sentir el dolor, profundo y desgarrador, que me consume por completo.

—¡Mamá! —grito, pero ella no se mueve, no responde. El mundo se desmorona a mi alrededor, y caigo de rodillas junto a la cama, incapaz de comprender cómo todo ha llegado a esto.

El sonido de mi propia voz me despierta de golpe, con el corazón latiendo furiosamente y el cuerpo empapado en sudor. Estoy en el departamento, en una cama, pero por un momento, la confusión me envuelve, y me toma un segundo darme cuenta de dónde estoy. Respiro con dificultad, intentando calmar el pánico que sigue apretando mi pecho.

—Jake ¿Estás bien? —la voz de Alex rompe el silencio, suave y preocupada. Siento su mano en mi espalda, firme y reconfortante, y me vuelvo hacia él.

—Volviste...

Sus ojos me miran con una mezcla de preocupación y ternura que me desarma. Asiento débilmente, pero mi cuerpo sigue temblando, incapaz de olvidar el peso del sueño, o más bien, del recuerdo de aquel niño de diez años.

—Lo siento... —murmuro, sintiéndome un niño perdido en medio de la oscuridad

—No tienes que disculparte —responde Alex, acercándose más a mí, su presencia cálida y segura—. Fue solo un sueño.

Asiento de nuevo, intentando convencerme de que tiene razón. Pero entonces lo veo, el rastro de dolor en su rostro. Los moretones que cubren su piel, la hinchazón alrededor de su ojo, el corte en su labio. Mi preocupación por él se apodera de mí, desplazando todo lo demás.

—Alex, ¿Qué te pasó? —pregunto, mi voz temblorosa

Él intenta desviar la mirada, como si no quisiera que me preocupara.

—No es nada, Jake. No te preocupes por eso —responde, pero sé que no es así.

—Déjame ayudarte —insisto, sin poder soportar verlo herido.

Me levanto de la cama y busco el botiquín de primeros auxilios que me indica él. Al regresar, me siento frente a Alex, con el corazón apretado por la preocupación. Comienzo a limpiar sus heridas, y cada vez que el algodón toca su piel, veo cómo se tensa, pero no se queja.

—No deberías haber peleando... —murmuro, incapaz de entender por qué sigue haciéndolo—. No quiero verte así, Alex.

Él me observa en silencio, y cuando finalmente habla, su voz es baja, cargada de algo que no puedo identificar del todo.

—No es fácil, Jake. No es algo que pueda dejar de hacer así como así —responde, sus ojos buscando los míos—. Pero si pudiera, lo haría por ti.

Sus palabras me desarman, y antes de que pueda procesarlas por completo, siento sus labios sobre los míos. El beso es suave al principio, como si estuviera probando mis reacciones, pero rápidamente se vuelve más intenso, más desesperado. Es como si estuviera buscando consuelo, como si estuviera buscando algo en mí que lo salve.

Chico Malo, Corazón BuenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora