8. Niña triste.

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Joder, casi me había olvidado

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Joder, casi me había olvidado. Teo, mi nuevo y estupendísimo compañero de convivencia. Vuelvo a tener ganas de correr a esconderme en mi habitación. Rezo porque Anna también le lleve el desayuno así como me lo trajo a mí. Con un poco de suerte, querrá decir que Teo seguirá en su cuarto mientras Anna me enseña la casa y no tendré que cruzarme con él.

De repente me siento muy incómoda en este conjunto demasiado lencero por mucho que lleve la bata. ¿Y si Teo me ve así? No es como que me importe un bledo lo que piense... Pero siento que es demasiado íntimo. Preferiría utilizar un par de bolsas de basura antes que esto delante de él. Me daría igual si me ve hecha un asco otra vez, ¿verdad? «Rea, para. Teo es un idiota y te cae fatal, no quieres saber nada de él y te la ventila lo que piense». Totalmente verdad.

Me siento en una de las sillas que rodean la rectangular mesa de madera clara, junto a la isleta de mármol grisáceo. También aquí hay un amplio ventanal, las vistas son al jardín. Veo una estructura transparente a lo lejos, creo que esconde una piscina.

—Casi me había olvidado de que ahora somos uno más. —Teo entra en la cocina con una toalla enrollada a la cintura y nada más.

Lo mismo estaba pensando yo. Será lo único que nos una: olvidarnos de la existencia del otro. Espero que al menos lleve algo debajo de la maldita toalla.

Aunque se ha dirigido a mí, no hago el esfuerzo de mirarlo a la cara. Me he visto obligada a entretenerme en toda esa piel que lleva al descubierto. Un hermoso tatuaje se extiende por todo su brazo izquierdo. Yo no llevo ninguno (mi padre me mataría), pero siempre me han gustado. Me encantaría inspeccionar cada detalle de la manga de Teo. Alcanzo a ver algunos motivos mitológicos y filigranas que integran todas las figuras entre sí. Hacer eso me daría el premio a la acosadora del año, definitivamente, a pesar de que lo haría solo por la curiosidad que me generan los detalles y la historia que esconde el tatuaje, nada que ver con que lo lleve él...

Me llama la atención la delicada cadena de oro que lleva al cuello, instintivamente me llevo los dedos a la garganta en busca de la mía, pero no está. Es un tic que tengo cuando me pongo nerviosa. Siempre jugueteo con el pequeño colgante, una finita chapa de oro con la forma de mi inicial.

—Buenos días, Anna —la saluda antes de darle un beso en la mejilla. Sorprendente, resulta que no siempre es un idiota entonces.

—¿Tú qué, niña triste? —Bueno, o sí lo es.

—Yo, ¿qué? Teo.

Intento decir su nombre con énfasis negativo. Es el niñito de papá de Murray y no tiene ninguna autoridad sobre mí. No soy una huérfana en su casa, esta no es su casa. Pero en realidad, mi lengua se acaba recreando en cómo articular su nombre, como si quisiera repetirlo. No quiero.

—Teo —le reprime Anna—. No seas malo, anda.

—Anna, estoy de broma. Solo estoy intentando animar a Rea.

Deber Amor TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora