011 | shared elevations

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diecinueve de septiembre

agustina's pov

Era mi día de descanso, o al menos eso intentaba convencerme mientras revisaba correos en el lobby del hotel. Después de días intensos en el paddock, lo único que quería era un respiro de la locura que implicaba cubrir la Fórmula 1. Me quedé mirando la pantalla por un rato, hasta que decidí que era suficiente. Cerré la computadora, agarré mis cosas y me dirigí al ascensor.

Mientras esperaba que las puertas se abrieran, un pensamiento me cruzó por la cabeza: ¿Cuánto tiempo más voy a poder esquivar a Franco? Desde que llegamos a Bakú, parecía que el universo estaba empeñado en cruzarnos una y otra vez.

Las puertas se abrieron y entré al ascensor. Estaba sola, así que apoyé la cabeza contra la pared, cerré los ojos e inhalé profundamente. Necesitaba ese momento de tranquilidad. Pero no duró mucho.

El sonido de pasos rápidos rompió la paz, y antes de que las puertas se cerraran, una mano las detuvo. Mis ojos se abrieron, y mi maldición se volvió audible al ver quién entraba.

—¿Vos otra vez? —dije, intentando mantener mi tono neutro, aunque por dentro hervía.

—Qué coincidencia, ¿no? —Franco entró con una sonrisa confiada y esa actitud tan suya que parecía diseñada para molestarme.

—Coincidencia o karma. —Crucé los brazos, dándole la espalda mientras presionaba el botón de mi piso.

El ascensor empezó a moverse, pero no pasaron ni diez segundos antes de que un tirón brusco lo detuviera por completo. Las luces parpadearon y luego se quedaron en modo emergencia, dejando el espacio iluminado solo tenuemente.

—No puede ser —murmuré mientras presionaba el botón de alarma repetidamente.

Franco, por su parte, se apoyó contra la pared con una calma exasperante.

—Parece que estamos atrapados.

—¿Te diste cuenta solo? —respondí con sarcasmo, intentando no entrar en pánico.

—Relajáte, Agustina, No es tan grave. —Su tono tranquilo solo me irritó más.

—Nono, obvio que no, quedar atrapada con vos es mi sueño hecho realidad.

Él se rió, un sonido bajo que resonó en el pequeño espacio.

—Podría ser peor. Al menos tenés buena compañía.

Lo fulminé con la mirada, pero no contesté. En lugar de eso, me dejé caer contra la pared opuesta, suspirando.

—¿Siempre estás así de tensa, o es algo que reservo exclusivamente para mí? —preguntó con esa sonrisa ladina que conocía demasiado bien.

—Solo cuando estoy cerca de egos inflados.

Franco rió otra vez, y esta vez me fue imposible no notar que su risa era genuina. Lo peor de todo era que me hacía querer sonreír también, pero me negué a darle ese gusto.

—¿Sabés? No entiendo por qué te molesto tanto —dijo, mirándome con curiosidad.

—¿Querés que te haga una lista? Porque tengo varias razones. —Levanté una ceja.

—Dale, sorpréndeme. —Se cruzó de brazos, como si estuviera esperando con interés genuino.

Abrí la boca para empezar, pero me detuve. En lugar de enumerar razones, me quedé en silencio, mirándolo. Había algo en su expresión que no había visto antes, algo menos arrogante, más... ¿auténtico?

—No vale la pena.

—Ah, pero yo sí valgo la pena. Daale, Agus. Te divierto más de lo que querés aceptar.

a fondo | franco colapintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora