El domingo a la noche decidí salir de mi casa y disfrutar de los placeres que ofrecía el mundo exterior. Es decir, ir a un buen restaurante a comer algo rico que encandilara mi paladar. Estaba dispuesta a pagar una suma considerable de dinero por algo que me satisficiera. Me vestí con unos vaqueros y una blusa. No olvidé mi abrigo, pues el clima en Nueva York se ponía frío por la noche en esa altura del año. Terminé estacionando a una cuadra de un lugar conocido. Ana me lo había recomendado una vez, así que no dudé en entrar y pedir una mesa. Me gustó la que estaba escondida en una esquina.
Iba a cenar sola. No me daba pena comer sola en lugares públicos. Con el tiempo, había aprendido que disfrutar de la soledad y pasar tiempo conmigo misma me gustaba en ocasiones. Obviamente, no todo el tiempo. A veces me gustaba estar acompañada, cuando tenía buena compañía.
Miré la carta y tardé unos minutos en decidir. Podía pedir un filete de ternera con papas y verduras asadas. O un buen plato de pasta con salsa cuatro quesos. También estaba la opción de una paella de mariscos. Miré a mi estómago, preguntándole qué le apetecía más. Rugió cuando pensé en pollo al champiñón, así que opté por ese plato.
Y efectivamente, había sido una buena elección. Estaba delicioso. Sonreí con felicidad mientras masticaba y observé a las personas a mi alrededor. Muchas eran parejas teniendo una cita. Miré el amor desde lejos, pues mi vida amorosa no era el punto más fructífero de mi vida en ese momento. En realidad nunca había tenido un romance fuerte en mis veintisiete años. Había analizado ese punto de mi vida en ocasiones anteriores y le había encontrado dos razones; la primera, no estaba desesperada por encontrar el amor. La segunda, tampoco había aparecido el príncipe de mis sueños ni nadie que me tuviera pensándolo las veinticuatro horas del día.
O aunque sea no era así hasta que fui a ese endemoniado viaje a Europa con Thomas. Desde el momento en que dejó de ser un diablo insoportable y me demostró que detrás de su indiferencia había un hombre agradable y atento, no había dejado de recordar su pequeña sonrisa. Antes de eso lo pensaba, si. Incluso lo soñaba. Pero era algo más carnal, algo que me llevaba a imaginarlo desnudo y a apretar mis piernas. Sin embargo, ahora... el Thomas sin escudo se había adueñado de mis corazón y eso me molestaba.
Me encontré masticando sin saborear. Había comido más de la mitad de mi plato sin percatarme del tiempo en el que estuve navegando hacia donde mi mente me llevaba. Y como si mi situación no fuera lo suficientemente deprimente, algo más iba a demostrarme que siempre se podía estar peor.
Vi a la mesera y detrás de ella, siguiendo sus indicaciones hacia la mesa, una castaña con bucles sacados de una revista de belleza. La reconocí pero no fue hasta el momento en que se movió y me topé con su acompañante, que mi respiración se atascó en mis pulmones.
Era Thomas. Mi Thom...
Es decir, mi jefe.
Afortunadamente no me habían visto, pues mi lugar escondido me resguardaba. Eso no disminuyó la sensación amarga que me subió por la garganta.
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El diablo viste de traje
RomanceAl jefe de Sofía lo despidieron. Ser secretaria de un anciano machista nunca había sido de su agrado así que, al volver a la oficina, lo hizo con la expectativa de que se encontraría con una persona más capacitada y menos odiosa. Solo para encontrar...