Capítulo treinta y cinco

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Lo seguí, contemplando su lindo trasero por detrás

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Lo seguí, contemplando su lindo trasero por detrás. Subimos las escaleras anchas del recibidor y abrió una de las tantas puertas para mi.

—Esta era mi habitación. —Explicó, mientras me adentraba. Había encendido una luz, pero no la principal. Era una luz tenue, que apuntaba al escritorio largo decorando una de las paredes grises. Así que solo eso y la luz de la luna que ingresaba por la ventana, iluminaban el cuarto. Tenía estantes con libros, también con herramientas de estudio como calculadoras y microscopio, además de pequeños juguetes, específicamente autos miniatura. La cama era grande. Demasiado para ser de un adolescente. Solo dos almohadones negros estaban colocados muy prolijamente sobre el acolchado blanco.

El detalle que se destacaba de esa habitación muy pulcra, perfecta y monocromática, era la vista que se obtenía por la ventana. Se veía la ciudad con sus colores anaranjados y azulados.

—¿No tienes televisión? —Pregunté. Cuando yo era adolescente amaba ver programas de televisión basura mientras comía snacks en mi cama.

—No. Igual tampoco era que la necesitara demasiado.

Pasé mis dedos por los estantes con libros. No tenían ni un poco de polvo, seguramente porque los White contaban con servicio de limpieza que aseaba toda la casa cada semana, incluso aunque esta habitación no se habitara.

—Imagino que si no tenías distracción, te los leíste todos. —Se acercó, sentí su presencia detrás así que me giré un poco para verlo. Sacó un libro y me lo entregó.

—Si. Solo me quedó este, fue el último que me compraron pero no llegué a leerlo. Estaba preparando todo para ir a Europa.

—Por la beca. —Razoné. Miré el objeto entre mis manos, aunque sin prestar atención. Mis pensamientos me llevaron hacia otro lado—. Lamento no haber ido contigo a la fiesta de Halloween. Hubiese sido lindo haber seguido en contacto.

No mostró ninguna emoción, solo hizo una mueca.

—Si, bueno. Parece que no tengo suerte. Las dos fiestas de Halloween a las que tuve la intención de ir no salieron como lo planeé. La primera vez, rechazaste mi invitación y la segunda, bailaste con otro tipo frente mis narices.

Subí mis brazos a sus hombros y le sonreí.

—Ya te dije que estaba tratando de ponerte celoso.

—Eso no quita el mal rato.

Planté un beso en su barbilla.

—Me impresiona que desde pequeño fueras tan... perfecto. Notas excelentes, habitación con más libros que un universitario, amante del orden, con cero travesuras en tu expediente. Eras un pequeño muy culto e inteligente. Mis padres habrían matado porque mi hermana y yo fuéramos un poco como tú. —Reí—. No te das una idea del desorden que éramos y que hacíamos.

Subió sus manos por mi espalda y terminaron en mi nuca. Acarició mi cabello.

—Si, bueno, la diferencia entre nosotros fue lo primero que noté. En mi vida todo siempre era muy correcto, perfecto y... aburrido. Pero estaba acostumbrado. —Soltó un suspiro, recordando—. Cuando te conocí a ti, entendí que la diversión existía. Tu eras tan relajada, te habías criado de una forma tan distinta a mi. —Me depositó un beso en la punta de la nariz—. Eras una bocanada de aire fresco. Aunque sea por el tiempo que duró nuestra corta amistad.

El diablo viste de trajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora