Cuando John anunció que habíamos llegado, abrí mis ojos bien grandes. Estábamos frente a un edificio alto, moderno y que se ubicaba en el barrio más caro de Nueva York. En la cuadra, otros edificios similares iluminaban la calle con sus luces y muchos de los restaurantes y bares aún seguían abiertos. Sabía que él tenía dinero y algo de esto me imaginaba. Pero aún así, estaba sorprendida.
—Thomas... —Llamé, pues seguía durmiendo. Moví su brazo y acaricié su mejilla buscando una reacción. Se removió y le costó abrir los ojos—. Llegamos a tu departamento.
Asintió. El efecto del alcohol todavía no se había desvanecido pues cuando intentó enderezarse, su cuerpo le falló. Así que con ayuda de John, lo saqué del vehículo y terminó colgado de mi hombro por segunda vez en la noche.
—¿La espero, señorita? —John preguntó.
—No, John. Ella se queda conmigo hoy. —Se adelantó el atrevido. Miré al hombre y apreté los labios.
—Vete tranquilo. Gracias, John.
—Buenas noches.
Ingresamos al Lobby del edificio, donde llamamos al ascensor. El interior era igual de lujoso que todos los lugares a los que lo acompañé. Me dijo entre murmullos que debíamos subir al piso quince así que toqué ese botón.
—Eres preciosa. —Susurró.
—Quién diría que te pones así cuando tomas de más...
Nota mental: debía emborracharlo más seguido.
Al llegar, las puertas se abrieron. En frente, una puerta doble nos esperaba. Y un teclado para poner un código, el cual Thomas digitó luego de dos intentos en los que sus dedos tocaron cualquier cosa.
—Wow. —Se me escapó, cuando ingresamos. No era un simple departamento. Todo el piso era suyo. Frente a nosotros un ventanal enorme que daba a la ciudad era la atracción principal. El estilo era moderno pero tenía sus toques antiguos gracias a, por ejemplo, los muebles de roble tallado con formas inspiradas en la arquitectura Europea. Los sillones de la sala de estar parecían más cómodos que mi cama y una televisión esperaba ser usada. Más allá, pude notar una cocina. Un comedor con una mesa larga. Y al costado se abría un pasillo, por el cual Thomas me dijo que quedaba su habitación. Estaba emocionada por conocerla. Finalmente podría saber un poco de su mundo, de su intimidad.
Los cuadros de pintura al óleo decoraban la longitud del pasillo. Conté cuatro, todos de un lugar en el mundo distinto. Reconocí inmediatamente el de París por la Torre Eiffel y el de Nueva York. Supuse que otro era de Suiza por las montañas y el paisaje nórdico. También concluí que el último era de Roma, con sus calles románticas.
Aunque estuviera distraída observando todo, en ningún momento del trayecto lo solté. Mis brazos estaban aferrados a su cintura y tuve el deseo de que después de esa noche, no volviéramos a la realidad que me lastimaba.
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El diablo viste de traje
RomanceAl jefe de Sofía lo despidieron. Ser secretaria de un anciano machista nunca había sido de su agrado así que, al volver a la oficina, lo hizo con la expectativa de que se encontraría con una persona más capacitada y menos odiosa. Solo para encontrar...