Capítulo treinta y tres

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—Pues aquí estoy

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—Pues aquí estoy. —Di un paso más. La punta de mis tacones rozó la de sus zapatos—. Sácate la camisa.

Sonrió. Una sonrisa oscura. Desde su garganta salió un sonido en negación, que hizo vibrar mi anatomía con deseo. Había sonado tan sexy.

—Es una realidad que soy débil a ti pero aquí, en mi despacho, mando yo. —Su dedo índice se enganchó en mi cinturón y me atrajo hacia él. Mi pecho se topó con el suyo y deseé que me diera la primera orden. Iba a complacerlo en todo lo que quisiera— ¿Vas a obedecerme?

Su dedo pulgar se posó en mi barbilla y me hizo levantarla. Sus ojos repasaron mi rostro completo.

—Lo estoy pensando. —Mentí.

Acarició mi espalda con un movimiento descendente, comenzando en mi cervical, pasando por la curva de mi trasero y deteniéndose en uno de mis muslos. Se mantuvo en ese sector, quemando mi piel a su paso. Trazando cosquillas con sus almohadillas.

—No te daré lo que tu cuerpo anhela hasta que me respondas lo que quiero. —Advirtió, ahora levantando un poco mi falda. Mi respiración se volvió densa y nuestras miradas no se rompieron ni un segundo— ¿Lo sigues pensando?

Asentí. No quise hablar. Si abría la boca, mi respiración irregular iba a delatarme. Chasqueó su lengua, disconforme. Su mano viajó hacia delante, la falda mostró más y más piel a medida que avanzó y cuando sentí su roce sobre mis bragas, tragué saliva. Sin embargo, su exploración se detuvo. A punto de todo y al borde de no darme nada.

—Sofía... —Susurró. Entonces, mis palabras salieron sin que siquiera las autorice.

—Mierda, me rindo. —Sus labios plasmaron una mueca satisfecha—. Voy a obedecerte, maldito.

—El maldito estuvo de más. —Su semblante fue serio pero noté sus ganas de jugar—. Mejor dime cariño.

Negué con la cabeza y entrecerré los ojos.

—Prefiero diablo. —Espere a que me mostrara su disgusto. Sin embargo, ladeó la cabeza a un lado considerándolo.

—Quizás ese apodo no sea tan erróneo. Me esperaran en el infierno después de todo lo que pienso hacerte. —Su boca buscó la mía, a la vez que su mano se retiraba de mis bragas. Fruncí el ceño a punto de reclamar pero profundizó el beso aún más, para que no pudiera hablar. Debajo, sus dedos rozaron los míos y envolvió mi mano con la suya. Luego, la guió hasta donde quería llevarla. Juntas, viajaron hasta el punto entre mis piernas—. Tócate.

Parpadeé, con el aire atascado en mi garganta. Su petición y su mirada eran jodidamente sensuales. Iba a darle lo que quería porque yo también, en ese mismo instante, lo quería con locura. Mi entrepierna pedía a gritos una liberación. Así que lo miré por debajo de mis pestañas alargadas por la máscara, y levanté mi falda poco a poco. Sus ojos siguieron el recorrido, su trasero estaba apoyado en el filo del escritorio y sus manos se cerraron en este. Se estaba torturando a sí mismo al no tocarme y observarme hacerlo yo misma.

El diablo viste de trajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora