El Honrado

Capítulo 60

El aire a bordo de la nave estaba cargado de expectación. Los Asuryani arrodillados permanecieron inclinados, sus posturas rígidas, reverentes, esperando la respuesta de Satoru. Lelith Hesperax permaneció en posición vertical como una espada, su cabello carmesí cayendo en cascada por su espalda, sus labios curvados en una sonrisa cómplice. Sus Brujos se quedaron detrás de ella, su silencio era casi depredador, pero incluso ellos mantuvieron su distancia de la figura en el centro de la habitación.

Satoru se movió y deslizó las manos en los bolsillos. Su expresión era tranquila, pero sus ojos brillaban y pasaban de una figura arrodillada a otra antes de fijarse en el Asuryani con el elaborado tocado. Este todavía no había hablado, pero parecía tener cierta autoridad, a juzgar por el tamaño de su ridículo tocado.

—¿Y bien? —dijo Satoru, levantando una ceja—. ¿Qué sigue? ¿O simplemente nos quedamos aquí parados admirando mi goteo infinito?

El líder asuryani dudó un momento, luego se puso de pie con un movimiento fluido, con las manos entrelazadas con fuerza frente a él. Sus pálidos rasgos eran ilegibles, pero su voz era suave y deliberada. "La clarividente Caoimhe ha emitido una orden, Lord Britheim. Ha previsto su próximo curso de acción".

La sonrisa de Satoru se ensanchó. "¿Ah, sí? Déjame adivinar. ¿Más caos, más destrucción, más planetas y ejércitos para que yo los joda?"

El líder inclinó la cabeza. "Debéis viajar a Shibuya, el mundo natal del Primarca Ryomen Sukuna".

Ante eso, la sonrisa de Satoru se desvaneció y fue reemplazada por un destello de curiosidad. Su postura cambió, apenas un poco, lo suficiente para que Lelith se diera cuenta. Su sonrisa se profundizó, cruzó los brazos mientras se inclinaba hacia atrás, contenta de observar el intercambio.

—Shibuya —repitió Satoru, pronunciando el nombre con naturalidad—. El lugar lleno de hechiceros de Jujutsu, ¿verdad? Kairos lo mencionó una vez. No parecía un lugar de vacaciones. Diez mil años... nadie ha tenido las malditas pelotas de invadirlo durante los últimos diez mil años, ¿y se supone que debo bailar claqué allí?

El Asuryani asintió. —Es como usted dice, mi señor. Shibuya es un mundo fortaleza, habitado casi en su totalidad por hechiceros, ciudades enteras de ellos. Es el dominio del propio Sukuna, aunque su paradero actual sigue siendo desconocido.

Satoru se reclinó, balanceándose sobre sus talones. "¿Y quieres que haga qué? ¿Provocar otro incidente?"

Hasta donde él sabía, y ciertamente no sabía mucho, Shibuya estaba... bastante lejos del mundo que acababa de quemar.

Los asuryani dudaron de nuevo. Esta vez, su voz se hizo más grave, como si pronunciar las palabras en voz alta pudiera invocar algo terrible. —El clarividente ha previsto que Shibuya contiene un artefacto robado por Sukuna a las dinastías Necronas. Es un dispositivo de inmenso poder, que podría utilizarse para contrarrestar el despertar de C'tan.

—Ah —dijo Satoru, asintiendo lentamente—. Entonces, es una búsqueda del tesoro. Quieres que entre en el patio trasero de Sukuna, que entre en su palacio o algo así, y que te traiga tu cosa brillante.

Se rió entre dientes y miró a Lelith, que levantó una ceja con una expresión indescifrable pero claramente divertida. "Ustedes no hacen nada de la manera fácil, ¿verdad?"

Los Asuryani no respondieron, su silencio era pesado. La sonrisa de Satoru regresó, aguda y traviesa. Oh, sí, esta sería una muy buena oportunidad para joder a Sukuna, aunque fuera indirectamente. En realidad, a ese bastardo probablemente ni siquiera le importaría si Satoru hiciera estallar todo su planeta.

—Está bien —dijo, aplaudiendo—. Parece divertido, pero el asunto es que voy solo.

La habitación pareció congelarse. La sonrisa de Lelith vaciló por un breve instante y sus Brujos intercambiaron miradas confusas. El líder Asuryani se enderezó y sus manos temblaron como si quisieran protestar pero no se atrevieran.