Una charla entre dangos

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El sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y rosados. En una colina cercana al castillo donde se reencontraron, Sarada e Itachi se sentaron bajo la sombra de un árbol, compartiendo una bandeja de dangos que ella había comprado en el camino de regreso. El silencio entre ellos no era incómodo, al contrario. Era como si el universo les hubiese dado una pequeña pausa para simplemente... estar.

Sarada sostenía el palillo con tres bolitas dulces, mirando el cielo, mientras Itachi se mantenía en silencio, observándola de reojo.

—¿Sabes? Mamá siempre decía que eras como un fantasma —murmuró Sarada sin mirarlo, con una sonrisa suave—. Siempre presente... pero fuera de nuestro alcance.

Itachi asintió, tomando un bocado tranquilo.

—Tal vez lo fui. Un fantasma de lo que pudo haber sido... y no fue.

Sarada giró hacia él, con expresión pensativa.

—¿Crees que mi papá te odió alguna vez?

Itachi tragó despacio, y luego bajó la mirada, reflexivo.

—No. Me odiaba... para poder sobrevivir. Pero en el fondo, ese odio era amor... herido. Sasuke siempre me amó, más de lo que él mismo entendía.

Hubo un instante de silencio mientras el viento jugaba con las hojas.

—Yo no te odié —dijo Sarada, con voz firme—. Aunque no te conocía. No podía hacerlo. Algo en mí... te buscaba. Quería saber de ti. Quería comprender por qué mi padre hablaba de ti con esa mezcla de dolor y orgullo.

Itachi la miró, por primera vez directamente, y asintió con un leve brillo en los ojos.

—Eres fuerte, Sarada. No solo por tu Sharingan ni por tu entrenamiento. Lo eres por la forma en que buscas la verdad, incluso cuando duele.

Sarada bajó la vista al último dango en su palillo.

—¿Y tú? ¿Sientes que valió la pena? Todo lo que hiciste, todo lo que perdiste...

Itachi cerró los ojos un segundo, como si respirara una vieja memoria.

—A veces... los héroes no son recordados como tales. Pero si el sacrificio permite que alguien como tú exista, libre, con futuro... entonces sí. Valió la pena.

Sarada lo miró en silencio. El viento volvió a soplar, más suave esta vez, como si la tarde también escuchara.

—Itachi-niisan... —susurró, por primera vez llamándolo así—. ¿Puedo abrazarte otra vez?

Él no respondió con palabras. En su lugar, extendió la mano y con dos dedos, tocó suavemente su frente. Un gesto lleno de ternura y memorias.

—Tal vez más tarde... —dijo con una sonrisa leve, igual a la que alguna vez le dedicó a Sasuke.

Sarada parpadeó, sorprendida, pero luego sonrió ampliamente. Le dolieron un poco los ojos, y no por el Sharingan.

—Entonces me quedaré esperando. Pero quiero que sepas... esta vez no pienso dejarte ir sin luchar.

Itachi se levantó lentamente y le ofreció la mano.

—Entonces ven. El día aún no termina... y me gustaría enseñarte algunas cosas más. No solo sobre técnicas... sino sobre quiénes somos realmente los Uchiha.

Sarada tomó su mano con firmeza.

—Y yo quiero conocer a mi tío, más allá del ninja, más allá del mito.

Juntos caminaron hacia el atardecer, dejando atrás los dangos vacíos, pero llevándose en el alma algo más dulce y duradero: la familia que, al fin, comenzaban a reconstruir.

Ayer un deseo hoy una realidadWhere stories live. Discover now