El cielo comenzaba a teñirse de tonos anaranjados mientras el viento soplaba suavemente por los campos cercanos a Konoha. Había un extraño silencio, como si el mundo contuviera el aliento. Allí, en un claro apartado, Naruto Uzumaki estaba de pie, mirando al horizonte, sintiendo una presión en el pecho que no podía explicar.
La guerra había terminado. Sarada, Boruto y muchos otros habían arriesgado sus vidas. El dolor, las pérdidas y los sacrificios aún pesaban sobre todos. Pero esa tarde, algo especial iba a ocurrir.
Boruto, herido pero decidido, había hecho su deseo ante Hagoromo. No lo gritó. No lo pidió para sí mismo. Solo pensó en su padre, en la soledad que siempre había llevado a cuestas. En los silencios que lo envolvían cada vez que mencionaban a Jiraiya.
—"Quiero que regrese... Jiraiya-sama. Para que mi padre ya no esté solo." —dijo Boruto con el corazón en la mano.
El sabio de los seis caminos, con una sonrisa serena, asintió. Era un deseo nacido del amor, no del egoísmo. Y eso bastaba.
De pronto, Naruto sintió un cosquilleo en el aire. El chakra era familiar, cálido, ruidoso incluso. Su cuerpo reaccionó antes que su mente. Giró, como si algo dentro de él supiera ya lo que iba a ver... y entonces lo vio.
Una figura alta, con una melena blanca inconfundible, un kimono rojo ondeando al viento, sandalias gastadas y la misma expresión pícara y poderosa. Jiraiya, el legendario Sannin, estaba allí. Vivo.
—Y yo que pensaba que mi regreso sería más discreto... pero supongo que nunca fue mi estilo.
Naruto se quedó inmóvil. Los ojos abiertos, sin parpadear. No podía moverse. No podía hablar. Todo lo que había reprimido durante años lo golpeó en ese instante como un torbellino.
—Ero-sennin... —susurró con la voz temblorosa. Y luego, más alto, como si su alma gritara:
—¡¡ERO-SENNIN!!Y corrió. Como cuando era niño, como cuando lo perseguía por la aldea. Se lanzó sobre él, sin pensar, sin contenerse, y lo abrazó con todas sus fuerzas.
Jiraiya, sonriendo con ternura, le dio unas palmadas en la espalda, conteniendo él mismo las lágrimas que amenazaban con escapar.
—Has crecido, Naruto. Mírate. Hokage, padre... y aún lloras como un niño.
Naruto no podía hablar. Lo tenía entre los brazos, lo sentía, lo escuchaba. El dolor de su pérdida, de su ausencia, se deshacía poco a poco con cada segundo que pasaba.
—Creí que nunca más te vería... que no podría contarte todo lo que pasó... que te fuiste sin saber...
—Sé todo, Naruto. Lo vi. Y estoy orgulloso de ti. —respondió Jiraiya con una voz grave pero emocionada—. Fuiste más lejos de lo que jamás imaginé. Superaste al Cuarto Hokage, me superaste a mí... y ahora, gracias a tu hijo, estoy aquí.
Naruto se separó un poco, secándose las lágrimas como si le diera vergüenza.
—¿Boruto...?
—Sí. Él fue quien deseó mi regreso. Sabía lo que significaba para ti.
Naruto se quedó en silencio, mirando al suelo. Luego sonrió, esa sonrisa suya tan característica, mezcla de tristeza y felicidad.
—Ese mocoso...
—Es tu hijo, después de todo. —rió Jiraiya—. Aunque aún no escribe tan bien como tú. ¡Tus libros eran legendarios!
Naruto le pegó en el hombro, entre risas.
—¡No digas eso! ¡Tú escribías esas porquerías!
Ambos rieron. Por un momento, eran maestro y alumno otra vez. Sin guerra, sin pérdidas. Solo ellos, como solía ser.
En la distancia, Boruto, Sarada, Hinata y Kakashi observaban en silencio. Boruto tenía los ojos vidriosos, pero una sonrisa satisfecha.
—Ahora sí, ya no está solo... —murmuró, sintiendo que había hecho algo bueno, algo que ni todos los jutsus del mundo podían igualar.
Y en medio de esa pradera, el legendario ninja pervertido y el niño que alguna vez fue rechazado compartían de nuevo un momento que, por años, había sido solo un sueño imposible.

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Ayer un deseo hoy una realidad
SpiritualAyer soñaban con dos personas que no llegaron a conocer ellas habían escuchado tantas historias tantas anécdotas ellas querían ser como ellos y si por alguna razón ellos volverían La historia me pertenece pero los personajes son de Masashi Kishimo...