El viento soplaba suavemente cuando Sarada salió del hospital, vestida con ropa sencilla, sujeta por vendas bajo la blusa. Su caminar era lento, todavía sentía el peso de la recuperación... pero más aún, el peso del fracaso.
Afuera, el sol del atardecer teñía de dorado los muros de Konoha. La aldea seguía su curso como si nada hubiese ocurrido. Como si ella no hubiese estado al borde de la muerte.
Sarada entrecerró los ojos. Su cuerpo dolía, pero era su orgullo lo que ardía más.
Y entonces lo vio.
Itachi Uchiha, su tío, estaba apoyado contra un poste de luz a unos metros. Llevaba su capa oscura y el cabello suelto, con los brazos cruzados. Sus ojos —calmos, intensos, insondables— estaban fijos en ella.
Sarada se detuvo.
El silencio entre ambos era denso, como si el aire se espesara.
Ella bajó la mirada de inmediato, sin saber por qué.
No era miedo.
Era algo más profundo.
Tal vez vergüenza.
Tal vez el peso de la admiración y la sensación de no estar a la altura.
Itachi caminó lentamente hacia ella. Se detuvo frente a la joven, en silencio. Pasaron varios segundos. Sarada aún no levantaba la vista.
Finalmente, fue él quien habló, con esa voz suave y firme que parecía cortar la tensión como un hilo de seda:
—Me alegra verte de pie, Sarada.
Ella apretó los labios.
—No cumplí con la misión —murmuró—. No protegí a mi equipo. No fui suficiente.
Itachi ladeó ligeramente el rostro, como si esa respuesta no lo sorprendiera.
—Y sin embargo estás aquí. Estás viva. ¿Sabes lo que eso significa?
Sarada negó, aún sin atreverse a alzar la vista.
—Significa —continuó él— que tomaste decisiones que salvaron vidas, incluso si no salieron como esperabas. A veces, fallar también es parte de ser shinobi.
Sarada respiró hondo. El aire le quemó el pecho.
—Yo... no quiero fallar otra vez.
Itachi se acercó un paso más. Su sombra se proyectó sobre ella.
—Entonces recuerda este momento. Guárdalo. Aprende de él.
Sarada alzó la vista finalmente. Sus ojos se encontraron con los de su tío.
—¿Y si no soy tan fuerte como tú? —preguntó con voz quebrada.
Itachi la miró con una ternura inesperada.
—No necesitas ser como yo, Sarada. Solo necesitas ser tú... y avanzar.
Sarada tragó saliva.
En su interior, algo se aflojó. Un nudo invisible. Un dolor que no se iba... pero que ahora se sentía más liviano.
Itachi extendió una mano y, con suavidad, posó los dedos sobre la cabeza de su sobrina.
—Lo estás haciendo bien.
Y esa sola frase bastó para que Sarada comenzara a llorar... en silencio.

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Ayer un deseo hoy una realidad
SpiritualAyer soñaban con dos personas que no llegaron a conocer ellas habían escuchado tantas historias tantas anécdotas ellas querían ser como ellos y si por alguna razón ellos volverían La historia me pertenece pero los personajes son de Masashi Kishimo...