"El pasado y el futuro del Clan Uchiha finalmente se miran a los ojos."
El aire olía a flores de cerezo, a tierra húmeda y a recuerdos.
Sarada caminaba lentamente por el viejo patio del complejo Uchiha, ese que solo conocía por las historias de su madre y por los silencios de su padre. Sus pasos eran lentos, casi reverentes. Su ojo derecho aún estaba vendado, secuela de la última misión fallida. El otro, el izquierdo, escaneaba con atención cada rincón. Le temblaban los dedos, aunque no lo admitiera.
—¿Aquí vivió realmente el clan...? —murmuró, más para sí misma que para su acompañante.
Junto a ella, Itachi, su tío, caminaba en silencio. Llevaba una leve sonrisa, como si observarla fuese recordar a alguien que quiso mucho. Luego, se detuvo frente a una vieja puerta corrediza de madera.
—Sí. Y pronto... vas a conocer a quienes alguna vez lideraron todo esto —dijo con voz suave, pero solemne.
Sarada sintió un nudo en la garganta. No sabía qué esperar. ¿Serían fríos? ¿Autoritarios? ¿Se parecerían a su padre cuando no hablaba? ¿A su madre cuando lloraba en silencio por todo lo perdido?
La puerta se deslizó. Al otro lado estaban Mikoto y Fugaku Uchiha.
Ella los vio y el mundo se detuvo.
Mikoto fue la primera en sonreír. Sus ojos eran iguales a los de Sasuke, pero sin el peso de la guerra. Su sonrisa tenía algo de Sakura, y su porte materno hizo que Sarada sintiera, por un momento, que el mundo era seguro.
Fugaku, por otro lado, era imponente. Serio. Observador. Como su padre. Pero en sus ojos había un brillo de sorpresa... y una pizca de emoción contenida.
Sarada tragó saliva.
—¿Ustedes... son...? —empezó a decir, pero la voz se le quebró.
Mikoto dio un paso al frente, extendiendo los brazos.
—Sarada... —susurró—. Te he esperado toda mi segunda vida.
Y sin pensarlo más, Sarada corrió a sus brazos.
Mikoto la abrazó como si el tiempo jamás se hubiera perdido. La envolvió con todo lo que una abuela daría si pudiera recuperar cada cumpleaños, cada caída, cada entrenamiento, cada lágrima que no pudo secar.
Fugaku se acercó más despacio. Sarada levantó la mirada hacia él con respeto... y un poco de miedo. Él no dijo nada al principio. La observó de pies a cabeza. Vio la bandana de Konoha, el vendaje en su ojo, el nuevo uniforme de chūnin. Luego miró a Itachi y luego al cielo. Finalmente, bajó la cabeza y dijo:
—Eres digna del nombre Uchiha. No solo por tu sangre. Sino por tu fuerza... y tus cicatrices.
Sarada sintió cómo una parte de su alma se afirmaba. Una que jamás pensó que necesitaba.
—Gracias... abuelo —susurró, y Fugaku, aunque rígido, asintió con un gesto casi imperceptible de orgullo.
Itachi, al ver la escena, sintió un alivio profundo. Por fin, el pasado y el futuro se estrechaban las manos.
Poco después, Sakura y Sasuke llegaron. Sakura lloró al ver a Mikoto. Sasuke no dijo nada, pero sus ojos brillaron al mirar a su padre. Por primera vez, no había reproches, ni dolor. Solo reconocimiento.
Mikoto se acercó a su hijo menor y a su nuera, y abrazó a ambos, diciendo:
—Gracias por traerla al mundo. Es más fuerte que todos nosotros juntos.
Sarada los observó a todos y pensó:
"Quizá... por fin... el clan Uchiha puede dejar de vivir en la sombra de su dolor."Y Fugaku, el hombre que una vez fue líder de su clan, caminó hasta su nieta, la miró con seriedad... y sonrió levemente.
—¿Me mostrarías cómo peleas, Sarada? Me gustaría ver de lo que es capaz la heredera de nuestro linaje.
Ella asintió, con los ojos húmedos.
—Sí... abuelo. Sería un honor.

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Ayer un deseo hoy una realidad
SpiritualAyer soñaban con dos personas que no llegaron a conocer ellas habían escuchado tantas historias tantas anécdotas ellas querían ser como ellos y si por alguna razón ellos volverían La historia me pertenece pero los personajes son de Masashi Kishimo...