Utopía

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Un edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas. Encima de la entrada principal las palabras: Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres, y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial: Comunidad, Identidad, Estabilidad.

—Es una mierda —susurró una muchacha de cabello negro y lacio, cortado en casco por encima de los hombros. Le dolía el cuello de tanto mirar hacia arriba.

—¿Perdón? —preguntó el hombre que la acompañaba.

—Digo que es una mierda que sólo tenga treinta y cuatro plantas la chatarra que nos gobierna.

El cuarentón, con patas de gallo en los ojos, y un ceño fruncido por costumbre asintió mientras buscaba las palabras para refutar a su nueva socia.

—Si quieres cancelamos la misión... o la posponemos.

—No —se apresuró en responder—. Necesitamos hacerlo —decretó bajando la vista por primera vez en media hora. La gente pasaba a su lado sin mirarlos, como si fueran invisibles. Se masajeó el cuello y los contempló haciendo zapping, tratando de encontrar alguien que se saliera del programa.

El siglo XXII había traído nuevos males al planeta, entre los que destacaban la conversión de la palabra naturaleza en un concepto prácticamente abstracto y casi utópico, y el control exacerbado de los servicios de inteligencia sobre personas sin inteligencia.

Los seres humanos nacían y eran escaneados. Crecían y eran escaneados. Morían y eran escaneados. La mayor parte de su vida consistía en trabajar por y para el sistema; no tenían tiempo para pensar en sí mismos, no existía el sí mismo.

Un pequeño hoyo negro en el Centro de Incubación y Condicionamiento había permitido la fuga de información valiosa, y ellos, Gia y Diogos, eran la punta de lanza que planeaba usarla para perforar la acorazada seguridad nacional. Si uno de esos pequeños gigantes sangraba, el resto del mundo tomaría coraje para seguir su ejemplo. Y eso sí que era una utopía.

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La caída del veloWhere stories live. Discover now