La caída del velo

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"Nadie es una isla por completo en sí mismo (...)  por eso la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por tanto, nunca preguntes por quién doblan las campanas, porque están doblando por ti"

John Donne

A los pocos minutos de activarse la alarma, entra en la oficina el Comandante seguido de un hombre de imponente presencia. No dudo en atribuirle la identidad de Capitán. No lo conozco, porque como en toda red de inteligencia, sus eslabones y sus nexos son opacos tanto a nivel transversal como vertical. Pero es él, tiene que serlo.

—Levántate.

Me ordena y la silla me suelta.

—Ven.

Sigo a los hombres sin decir nada. Caminamos por los mismos pasillos, pero llegamos en pocos segundos al destino. Esta vez los oficiales están jugando en serio, sin dilatar los turnos.

—Corroboramos tu versión. ¿Qué más puedes decirnos?

—No sé mucho más. Necesito volver a mi trabajo, tal vez allí pueda interpretar los nuevos algoritmos.

—De acuerdo —mira al Comandante—. Asigna dos oficiales para que la escolten.  Trabajará desde aquí, que suba a la sala de monitoreo y emisiones de la central. No hay tiempo que perder.

Sé que quiso decir que me vigilaran. Acepto con un gesto y le doy las gracias.

Llego a las 1750 a la oficina más importante del sistema y me preparo para una carrera contra reloj. Comienzo a pulsar imágenes que corren a una velocidad vertiginosa. Es el último esfuerzo, no me detengo en nimiedades. Mi frente comienza a sudar, mis guardias lo advierten pero veo en sus rostros que ellos también están ansiosos. Ellos lo atribuyen a mi trabajo, yo a mi misión.

*****

1759 horas

Ya tengo todo listo para enviarlo a destino.

Mikkel se mezcla entre la gente y se coloca los lentes para ver el espectáculo.

Los titulares comienzan anunciando la próxima ejecución de dos NN.

Diogo los ve desde la torre. Se saca el sombrero, espera el milagro.

Los dos, llamados NN, caminan hacia el patíbulo mientras las luces de los reflectores iluminan su rostro. Al gobierno le gustan los espectáculos limpios. Son dos amigos de Diogo, son dos militantes, son más que la repetición de una letra.

—Levanten los brazos. De rodillas —ordenó una voz.

Ellos obedecieron.

*****

1800 horas

Gia interrumpe la difusión del evento. Diogo activa la campana del Big Ben que suena por primera vez en varios siglos. La gente, con sus lentes colocados, comienza a mirarse sin saber qué pasa.

De repente, los monitores de todos comienzan a emitir una luz roja y la plataforma de transmisión comienza mostrar los datos que la CIE tanto se había empeñado en ocultar a sus ciudadanos.

Al saber que disponen de poco tiempo, Gia opta por enviar imágenes y no textos. Así es como una por una, todas las fotografías tomadas antes, durante y después de la Gran División, del Gran Exilio, son vistas por los miles de hijos pródigos de la civilización.

*****

Gia fue detenida a los diez segundos de comenzado su acto, pero la transmisión solo duró un minuto hasta que pudieron frenarla, siendo optimistas. Nadie llegó a pronunciar palabra alguna. Las lágrimas hablaron por sí mismas.

Diogo fue atrapado, al igual que la mayoría de los responsables de lo que décadas después, una vez superado el trauma, sería llamado "La caída del velo".

La muchacha de cabello corto se les sumó al patíbulo. Ese día nadie acudió a ver la ejecución. Fue la semana más triste de Londres.

Mientras esperaban su hora, los dos viejos amigos se miraron y allí cobraron sentido todas las palabras dichas por Diogo, el monstruo más humano que ella jamás conoció.

—¿Y qué lograremos con esto?

—Toda mi vida mi vida me sentí muerto, Gia. Vengo del infierno, vengo de la muerte, del abismo, de la carne quemada y del cementerio más grande jamás catalogado... Con esto me sentiré vivo. Me iré de este mundo viviendo, con los ojos abiertos y el corazón golpeando mi pecho. Sin cápsulas, sin nada. Nuestra muerte propagará vida.

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⏰ Last updated: Aug 17, 2015 ⏰

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La caída del veloWhere stories live. Discover now