Goliat

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"La vida debe ser muy difícil para quienes han tomado a la autoridad como verdad

y no a la verdad como autoridad."

G. Massey

Gia trabajaba en el centro encargado del resguardo de la memoria terrestre. Un edificio enorme de trescientos diez pisos con un subsuelo de tres niveles, en donde se registraba todo lo conocido sobre la historia del mundo. Sus archivos electrónicos comenzaban desde la prehistoria y llegaban hasta la post-historia, un nuevo período creado para alojar todos los pronósticos a corto y largo plazo. La tecnología había llegado al nivel de predecir el futuro inmediato, y un poco más allá, mediante algoritmos complejos, que incluían mediciones en tiempo real de datos climáticos, sociales, biológicos, etc. Las estadísticas eran arrojadas como cascadas de códigos que cambiaban a cada segundo.

La muchacha era una de las encargadas de controlar el turno matutino por un lapso de seis horas y luego se tomaba el resto del día para descansar. Había tenido la suerte de conseguir uno de los trabajos con menor carga horaria, y, al mismo tiempo, el infortunio de ser uno de los que más agotaban mentalmente. Entre los conocedores de historia de los siglos pasados, se llamaban "los nuevos corredores de bolsa". La Central de Memoria o CM, era la Wall Street del siglo XXII.

Con sus veintisiete años, Gia tenía la vitalidad en su punto pleno. No obstante, debía consumir quince cápsulas diarias con vitaminas y compuestos antioxidantes que le permitían evitar un colapso nervioso por la cantidad de cifras que debía manejar y, por supuesto, sobrevivir a la contaminación e inclemencias de una tierra agonizante.

En una de sus noches de recreación, fue a la taberna de siempre a beber un par de tragos en compañía del monitor portátil que llevaba a todos lados cuando se ausentaba del trabajo. Era una forma de estar alerta en caso de alarma roja. Dicho artefacto lucía como un simple reloj, pero en caso de activarlo, era capaz de desplegar una pantalla holográfica de hasta treinta pulgadas. En su estado normal, mostraba la hora, los datos climáticos y la ubicación geográfica, entre otras informaciones.

Mientras tomaba un trago de su tónico reconstituyente, un hombre de sobretodo y bufanda marrones, corrió la silla libre de su mesa y se sentó al frente, colocando su bebida sobre la tabla metálica.

—¿Puedo saber por qué siempre vienes a esta taberna? Es peligroso para una niña como tú.

Ella midió sus palabras antes de emitirlas. Sabía que estaba en zona negra, por sentido común y por conocimiento de causas; trabajar en una central del gobierno le daba acceso a la clasificación de seguridad.

—Me gusta la tranquilidad. Me recuerda a las tabernas de siglos pasados...

—No mientas. Confiesa ya quién eres, sino mi amigo te escoltará en persona hacia un lugar más oscuro.

—¿Cuán oscuro?

Gia se percató de su error muy tarde. Vio al hombre sonreír y luego perdió el conocimiento. El local tenía un sistema de defensa oculto en todas las mesas. En cuanto recibió la señal de su camarada, el barman activó el gas incoloro desde el servilletero fijo en dirección al rostro de la muchacha. Por esa misma razón, a pesar de tener la apariencia y el menú de algunas tabernas antiguas, destacaba en su fisonomía la presencia de muchos elementos metálicos, como las mesas, las barras, cuadros, etc., estratégicamente dispuestos para cubrir todos los puntos en caso de una acción de limpieza por parte de la C.I.E., es decir, el Estado.

Dentro de las mesas huecas había suficiente gas como para dormir a personas de gran tamaño y fuerza, incluso si estuvieran distribuidos en la totalidad de sus 360°. Gia sucumbió rápidamente, a causa de su delicada contextura física y fue trasladada a la bodega ubicada en el subsuelo. Allí la sentaron en una silla y la ataron con cuidado. El hombre del sobretodo le cubrió los ojos con unos lentes ultra opacos, que no permitían el paso de un solo rayo de luz, y se sentó al frente. Estaba habituado a ese tipo de acciones pues era el encargado de la seguridad del centro clandestino que funcionaba en aquel edificio.

La caída del veloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora