David

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"Nadie duerme en la carreta que lo conduce de la cárcel al patíbulo; sin embargo todos dormimos desde la matriz hasta la sepultura, o no estamos enteramente despiertos"

John Donne

Son las 1300 horas y me dispongo a cumplir con mi misión. Tengo un presentimiento oscuro y eso me aterra.

Mientras camino por la avenida de camino a la CM, miro los rostros de las personas que cruzo. Un pensamiento paranoico me dice que ellos lo saben, que reprueban lo que estoy a punto de hacer. ¿Quién soy para quitarles la calma? ¿hasta que punto liberarlos de sus cadenas no es atentar contra ellos? A veces pienso que son animales criados en cautiverio, y que liberarlos es darle muerte. Sería un asesinato limpio y elegante. Como los que comete nuestro gobierno con los desterrados.

Ahora que lo pienso, nunca hice nada por comprobar los mitos de la existencia de comunas salvajes de personas que fueron sometidas al ostracismo... Tantas preguntas sin resolver.

En esto que camino, con un rumbo fijo y un pensamiento errante, un hombre me choca. Caigo sentada y lo miro sin emitir sonido. Él tiene esa mirada acusatoria en el rostro. ¿Será del Centro Militar? Todavía debo estar en su lista sospechosa.

Luego desiste y, con un movimiento leve de cabeza, desestima conversar conmigo. Lo veo alejarse sin mirar atrás. Pero algo me deja: ansiedad. Mi pulso se acelera y corto la distancia hasta llegar a la puerta de entrada del Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres. Es la primera vez que me detengo a analizar su estructura.

Pierdo conciencia del tiempo que paso mirando hacia arriba. La divisa del Estado reluce ante el flamante sol. Es casi doloroso mantenerle la mirada. Me seco una lágrima y pestañeo varias veces para acomodar la vista. Cuando me percato de que no estoy sola, siento la mano de Diogo apoyarse en mi hombro.

Conversamos un poco y luego de explicarle que necesitamos hacerlo, no para convencerlo, sino para darme coraje y transmitirle seguridad, tomo una cápsula de fabricación artesanal de la zona negra y cuento hasta diez segundos.

Apoyo mi dedo sobre la arteria radial y reviso las pulsaciones que se van regulando hasta bajar al límite de sesenta por minuto; con esto puedo pasar la prueba de lector de identidad. Si mis latidos superan los ochenta por minuto o bajan de los cuarenta, el sistema envía mis datos a la central frente a la que me encuentro, y paso a ser una ciudadana defectuosa. Esto puede significar dos cosas: que estoy nerviosa porque voy a cometer algún acto ilícito, o no estoy bien de salud. Cualquiera de estas opciones me convierte en sospechosa y habilita a un agente a cerrar mi caso, es decir, confirmar en cuál lado de la balanza estoy.

Para no perder tiempo, toco la pantalla y espero a que dé luz verde para poder abrir la puerta e ingresar. Adentro todo brilla, con más luz que la de afuera. Los hologramas salen de una pared mostrando las noticias y los datos actuales. Me detengo a observar un titular: Dos NN serán sacrificados a las 1800 horas. Trago saliva y me giro con mi mejor sonrisa para caminar hacia la recepcionista.

—Buenas tardes. Vengo desde la CM, de la oficina IG32 para dejar un reporte de un posible rojo.

—Por favor, espere.

Señala unos asientos flotantes y marca un código en la pantalla de su monitor. Obedezco tratando de repasar el plan de acción en mi mente. Una y otra vez. De atrás hacia adelante y viceversa. En la oficina de Inteligencia General nos entrenan para romper con la linealidad del tiempo y manejar las distintas cronologías posibles. Para predecir un suceso tenemos que ir desde dicho acontecimiento hacia nuestro presente. Una alarma no es roja si no conecta todos los puntos.

La caída del veloWhere stories live. Discover now