El uno y el otro

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"La civilización necesita sus monstruos"

Black Sails

Después de convencer al Comandante, un guardia me escolta hasta el Coronel de ese sector. Toda la burocracia militar comienza a exasperarme al comprobar el poco tiempo que queda. Los pasillos alternan entre sectores completamente metálicos y trayectos de piedra lisa, sin ninguna inscripción. Es un auténtico laberinto para cualquier visitante.

—Espere aquí por favor —anuncia el hombre y se retira.

¿Cómo es que me dejan sola? Me pregunto mientras analizo mi alrededor. Tal vez, después de todo, no es mala idea porque de querer escapar me perdería. Deben estar observándome por algún lado. Busco cámaras escondidas en la pared, pero nada irrumpe con la regularidad del frío acero.

—Adelante.

Una voz grave resuena y antes de que me vuelva en todas direcciones buscando el origen del sonido, se abre el muro en frente mío dando lugar a una amplia oficina con más lujos que la anterior. Trato de no distraerme con la cantidad de dispositivos extraños en ese lugar, a medida que ingreso para tomar asiento.

—¿Dónde?

Esa pregunta me enerva todos los miedos. En lugar de repetir el procedimiento de análisis llevado a cabo por su subalterno, el Coronel va directo al asunto. Pienso que durante el trayecto me demoraron y confundieron a propósito. Posiblemente hayan estado en conferencia y a mi llegada, ya no quedaba mucho de lo que hablar. Sí, eso es, pienso, pero él no me da tregua.

Sus ojos grises inquisidores presionan mis palabras que salen apresuradas y desencajan con el silencio de la sala. Cuento la misma historia e incluso le agrego detalles.

—Insinúas que los dos que en —mira el reloj, un gesto innecesario hecho adrede para generar tensión— una hora acudirán al patíbulo, son parte de un grupo mayor.

—Eso es lo que digo, no lo insinúo —remarco con firmeza—. En la zona negra funciona una organización criminal que planea atentar mañana a la Central de Londres en todos sus organismos. Deben ir cuanto antes a detenerlos.

El hombre se levanta y comienza a caminar de un lado a otro de la oficina sin disimular su ansiedad. Yo lo sigo en su marcha pendular sin dejar de pensar en futuras preguntas y sus posibles respuestas.

—Ahora cuéntame todo, desde los atentados hacia atrás. Quiero saber por qué Post-historia no vaticinó nada. Por qué estás por tu cuenta —Sonrió. No me creía nada, había estado fingiendo para probarme.

Trato de levantarme pero antes de hacerlo apoya sus manos pesadas sobre mis hombros obligándome a conservar mi lugar.

—De aquí no te mueves hasta que no confirme tu versión.

En un parpadeo, la silla se convierte en una especie de jaula. De sus lados surgen cintas magnéticas que se aferran a mis muñecas, tobillos y cintura.

—Bonita espía —me dice mientras acaricia mi rostro antes de marcharse y dejarme sola en una prisión de metal.

*****

Mikkel recibe la señal de Diogo y manda la señal de activación a todas las bombas situadas alrededor de Londres. Un pequeño aviso amistoso desde las periferias, lo suficientemente visible como para poner en alerta a todas las autoridades y oficiales de seguridad.

Gia, desde su incómoda ubicación, ve encenderse la luz roja de su monitor. Frunce el ceño y aprieta los labios, no puede festejar desde donde está, pero siente el alivio de que los demás estén cumpliendo con su tarea. A ella solo le queda una cosa más.

Cuando era una niña se escapó de su casa para saber si era verdad lo que había escuchado una vez murmurar a sus padres. Decían que habían monstruos en las afueras de Londres y cuando ella preguntó, le prohibieron acercarse al más allá. Pero desobedeció y llevó comida en su mochila para intentar alimentar a las criaturas. Pensó que si llenaba a los animales, no la comerían a ella e incluso llegarían a ser amigos.

Pero su desilusión fue tajante. Corrió hacia los gruesos barrotes entre los que apenas cabía una mano y pegó su rostro a la densa red metálica para buscar a las bestias que tanto temían los hombres del mundo civilizado.

Espero en esa posición, sin mover un dedo, hasta que el sol comenzó a ocultarse. Sus ojos se adaptaron a la oscuridad pero seguía sin ver nada. En un instante emergió una figura desde las sombras y caminó tambaleándose hacia ella. Gia retrocedió sin mirar atrás y tropezó con una piedra. El monstruo redujo su tamaño y colocó sus manos donde antes estaban las de ella.

—Ven pequeña, no te haré daño.

Su voz sonaba rota y era apenas perceptible. La niña se incorporó y caminó mientras abría su mochila.

—¿Vas a comerme? —preguntó antes cortar la distancia que los separaba.

—No, pero estoy hambriento. ¿Tienes algo para darme?

Ella asintió y empujó por una rendija una bolsa con todos los restos de su comida de la última semana. La criatura tuvo la decencia de alejarse un poco y no tocarla con sus garras.

Gia tomó coraje y se pegó a la muralla, aferrando los hierros con sus pequeñas manos para sentirse segura. Vio como surgían más sombras y la bestia hablante les pasaba su comida.

—Gracias —escuchó en un susurro.

Desde su ubicación contempló a la población exiliada. Ese fue un quiebre para la niña porque vio que no eran criaturas come-humanos, eran, indefectiblemente, humanos. Sucios, con ropa remendada, llagas, piel seca, cabello desordenado y largo. Contrastaban con ella, vestida de blanco con el cabello cortado al ras del cuello y las mejillas rosadas. Ellos eran el otro de un mundo en el que solo había lugar para el uno.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó el primer hombre. En su cabeza ya no había lugar para la fantasía de hablar con seres fantásticos. Ahora sabía que hablaba con personas.

—Gia.

—Espero que nos volvamos a encontrar, Gia —dijo el hombre y le regaló una flor silvestre que crecía del otro lado del mundo.



La caída del veloWhere stories live. Discover now