Nuestra habitación

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En esta habitación desde hace ya, ¿Cuánto?, podrían ser siglos, pero se sigue sintiendo como la primera vez; entre suaves sabanas, rodeados por lo que los humanos consideran una decoración elegante que invita al deseo, estos cuerpos se han encontrado infinidad de veces; al principio por curiosidad, vanidad, o simplemente afán de pasar el tiempo y ¿Por qué no?; probar las mieles de lo prohibido.

Por eso, aún sabiendo que traicionaba los rígidos principios de los suyos; el Shinigami se envolvía en una danza llena de pasión con aquel ser, el mismo cuya sola presencia debía desgastarle de tal manera que le incitara a destrozarle con su guadaña, era quien en este instante hacía temblar su cuerpo con cada embestida, calcinándole el cuerpo con cada roce de sus dedos, marcándole con cada beso y tatuando sus colmillos alrededor del cuello.

Su lengua era inquieta y no podía más que reclamar vorazmente su boca; pero si bien le amaba, jamás se permitía perder; por eso hizo que sus cuerpos rodaran sobre el lecho, quedando sobre él, parecía increíble la manera en que este podía borrarlo todo de su mente, el despacho, el lugar donde se encontraban, el tiempo; todo se volvía de un negro tan profundo como el tono de sus cabellos y  lo único que subsistía era el calor de su ser, lo que importaba era que en venganza a todas las veces que lo había tomado, le haría gemir de tal manera que ninguna palabra lograra salir de sus labios, por ello se movía con salvajismo contra su falo, sujetándose de una cuerda que pendía del dosel de la cama hasta casi sentirle abandonar su cuerpo, para luego dejarse caer, haciendo que sus gemidos se unieran a los suyos.

A cada segundo se hundía más en aquel abismo, hasta que su propio orgasmo le hizo reaccionar, arqueando la espalda de manera casi irreal, sintiendo como aquel enorme trozo de carne parecía destrozarle las entrañas con tal fuerza que un rocío de gotas de sudor abandonaron su cuerpo, mezclandose con su simiente.

Como la mejor de las batallas donde todo se tiñe de su favorito color carmín, infinito como su propia existencia, tan bello que las palabras no logran describir y que solo puede comprender el corazón de los amantes, de tal magnitud era su llegada al extasis, tan breve y eterno que solo nuevos movimientos contra su entrada le hacían despertar; de nuevo sobre el lecho con la verdadera forma del demonio sobre sí.

—Ahora es mi turno—y eso significaba seguir haciendolo hasta perder deliciosamente la consciencia.

— ¡Ahhh Sebastián!

———

Londres se vuelve muy ruidosa por las mañanas; las doncellas acompañan a sus amas a hacer diversas compras; el sonido de los cascos de los caballos contra las baldosas y los gritos de los Lores que van apurados hacia alguna parte, junto con el pregonar de las ultimas noticias, logran romper el encanto que tan irresistible se vuelve por las noches. Pareciera que incluso las aves tienen bastante que comentar por las mañanas y los rayos del sol atraviesan inclementes las cortinas, para avisar que la fantasía ha terminado.

Las sabanas cubrían su cuerpo desnudo, en algunas partes se mostraban casi transparentes por la húmedad que adquirieran durante la noche; el largo cabello rojo se extendía a través de los almohadones.

El Shinigami se removió soltando leves quejidos, incorporandose, desperezándose mientras veía al sirviente, que en ese momento hacía con maestría el nudo de su corbata, tarea que abandono para ir hasta donde estaba y darle un beso.

—Buenos días.

Stefan [SebasGrell]Where stories live. Discover now