El llamado de la sangre

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En la sala de portales que conectan al mundo humano, existen cincuenta puertas, sus marcos parecen pender de la nada, los diseños resultan cuadrados, sencillos, a diferencia de los picaportes con una calavera tallada de forma muy elaborada; frente a ellas los shinigamis aguardaban su turno sin prestar atención a lo que ocurre a su alrededor, eso hasta que un portal en particular se abrió, dejando salir al shinigami cuyos cabellos escarlata se adherían a sus húmedas ropas, la piel de su rostro lucía más pálida, la candidez de su mirada era distante, como un muerto en vida.
Todos comenzaron a murmurar sobre su aspecto, pero sobre todo por la esencia inconfundible que podía sentirse invadir el ambiente; pero a Grell no le importó, siguió caminando sin prestar atención a las miradas de rechazó hasta toparse con una en particular.
William estaba allí, con esa forma gélida de verle, pero infinitamente más intensa, a pesar de lo mucho que trataba de contenerlo, estaba furioso y le veía con un desprecio mayor.
Grell pasó a su lado para marcharse, pero este lo siguió de cerca.
—Es increíble que aún te atrevas a rebajar el mundo shinigami de esta manera, tal parece que no hay castigo suficiente que te haga entrar en razón, siempre ha quebrantado las reglas a voluntad, pero esto—sus palabras habían perdido por completo la frialdad— ¡apestas a demonio, volviste con él!
El pelirrojo volteó, encarándolo, no había en su rostro rastro alguno de la sumisión que mostrará tiempo atrás.
— ¡estoy aquí!, ¿no es cierto?, y de todas maneras, lo que haga no es problema tuyo, William.
Se alejó dejando tras de sí el eco del sonido de sus tacones golpeando con fuerza el suelo, estaba furioso, pero no con su antiguo compañero, sino consigo mismo.
Terminó con la mayor rapidez posible sus pendientes en el despacho, para llegar a su departamento, estando allí preparo una tina de agua caliente en la que se sumergió, las ropas habían sido colocadas sobre una silla para deshacerse de ellas más tarde, era increíble tener que guardar las apariencia de tal modo, con lo llamativo que le parecía el aroma que desprendía el cuerpo de un demonio, aunque no de cualquiera, porque la esencia mortal de Sebastián era única, podría reconocerla aún en medio de un centenar de tales criaturas, no podía evitarlo, estaba embriagado de su ser, cerraba los ojos para rememorar las caricias rudas que le diera, llevaba las yemas de los dedos hacia sus labios delineándolos, sintiendo lo hinchados que aún estaban por sus besos fogosos, su mano izquierda había descendido por su pecho, su vientre y cuando estaba a punto de rozar su hombría, se detuvo, salpicando gran parte del suelo al incorporarse tan bruscamente.
Lo suyo ya no podía ser, porque incluso cuando el demonio sintiera por él toda esa pasión correspondida, no debía olvidar que las clausulas permanecían, su amor infinito era el precio que debía pagar por la seguridad de ambos.
De nuevo se sumergió, sintiendo como las lágrimas corrían por sus mejillas, no debía pensar más en él, ya no podía estar con Sebastián pero, ¿qué hacía con su deseo, y sentimientos?, esos no podían desvanecerse como su aroma en el agua.
— ¿Sempai, estas en casa?
La voz de Ronald lo saco de sus tormentosas cavilaciones, se enjugo las lágrimas, aun sabiendo que no serviría de mucho, pues sus ojos debían estar delatadoramente rojos, sin embargo podía fingir mayor tranquilidad en la voz.
— ¡Estoy tomando un baño, saldré pronto!
La puerta se abrió, dejando pasar no a su aprendiz, pues nunca se atrevería a violar su privacidad de aquel modo; sino a Stefan para quien no habían barreras que lo alejaran de su padre, excepto quizás las del colegio.
— ¡papi!, te hice un dibujo mira.
Cuando se acercó a la orilla de la tina, Grell emergió para abrazarlo en un acto reflejo, el pequeño seria siempre su motivación, la unión con su amado, por lo que no volvería a dudar nunca, no con la fuerza que le brindaban los pequeños brazos que lo estrechaban.
—te quiero tanto Stefan.
Su voz sonaba un poco quebrada, muy a pesar de sus esfuerzos no podía dejar de llorar.
— ¡yo también te quiero mucho papi!, pero el dibujo se está mojando.
El pelirrojo se apartó, tomando aquel papel entre las manos.
—lamento haberlo arruinado, ¿me harías otro?
El pequeño le sonrió, entrecerrando los ojos lo que denotaba más sus espesas pestañas, tenía la misma sonrisa de su padre.
—sí, te haré todos los dibujos que tú quieras papi.
Grell le dio un beso en la frente, retirando algunos de los cabellos que le caían en el rostro.
—gracias, ahora se bueno y ve con Ronald un momento.
El chico asintió, corriendo emocionado, alegre como siempre.
Grell salió del baño vestido con ropas sencillas, noto en la mirada de Ronald que ya se había enterado de lo que pasó, las noticias sí que corrían muy rápido en el despacho, sin embargo el rubio siempre había tenido algo de prudencia, por lo que aguardo a que Stefan se marchara, para hacerle un comentario a su amigo.
—Debes tener cuidado, a los altos mandos no les gustara que...
El pelirrojo se acercó para poner un par de sus delgados dedos sobre sus labios.
—ya tome mi decisión Ronald, años atrás cuando Stefan estaba en mi vientre, así que por favor no interfieras.
El rubio asintió, no tenía sentido tratar de seguir con esa conversación, porque sabía que Grell haría lo que deseará como siempre.
———
Los días fueron avanzando con aparente normalidad, para Stefan ir a la escuela parecía estar formando parte de una rutina, pero en su pequeña mente seguía la idea de irse con su papi, por eso durante los recesos se acercaba a las pequeñas rejas que separaban el patio del resto del mundo, algunas veces shinigamis que trabajaban cerca se quedaban charlando, y gracias a ello se enteraba de cosas interesantes.
Un buen día, esperaba mientras Henry volvía del servicio, estaba mortalmente aburrido, observándolo todo cuando logro ver a un shinigami de cabellos platinados, era bastante alto, y se le veía malhumorado, en cierta forma le recordó al hombre a quien Ronald también llamaba Sempai.
—Desearía estar como esos pequeños y no tener que volver al mundo humano.
A su lado, un chico de llamativos cabellos cobrizos, parecía tratar de darle ánimos.
—Venga ya, no es para tanto, piensa en lo mucho que te ayudaran todas esas horas extras de práctica.
El peliplateado suspiro resignándose.
—Entonces debemos ir a los portales.
Aquella palabra despertó el interés del pequeño, había escuchado a su padre hablar de ellos, si tan solo pudiera saber dónde se hallaban, podría seguir a esos shinigamis y averiguarlo, pero ¿cómo saldría?
Las rejas no eran muy altas, tenían puntas de lanza, pero entre ellas quedaba espacio suficiente para poderse deslizar, trataba de subirse lo más rápido posible, pues aquellos shinigamis se alejaban y no quería perderles de vista.
— ¿Stefan, que haces?
La tímida voz de Henry le hizo sobresaltarse, a la vez que le dio una idea.
—voy a ir a ver los portales, ayúdame.
El pequeño se acercó para que Stefan subiera sobre sus hombros, lo que le dio la altura necesaria para deslizarse hacia el otro lado.
—pero...
El moreno estiro la mano pero no logro sujetarlo con la suficiente fuerza.
—tengo que ir, espérame aquí, no debes decirle a nadie, ¿lo prometes?
El castaño asintió, aunque no quería que Stefan se metiera en problemas.
—El instructor se molestara si no te ve, pero guardare el secreto.
Le sonrió, metiendo la mano por entre las rejas y revolviendo juguetonamente sus cabellos castaños.
—no tardaré.
Se alejó vivaz como siempre, por suerte los shinigamis llevaban un paso muy tranquilo, por lo que pudo seguirlos, escondiéndose cuidadosamente detrás de algunas plantas como precaución, luego de un rato logro ver algunas extrañas puertas, estaban allí, suspendidas por la nada, y parecían abrirse cuando el shinigami pasaba rápidamente sus dedos de derecha a izquierda sobre una calavera tallada, para desaparecer casi de inmediato, Stefan estaba feliz, pronto podría ir con su papi al trabajo.
———
La campana había sonado de nuevo, todos los chicos dejaban el patio para volver al salón de clases, poco a poco sus pasos se volvían más lejanos y el silencio reinó de tal modo que Henry podía escuchar el sonido de sus propios latidos que incrementaban mientras frente a sí se mostraba la calle sin rastro alguno de Stefan.
—Henry.
La pausada voz del instructor lo hizo voltear.
— ¿sí?
El joven le sonrió con amabilidad.
—ya es hora de volver al salón, solo faltan ustedes, ¿Stefan, donde esta?
El pequeño bajo la mirada, para evitar que viera como el manto acuoso cubría sus ojos, pues tenía muchas ganas de llorar, no quería mentirle al instructor, pero tampoco traicionar a su amigo.
—pues, Stefan
Una voz alegre lo hizo levantar la mirada de nuevo.
— ¡Henry!
Ambos voltearon, el instructor retrocedió un paso al verlo con todo el uniforme manchado de tierra.
— ¡Stefan!, mira nada mas como estas, ¿qué ha pasado?—El moreno le sonrió, sacudiéndose un poco las ropas, pero el joven había sacado su pañuelo para poder limpiarlo un poco—un shinigami debe ser muy pulcro, vamos debemos cambiarte de ropa.
Mientras lo llevaba del brazo, el pequeño volteo hacia su amigo, dedicándole una sonrisa, a la que el castaño correspondió.
———
La mirada de Grell con frecuencia tenía un atractivo brillo mortalmente peligroso, siempre lograba cautivar, pero esa mañana en particular se mostraba de lo más sombría.
Mientras terminaba de vestirse, dedicaba una leve mirada de soslayo al libro de la muerte sobre su cama, la mayoría eran misiones cortas sin demasiadas complicaciones, pero una en particular le había causado suma intranquilidad, había que hacerse cargo de un alma en terreno de los Phanthomhive, lo que implicaba volver a verlo, claro que podría haber cambiado aquellas misiones, pero no estaba entre sus planes por siempre seguir huyendo, mucho menos entregarse a la pasión que demandaba su instinto, era momento de poner un alto, no había más remedio.
Suspiró para ir hasta la sala donde Stefan ya lo esperaba, se le veía de lo más contento, esa era su motivación, su fuerza.
Durante los últimos días, Ronald se había encargado de llevarlo a la escuela, pero hoy lo podría hacer el mismo, sería una buena oportunidad de pasar más tiempo con su retoño, además podría tomar los portales instalados cerca del colegio.
De camino, el pequeño había estado muy alegre, lo que tranquilizaba en gran medida a su padre, quien le dio un fuerte abrazo antes de llevarlo con el instructor.
—pórtate muy bien Stefan
Aún se mostraba un poco reacio a entrar, pero igual le dedico una sonrisa.
— ¡si, papi!
Mientras el instructor se quedaba recibiendo al resto de los chicos, el moreno corrió con Henry, lo tomo de la mano haciendo que se perdieran de vista tras el edificio principal.
— ¡espera, Stefan!, ¿a dónde vamos?
Pero en lugar de responder, lo llevo a un rincón que pasaba un poco desapercibido. Algunos ladrillos faltaban, dejando un hueco lo suficientemente grande para poder pasar.
—Iré con mi papi—un gesto de sorpresa se apoderó de Henry, él tenía miedo de que su amigo se metiera en problemas.
—pero...
Sin embargo el moreno estaba decidido y no podía perder más tiempo explicándole.
—Estaré bien, se cómo funcionan los portales, pero debes prometerme no decirle a nadie, será una sorpresa.
Su sonrisa era de lo más contagiosa, por eso el pequeño se la devolvió, a su vez prometiéndole que no diría nada.
Luego de aquella rápida despedida, Stefan salió corriendo hacia el lugar donde recordaba haber visto a los shinigamis, pero para su sorpresa no vio a su papi, lo cual lo puso algo triste, ya estaba por regresar al colegio, pero entonces recordó lo que vio aquella vez. Cuando un shinigami pasaba por el portal, los ojos de la calavera tallada en este brillaban con un tono verde; solo una de las puertas lo tenía, el vínculo con el mundo humano se conservaba, pero desapareció luego que el pequeño híbrido cruzó por ella.
———
El asunto era muy simple, o al menos fue lo que pensó aquel caballero cuando le ofrecieron tal suma por terminar con la existencia del conde, no esperaba que fuese un niño, pero la cantidad tan generosa hizo que perdiera fácilmente los escrúpulos.
Había pasado gran parte de la semana estudiando su rutina, terminar con su existencia no sería complicado a no ser por ese molesto mayordomo que lo seguía como una sombra, pero nadie es perfecto, así pues durante un breve lapso del día, el chico se quedaba solo, ese tiempo era más que suficiente.
Cuando estaba sentado en su estudio, con las ventanas que daban al balcón abierto, sería cuestión de unos segundos, un solo disparo bastaría.
El resto de los sirvientes eran distraídos por lo que poder escalar no le fue complicado, estaba allí, apuntándole, pero la silla que usualmente daba la espalda, estaba frente a si, con el conde viéndole con un gesto por demás tranquilo, resultaba escalofriante, como si no temiera en absoluto a la muerte; sin embargo eso no lo acobardo, disparo, aunque la bala termino entre los dedos del sirviente que parecía haber salido de la nada.
—Me parece, que le pertenece.
La bala termino en su pecho, imposible que un humano tuviese tal fuerza, sentía como el proyectil se internaba entre sus carnes mientras caía, estrellándose estrepitosamente contra el suelo, comenzando a ver todo difuso, pues su mirada se teñía de carmín como la de los cabellos que ondeaban al viento frente a sí.
—Ángelo Slaya, asesino a sueldo, con una vida nada honorable, me temo que tu presencia no afectará el destino del mundo.
La cinta dejo de correr, al tiempo que el cuerpo daba sus últimos estertores.
Mientras el shinigami colocaba el sello sobre su libro, sintió esa presencia tan conocida, pero no se mostró, sería mejor aprovechar la oportunidad para huir, así pues avanzó con rapidez hasta llegar al bosque cercano, sin embargo le tenía ya, prisionero entre sus brazos, brindándole aquel sabor peligroso de sus finos labios, todo en su ser le pedía ser fuerte, alejarse de la sensación que lo enloquecía.
Llevó sus manos a rodearle, las fue deslizando entre sus ropas sin romper el contacto de aquel fogoso beso, hasta que logró sentir la fría plata de los cuchillos que solía llevar, tomó uno de ellos apretándolo con fuerza, convenciéndose a sí mismo de que lograría mantener su decisión firme, para en un rápido movimiento, hacerle con él una herida en la mejilla, empujándolo.
—Te lo advierto demonio, aléjate de mí.
Sebastián limpio la gota de sangre, le restó importancia, incluso cuando Grell permaneció con esa actitud agresiva mientras le apuntaba con el cuchillo manchado con su sangre.
—No—en su voz no había rasgo de alguna emoción—puede que lo hayas olvidado pero hace algún tiempo hicimos un contrato, las clausulas fueron claras, tú eres mío Sutcliff.
El shinigami retrocedió, claro que lo era, por la eternidad le pertenecería, pero por su propio bien debían separarse.
— ¿qué te hizo pensar que lo respetaría?, ya te lo había dicho, para mí solo fue un juego, ¿por qué habría de ser el amante de un demonio?
La sonrisa se dibujó muy amplia entre los labios del moreno.
—Estas mintiendo, no te mostrabas tan reacio la última vez, te sometiste a mí, incluso ahora esos besos, todo tu ser me corresponde—avanzó muy decidido hacia él, pero Grell lanzo el cuchillo clavándolo en la tierra frente a él.
—Se acabó, lo diré una última vez, aléjate o tendremos que resolver esto como enemigos mortales.
El demonio sabía que su esencia lo estaba llamando al igual que lo hacia la suya, a pesar de todo el pelirrojo no tenía tan pocos escrúpulos para jugar con él, pero si lo que debía hacer era sacarle la verdad por la fuerza, entonces así sería, no pensaba perderle de nuevo.
Metió la mano derecha entre su saco, deslizando esas brillantes armas marcadas con el emblema de los Phanthomhive.
—si lo que deseas es pelear, entonces hagámoslo.
El shinigami tenía la sierra entre las manos, haría lo posible por no dañarle, pero si no había otro remedio, le dolía el corazón de solo pensarlo, cuan cruel era el destino para hacerle blandir un arma contra su amado demonio.
Ambos estaban preparados para una lucha que no deseaban, pero entonces un pequeño emergió de detrás de unos arbustos cercanos, corrió ágil hasta abrazarse a las piernas de su padre, estaba cubierto de ramas y tierra, pero con una enorme sonrisa por al fin haberlo encontrado.
Grell soltó la sierra para poder cargar al pequeño, no entendía cómo era posible que estuviese en el mundo humano, pero quizá no tendría otra oportunidad y tal vez era la única forma de que Sebastián lo comprendiera.
—es mi hijo...se llama Stefan.
El demonio se sintió muy herido, una punzada de celos le resonó en el pecho al comprender que otro hombre logro alejarlo de su hermoso pelirrojo, pero cuando el pequeño volteó, de sus ojos emano un brillo purpureo idéntico al de los suyos haciéndole reconocer a su estirpe, afectándolo de tal modo que dejo caer los cuchillos que traía entre los dedos.











Stefan [SebasGrell]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt