Capítulo 2: DIGNIDAD PERDIDA

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—¿Dónde lo encontraste? —pregunté bastante emocionada mientras intercambiábamos nuestros objetos perdidos, recuperando respectivamente lo que era importante para cada uno.

—Esta mañana, mientras buscaba mi libreta, lo encontré —dijo.

—¿Cuándo nos encontramos con Sucrette y el pulgoso ya lo tenías? —pregunté un poco enfadada. 

Él asintió y yo lo miré muy enfadada.

—Lo encontré cuando llegué al instituto y lo guardé pensando en llevarlo a la sala de delegados, pero como estaba buscando mi libreta lo olvidé —dijo sin inmutarse siquiera.

Reí con sorna. 

—Cuando nos encontramos con Sucrette dije que yo estaba buscando un pendiente —reclamé. 

Él me miró como tratando de hacer memoria.

—Ah, sí. Pero no se dio la oportunidad. Además, cuando dijiste esa frase, intenté concentrarme en ella para no olvidarla, era una buena frase. 

Suspiré resignada, no valía la pena enojarme y, al menos, ya había recuperado lo que había perdido.

Aunque sí él me lo hubiera entregado entonces: yo habría podido poner atención a las clases, Farrés no me habría llamado la atención y no habría estado preocupada todo el día. 

Pensándolo mejor tenía todo el derecho de estar enojada con él. 

Lo fulminé con la mirada y ni siquiera dije gracias. Estaba molesta, y ambos habíamos obtenido algo del otro, así que quizá no había nada que agradecer.

»¿Recuerdas la frase de esta mañana? —preguntó cuándo intentó irme. Lo miré confundida—. Intenté concentrarme en ella, pero la olvidé. 

Eso era el colmo, después de todo lo que pasé por su culpa aún me preguntaba la frase.

—Lo siento —dije con cierto deje de sarcasmo—, estaba tan preocupada por mi pendiente que también la olvidé. 

—Entiendo —dijo y me fui dejándolo atrás. 

«Que idiota» pensé.

De salida del instituto me encontré con Nathaniel anunciándome que aún no tenía noticias de mi pendiente. Dije que ya no hacía falta, que lo había recuperado y me quejé con él del albino.

—Si estaba buscando una libreta debe ser Lysandro —dijo—. No deberías enojarte con él, es todo un despistado. Esa libreta ha estado tiempo pérdida que en sus manos —informó sonriendo—. Seguro no lo hizo con mala intensión.

De pronto todo mi enojo se vio sustituido por culpa. Me moría de vergüenza de solo pensar que había sido muy injusta con él. 

Debía disculparme y pronto, así que fui a buscarlo, pero ya no lo encontré. 

—Será después —dije y suspiré.

Cuando llegué a casa le conté a Iris lo que había ocurrido y también me reprendió. Aunque tampoco era como si yo lo hubiese hecho con la intensión de molestarlo, yo no sabía que él era un despistado incapaz de recordar que día vive.

Pensé que sería bastante conveniente que se le olvidara también mi desplante del día anterior pero, cuando me lo encontré en el pasillo a la mañana siguiente y me apartó la mirada me di cuenta que no había sucedido.

—¿Por qué diablos eso no se le olvidó? —susurré y una voz algo familiar habló a mis espaldas. 

—Porque cuando algo te lastima no puedes olvidarlo —dijo el pelirrojo grosero que había conocido la tarde anterior. 

Eso fue un gancho al hígado. El estúpido pelirrojo me acababa de acusar de herir a ese chico albino. 

Cerré el casillero y pegué la frente a él.

—No era mi intención hacerlo —aseguré—. Estaba enojada, quería desquitarme.

—Sí, pareces de ese tipo —soltó el pelirrojo sonriendo de medio lado.

—¿De qué tipo? —pregunté a punto de molestarme por su burlona expresión. 

—Del que no se deja. Era tu venganza, lo entiendo —dijo y suspiré.

Aunque me hubiera molestado escuchar lo que él dijo de mí, yo era más bien del tipo que yo describía.

—Yo creo que más bien soy del tipo que se enoja rápido, la riega gacho y luego se arrepiente —anuncié un poco apesadumbrada.

—Cómo un fósforo —dijo. No entendí la comparación así que lo miré intrigada—. Te enciendes fácil, se acaba pronto y sólo quedas quemada —explicó. 

Eso me sonó a insulto y su tono burlesco me hizo enojarme.

—Aquí el único fósforo eres tú, pelos de menstruación —dije y me fui muy molesta.

—Pero aguanto bastante prendido —dijo en grito luego de reírse fuerte—, cuando quieras te lo pruebo.

Ni lo miré. Solo lo ignoré y caminé más rápido.

A la hora del almuerzo me condolía con prima que al parecer también se divertía con mi culpa. 

Y es que yo era así. No podía hacer algo malo y no sentirme culpable por ello. Por eso, en lo posible, intentaba ser buena persona. Aunque casi nunca me salía, porque cuando me enojaba entraba en modo "chica impulsiva que no piensa lo que hace" y terminaba regándola gacho.

—¿Qué hago, Iris? —pregunté en serio preocupada.

—No sé. ¡Ah!... Rosa ven —pidió a una chica de cabello hermosamente blanco. La chica se acercó a nosotros y mi prima le hizo una pregunta—. ¿Cómo puede esta tonta congraciarse con Lysandro? 

—¿Así que tú eres la que le rompió el corazón a mi cuñado? —preguntó la chica a la que Iris llamó Rosa. 

Dejé caer mi cuerpo sobre mis piernas cruzadas en el piso.

—Ay no... ¿Cómo es que todo el mundo lo sabe?

—Salió en el periódico escolar —explicó Rosa. 

—¿Disculpa?, ¿qué? —pregunté bastante asombrada y muchísimo de confundida. 

—Parece que Peggy los vio y se armó una buena historia —dijo—. Ella debería ser escritora de novelas de ficción —sugirió sonriendo y yo supliqué porque me tragara la tierra.

»Sé que seguro las cosas no fueron como Peggy las cuenta —añadió sonriendo divertida—, pero si quieres congraciarte con Lysandro puedo ayudarte. Además, no te preocupes por el artículo del periódico, nadie le creemos a Peggy.

Rosa sonrió, pero eso no me dejaba tranquila.

»Lysandro no es tan complicado —dijo—, así que será fácil. Y lo más probable es que ya ni se acuerde de nada.

Me emocioné al creer que quizá su olvidadiza memoria había hecho efecto, pero se me acabó pronto la emoción.

—Oye Rosalya... —dijo el albino llegando hasta la chica de cabellos blancos—. Oh —hizo al verme cerca y apartó de nuevo la mirada. 

Rosa se mostró sorprendida, Iris divertida y yo hice una insonora rabieta.

«¿Por qué no se le olvidaba?, ¿En serio lo había lastimado? ¡Demonios!».


Continúa...



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