Leyendo al asesino

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No tenía prisa, pero aumenté la velocidad de mis pasos que resonaban estruendosamente a lo largo del pasillo vacío. No me atreví a voltear. Doblé a la derecha en la primera esquina, creyendo poder encontrar allí a otros estudiantes que, al igual que yo, se dirigían a sus respectivos casilleros en busca de alguna pertenencia.

Aminoré la marcha, intentando calmarme. No deseaba llamar la atención, aunque mi cabello despeinado y el sudor que se deslizaba por mi rostro delataban los nervios que me atormentaban. Sentía el corazón latiendo al ritmo de mi acelerada respiración. No había nada que pudiese hacer para luchar contra aquel sentimiento que me acompañaba desde hacía ya varios minutos; lo presentía, pero era incapaz de asegurarlo. Estaba siendo vigilada.

Me detuve frente a mi casillero, abriéndolo distraídamente. No necesitaba recoger ni guardar nada. Solo quería pasar desapercibida. No era la primera vez que aquella sensación recorría mi cuerpo. Sospechaba que ese individuo llevaba bastante tiempo vigilándome, siguiéndome como una sombra silenciosa que se esconde de su dueño. Me atemorizaba la idea de comprobar mis sospechas, pero la curiosidad me ganó. Volteé y lo vi. Nuestras miradas se cruzaron.

En realidad, se sintió más como si su mirada me atravesara, al igual que un disparo certero en el medio de la sien. ¿Cómo era posible que ese chico estuviese en todos lados?

El joven sonreía, logrando que todo mi cuerpo se estremeciera; no solamente a causa del miedo, sino también por la emoción. Se trataba de la persona más atractiva y, al mismo tiempo, más escalofriante que jamás hubiese visto.

No se movía.

Me observaba cual estatua sepulcral desde la esquina por donde yo había doblado varios segundos atrás. Sí, me observaba y sonreía mientras, en mi mente, creía escuchar su voz diciendo fuerte y claro "yo sé algo que tú no".

Cerré el casillero sin colocar el candado y continué caminando velozmente. Mis piernas temblaban, amenazando con hacerme caer. Me mordí el labio inferior y coloqué una mano sobre mi corazón, presionando con fuerza, temiendo que intentase escapar de mi pecho.

Odiaba sentirme de esa forma cuando él estaba cerca. Mi reacción ante su presencia era estúpida, ilógica e irracional. Me asustaba el chico del que me había enamorado. En realidad, no sé si fuera amor, pero realmente me atraía. Me gustaba como jamás otro joven me había interesado. Y me aterraba. Sentía escalofríos cuando su mirada se posaba en mí. Debía estar loca ¿No? Mi vida era una completa ironía —un chiste de mal gusto— desde que él se había cruzado en mi campo visual por primera vez, desde que por mi mente cruzó la sospecha de que el atractivo joven pudiese ser un asesino.

No prestaba atención al trayecto que estaba realizando y, sin darme cuenta, entre giros a izquierda y derecha, regresé nuevamente al sector con casilleros. Soy idiota, lo sé. Para disimular mi error, abrí nuevamente el espacio donde guardaba los libros. Quizás, sólo quizás, él creería que olvidé algo.

Claramente eso no ocurrió. Cerré los ojos y supe que estaba de pie, detrás de mí. Sentí su tibio aliento en mi nuca y su perfume con aroma a vainilla invadió mi nariz.

Se acercó aún más, tanto que pude sentir la mochila clavándose en mi espalda. Cualquier chica normal se derretiría al tener tan cerca al joven de sus sueños. Yo no. Creí que iba a desmayarme del susto. Mis músculos se tensaron. Maldije que el chico que me gustaba me prestara tanta atención.

—Dicen que la curiosidad mató al gato —susurró en mi oído. Su voz resonó en cada recoveco de mi cuerpo y de mi alma.

—También dicen que, al menos, murió siendo sabio —contesté, intentando ocultar mi debilidad. Mi miedo.

—¿De qué le sirve el conocimiento a un cadáver?

—No sé... —mi voz titubeó—. No sé a qué te refieres.

Sus labios se posaron suavemente sobre mi lóbulo izquierdo.

—Pronto tendrás noticias mías, preciosa —susurró—. Muy pronto —repitió al tiempo que comenzaba a alejarse lentamente por el pasillo.

Caí de rodillas. Todo mi cuerpo se estremecía a causa de un espeluznante escalofrió. No comprendía lo que acababa de ocurrir. Sentí el pánico deslizarse por mi cuerpo. Levanté la mirada y lo observé detenidamente.

Debo admitirlo, soy extremadamente cobarde. Solo era capaz de verlo directamente cuando él no me devolvía la mirada. Su cabello ondeaba suavemente con la brisa que entraba por las ventanas. Se veía fenomenal con su campera de cuero y el pantalón oscuro que delimitaban a la perfección su sensual anatomía. Me volvía loca, aunque mi instinto me pedía a gritos que huyera, que me alejara de él lo más rápido posible.

—¡Luna!

Oí que me llamaban y regresé a la realidad. Sacudí la cabeza, confundida, y me levanté. Suspiré, al notar que mis rodillas se habían ensuciado, al igual que el dobladillo del jumper, que tendría una cita obligada con el lavarropas aquella noche.

Me giré y sonreí a mi mejor amiga.

—¡Hola Romi! —saludé con falsa alegría—. ¿Regresamos a casa?

Ella asintió.

Vivíamos a solo unas manzanas de distancia y, en general, caminábamos juntas a la salida de la escuela. Romina me observaba fijamente. Sospechaba que algo andaba mal, pero no se atrevió a preguntarme. Ella confiaba en mí porque yo jamás le ocultaba mis problemas. O eso creía. Por primera vez, algo en mi interior me decía que debía mantenerme callada, esconder lo que había sucedido.

Sabía que debía andar con cuidado. Si ella sospechaba que yo creía estar en peligro, posiblemente intentaría ayudarme, hablar con él, con mis padres, incluso llamar a la policía.

—¿Lo has visto? —preguntó.

Contesté afirmativamente con un movimiento de mi cabeza

—Creo que le gustas —murmuró ella.

Intenté parecer sorprendida, o al menos, emocionada.

—Eso es genial —mentí.

No puedo explicar el motivo, pero mi cerebro me decía que algo raro ocurría entre el chico y yo. Algo grande, mucho más importante que un simple amor a primera vista; un lazo tan complejo que escapaba a mi comprensión. Algo que era, además, bastante peligroso.

Recordé que mi abuela me había dicho de pequeña que la curiosidad podría matarme. Quizás ella tuviera razón. El encuentro con el joven había erizado cada cabello de mi cuerpo y su advertencia se repetía en mi cabeza como un eco interminable. "La curiosidad mató al gato". Y yo no quería morir sabiendo. Prefería ser una humana ignorante antes que un cadáver sabio.



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Hola, lectores. Bienvenidos a esta nueva historia.

Lo que acaban de leer es un primer acercamiento a la trama, una introducción.

Si les ha gustado, denle un voto o dejen un comentario.

Saludos.

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