Sorprendida

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Luego de haber notado que Damián estaba estacionado frente a mi casa, lo visualicé mentalmente entrando por la fuerza a través de una ventana, subiendo las escaleras hasta mi cuarto y apuntando un arma hacia mi cabeza antes de volarla en pedazos.

Afortunadamente eso no ocurrió en la vida real, solo en mis pesadillas que no dejaban de enloquecerme.

Habían pasado ya varios días desde el beso con Gael y aún no lograba acomodar mi mente que parecía divertirse haciéndome jugarretas; permitiéndome ver cosas que no estaban allí y oír estruendos inexistentes. Para peor, por las noches me creía oler sangre y necesitaba encender mi lámpara de noche para sentirme segura. Al parecer, los únicos sentidos que me seguían funcionando a la perfección, eran el tacto y sabor. Al menos logré evitar a Damián por casi una semana.

En los últimos días, Gael y Romi me acompañaron a todos los lugares a los que fui. El chico me recogía cada mañana para ir a clase, y la joven me seguía incluso hasta el baño de mujeres. Adiós preciada privacidad adolescente.

Quisiera o no, me tuve que adaptar a aquella rutina de vigilancia y protección de mis mejores amigos. Por un lado lo agradecía, mientras que por otro la curiosidad volvía al ataque y me incitaba a tener aquella conversación con Damián.

El asesino actuaba con toda naturalidad, como si yo no existiera. Me ignoraba de la misma manera que yo lo ignoraba a él. Romi decía que era mejor así, pero no. En el fondo eso me incomodaba, me dolía. Quizá yo ya no le importaba y, cada vez que lo veía pasar, me llevaba una mano a los labios, recordando su sabor y deseando más.

Varias veces encontré pequeñas notas diciendo que debíamos vernos en secreto. Los mensajes los hallaba dentro de mi casillero, entre los libros, en los bolsillos de mi mochila e incluso en la puerta de mi casa, pegados con cinta al picaporte.

Jamás le contesté ni me puse en contacto con él. Muy por el contrario, destruía los mensajes, a veces sin leerlos. Conocía el contenido.

La semana pasó veloz y el sábado no me encontré ni con mis amigos, ni con Damián. Un tranquilo día de descanso tanto para mi cuerpo como para mi mente. Lo necesitaba. No quise salir a ningún lado a pesar que Gael insistió en querer invitarme al cine. Me avergonzaba la idea de estar a solas con él. Ya me resultaba suficientemente tortuoso el recorrido matutino desde mi hogar hasta la universidad en su coche. Me incomodan sus usuales sonrisas y abrazos. Ya no podía verlo como antes.

Supuse que el domingo sería otro largo y monótono día. Me levanté despeinada, con todo el cabello revuelto, parecido a un nido de pájaros. No me preocupé por arreglarlo porque no tenía planeado salir a ningún lugar.

Miré la hora en el reloj sobre la mesa junto a mi cama; eran las 9:14Am. Y mi estómago rugía.

Me puse de pié y acomodé el viejo camisón azul que solía enrollárseme hasta el ombligo. No permitía que nadie, ni siquiera Romina, me viese vestida con eso porque era ligeramente transparente y me avergonzaba sentirme desnuda. Pero era excesivamente cómodo. Lo utilizaba únicamente en fines de semana cuando sabía que nadie, salvo mis padres, me verían.

Sin fijarme en mi aspecto, bajé las escaleras para dirigirme a la cocina. "Mi madre ya habrá preparado el desayuno, quizá me llamó y no la escuché" pensé, esperanzada.

Al llegar a la planta inferior, me extrañó no haber escuchado el menor ruido. Me posé en la entrada de la cocina. No había desayuno preparado, mucho menos servido. La casa parecía desierta.

Recordaba vagamente que mi padre había mencionado algo sobre unas entradas para la carrera del fin de semana, así que posiblemente estuviesen allí.

Leyendo al asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora