Ultimatum

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Damián tomó mi mano entre las suyas y me miró a los ojos, me estremecí ante lo que transmitía aquella mirada esmeralda: amor. ¿Era posible? Aparté la vista, algo avergonzada.

Realmente odiaba aquel sentimiento que era incapaz de comprender, aquella atracción ilógica que me apegaba a él como si se tratase de un imán. Me molestaba. Mi mente deseaba agarrar al corazón y darle unas buenas patadas para que dejase de actuar por su cuenta. No era momento de dejarse llevar por emociones ni por hormonas alborotadas.

Luna, ya basta. Me dije.

—¿De verdad me crees? —preguntó el chico. Su mano derecha se posó en mi barbilla y me obligó a mirarlo de nuevo. Me estremecí.

—Lo hago —respondí y sonreí, intentando mostrar que todo se encontraba bien cuando, en realidad, estaba aterrada. Asustada por el asesino, por la situación y por mis estúpidos sentimientos que no me dejaban pensar con claridad.

Los labios de Damián se curvaron y una hermosa sonrisa apareció. No podía quitarle la vista de encima. Era el tipo de gesto que hacía temblar mis rodillas como gelatina. Una curva delicada, misteriosa y sensual que deseaba volver a besar. Me sonrojé. Lo sé porque sentí un calor embriagador apoderarse de mis mejillas. El chico soltó mi mano y me atrajo incluso más contra su cuerpo.

—Gracias por confiar en mí —susurró.

Yo asentí en silencio, muda.

—Quería hacerte una pregunta importante, si no te molesta ¿Te gustó el beso con Gael? ¿Qué sentiste?

Así que es del tipo celoso, supuse.

Lo miré con los ojos abiertos como platos por la sorpresa. Mi respiración se aceleró repentinamente, incomoda.

—¿Qué?—Tragué saliva y desvié la mirada—. ¿Por qué te interesa?

—Porque quiero saber. —La intensidad con que me observaba me hacía sentir extraña. Sus ojos clavados en mí ardían con la intensidad de una llamarada.

—No realmente —admití—, es decir, no estuvo mal, pero —titubeé jugueteando con mis dedos—, no sentí nada importante.

—¿Y mis besos?¿Te gustan? —preguntó, juguetón, mientras me pegaba contra su cuerpo y me amoldaba a él.

Esta vez le devolví la mirada.

—Son diferentes. Especiales —hice una pausa—. ¿Pero realmente crees que es el momento para preocuparse por ello?

Su sonrisa se estiró, formando un par de arrugas casi imperceptibles a los lados.

—¿Diferentes? —preguntó, ignorando mi preocupación.

Mi corazón se aceleró. Hablé en un susurro a causa de la vergüenza.

—Sí, Damían, me encantan. Erizan mi piel. Aceleran los latidos —suspiré, sintiéndome derrotada.

—Suena bien —murmuró con arrogancia y rió. Se inclinó y posó sus labios en mi frente—. Luna, eres mía. No lo olvides.

Su egocentrismo era atrayente, aunque molesto. Enarqué una ceja.

—No soy un objeto y no puedo ser comprada —dejé en claro—; no soy ni tuya ni de nadie.

Volvió a reír, esta vez con más fuerza.

—No, eso lo tengo claro. Pero eres mi chica y eso no va a cambiar. Tu corazón me pertenece. —Hizo una pausa y finalmente cedió—. Y el mío es tuyo.

Leyendo al asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora