Instinto

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Entré al salón de clases cinco minutos tarde y me disculpé con el profesor, quien pareció no darle demasiada importancia al asunto. Después de todo, yo tenía buenas calificaciones y, en general, no me ausentaba nunca.

Caminé hacia mi escritorio, sentándome sigilosamente para no interrumpir la clase. Abrí la mochila y sumergí mis manos en ella, buscando un lápiz, pero me topé con algo viscoso. El pegamento se había abierto y manchado completamente todas mis pertenencias. Era un asco. Saqué ambas manos de allí y las observé haciendo una mueca de disgusto.

—¿Está todo en orden? —preguntó el profesor.

—Tuve un pequeño accidente y todas mis cosas están llenas de pegamento —le mostré mis manos.

—Vaya a asearse por favor.

Asentí. Limpié mis manos con el borde del jumper y tomé mis cosas. Agachando la cabeza, avergonzada, salí de allí y me encaminé a los baños del patio central. Lo mejor sería no regresar a la clase.

No había mucha gente por los pasillos, y eso me puso nerviosa. Quizá Damián anduviera rondando por ahí, espiándome. Cada sonido me aterraba. No dejaba de voltearme para mirar su alguien me seguía.

Ya en el baño me miré al espejo. Por la forma en que me había limpiado, parecía que me hubiese orinado encima. Intenté limpiarme con algo de agua y jabón pero la mancha continuaba extendiéndose.

Me rendí. Saqué todo lo que tenía en la mochila y lo enjuagué lo mejor que pude. Tuve que tirar algunos lápices y papeles a la basura, pero los daños no eran irreparables.

Luego, arreglé mi cabello y, una vez lista, me encaminé a los casilleros para buscar mi bolso de repuesto.

Mientras caminaba, me daba cuenta de que todo se estaba volviendo un enigma en donde solo me encontraba yo, intentando descubrir un asesino, antes que pudiera ser demasiado tarde. Estando él tan cerca, no lograba pensar bien, sentía que en cualquier segundo podría llegar mi final. Leyendo las cosas que había en ese diario, uno se podría imaginar que en cualquier momento sucedería lo peor.

Me senté en un aula vacía y esperé que sonara el timbre que indicaba el cambio de hora. Solo faltaba una clase y sería libre para pasar un relajante tarde con Gael.

El tiempo se me pasó volando, tanto esperando como en la clase. Seguía tan absorta en mis pensamientos que no noté lo que me rodeaba, hasta que el viejo celular de Gael vibró.

Ah, por cierto, olvidé comentar que, sintiendo pena por mí, el chico me había prestado un viejo aparato que apenas si funcionaba, pero serviría, al menos, para mantenernos en contacto.

En una hazaña digna del protagonista de una película de espionaje, pude sacar el móvil de mi bolsillo y leer el mensaje de Gael sin que nadie me viese.

De: Gael:

Ya salí de clases, te espero en el patio central.

Respondí.

Destinatario: Gael

Mi clase está por terminar. Espérame.

Acababa de presionar el botón para enviar, cuando el timbre anunció que era hora de obtener la tan ansiada libertad. Me puse de pie y salí del aula velozmente, pero fui interceptada por Damián no muy lejos de allí.

—¿Estás ansiosa, Luna?

—¿Y si lo estoy, qué te importaría? —espeté por lo bajo, un tanto furiosa por lo entrometido.

—¡Ay, Lunita! Yo que tú, comenzaría a tratar mejor a tu nuevo compañero de clases.

—¿Acaso eso fue una amenaza?

Ignoró mi pregunta.

—Sabes, estaba pensando que podríamos salir juntos.

—No. Ni ahora ni nunca.

Le pisé un pie con mis zapatos y, en la confusión, hui de allí. Salí disparada hacia el patio central; sin embargo, no veía a Gael por ningún lado ¿Dónde estaba? ¿Se había cansado de esperar?

Me senté en el banco que siempre frecuentábamos y esperé unos minutos.

No aparecía.

Saqué el celular de mi bolsillo para escribirle, pero antes de terminar la redacción, lo vi aparecer en la puerta del baño de caballeros.

Me relajé.

Él me vio, se acercó y se sentó a mi lado. Comenzamos a platicar un poco.

—Entonces ¿Ya decidiste qué comeremos? —Colocó un brazo alrededor de mis hombros.

—No lo sé, ¿cara o cruz? Que escoja la moneda —sugerí.

—No, no y no. Quiero que escojas tú.

—Bueno, vamos a la heladería entonces —dije sin pensar.

—¿A cuál?

—¿A la de siempre?

Gael asintió.

—Lástima que mi ropa está hecha un asco —susurré. No me gustaba ser el centro de atención, y sabía que la gente se voltearía al ver la mancha que cubría la mitad de mi vestuario.

—Eso es lo de menos. —Mi mejor amigo se puso de pie, se quitó su sweater y me lo pasó—. Te va a quedar un poco grande, pero debería ser lo suficientemente largo como para tapar tu ropa.

Agradecí el gesto y me coloqué su prenda. Luego, me puse de pie y le sonreí. Iba a acomodarme el sweater cuando el celular se calló al suelo, desarmándose. La pila estaba por un lado y la carcasa por otro. Había olvidado que lo tenía en mi regazo cuando Gael salió del baño.

Me agaché a recoger las piezas.

Antes de levanterme, noté a Jess y Érica, dos de mis compañeras. Más atrás, Damián se venía acercando a ellas ¿Qué diablos querría?

Se aproximó a Jess y le susurró algo al oído, ella le respondió y sonrió estúpidamente. Él, en cambio, parecía enfadado con la respuesta y simplemente se alejó.

Jess y la otra chica se le quedaron mirando hasta que desapareció tras doblar una esquina.

¿Qué le había dicho? ¿Podría saber ella el peligro que corría por acercarse a Damián? ¿Debería advertirle? ¿Al no decirle nada de lo que sé... estaría siendo cómplice del asesino?

—¿Luna? —preguntó Gael al verme distraída mirando a otro sitio.

Reaccioné.

—Perdón.

—¿Qué te pasó? Estabas vi mirando a la chica y al nuevo ese. No estarás enamorada de él ¿Verdad? —interrogó.

—Para nada —mentí—. Pasa que él es todo un patán y no sé si esa chica lo sabrá.

—No hay que ser muy inteligente para darse cuenta que es un chico problemático —contestó Gael, encogiéndose de hombros.

Y sin hablar más del tema, nos marchamos.


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Segunda actualización de la semana. 

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