Bastardo

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Me asusté. Mi miraba iba de los restos de mi celular al chico. Una y otra vez. No comprendía lo que acababa de ocurrir. Al principio supuse que se trataba de un accidente, pero el joven no intentaba disculparse; muy por el contrario, sonreía como si acabase de ganar un partido de póker ¿Estaría ebrio? No, no lo había visto tomar y bailaba coordinando sus movimientos a la perfección. Retrocedí un paso. Me temblaban las piernas y sentía un nudo en la garganta.

—¿Qué demonios te pasa? —Intenté sonar enfadada, pero mi voz era suave y vibraba a causa del miedo— ¿Quién te crees que eres?

Él no respondió. Seguía mirándome en silencio con su sonrisa sarcástica atravesándole el rostro. Sentía mis ojos hinchándose entre el enojo y el miedo. Quería llorar, y lo habría hecho si Romina no hubiese aparecido.

—¿Hay algún problema? —me miró a mí y después al chico.

—Sí, que este individuo es un idiota —contesté.

Mi amiga recogió los trozos del teléfono.

—Volvamos a casa —sugirió.

La seguí en silencio, sin contestarle.

El joven permaneció inmutable, como estatua, mientras nos marchábamos en dirección al ascensor.

Fuera del hotel, le conté lo sucedido mientras esperábamos un taxi debajo de la lluvia. Era tarde y pocos vehículos transitaban las calles. Estaba ensimismada. No podía dejar de repasar el episodio en mi mente. Algo en ese chico me era familiar, algo negativo que me daba escalofríos.

—Oye, por cierto ¿Quién te envió esos mensajes? Has dicho que no ha sido Gael.

—No lo sé. Tengo miedo.

La voz de Romi me había devuelto a la realidad.

—Luna, deja de ser tan dramática y paranoica. Posiblemente fue un mensaje equivocado.

Ambas sabíamos que eso no era verdad. Nuestros nombres aparecían en la lista de invitados.

Bajamos del taxi y corrimos hasta mi casa. Gael ya se había marchado y eso me hacía sentir fatal. No era nuestra culpa y, aún así, sabía que debía darle una explicación.

Encendimos todas las luces y revisamos cada cuarto. Ninguna quería admitir el miedo que sentía. Una vez estuvimos seguras que no había nada extraño, Romi fue a darse otra ducha. Le encantaba. Yo, en cambio, no podía relajarme. En mi cabeza tenía la imagen de aquel joven esbelto de cabello oscuro, con mirada penetrante y cuerpo escultural. Esperen ¿Qué tan normal es pensar en lo guapo que es un chico que acaba de atemorizarte?

Da igual. Me senté en el borde de mi cama y decidí jugar con mis llaves entre los dedos. Esa actividad solía ayudarme a calmar los nervios. Sin embargo, al abrir mi bolso encontré algo extraño: un pequeño cuaderno envuelto en un trozo de cuero marrón.

Dicen que la curiosidad mató al gato.

Abrí el volumen y descubrí que se trataba de un diario. Nunca había visto uno en la vida real. Las películas estadounidenses solían mencionarlos, pero no eran populares en mi país o en esta parte del continente.

Sonreí al pensar que, accidentalmente, algún idiota lo habría dejado caer en mi bolso y comencé a leer.

Maldito diario:

Lo que voy a redactar a continuación es horrible. Cometí un asesinato. No sé por dónde comenzar a relatar los hechos. Creo que lo mejor sería explicar la situación.

Leyendo al asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora