Gélido

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Jugué con el dobladillo de mi jumper mientras pensaba en D. ¿Cuándo se aparecería? La ansiedad me enloquecía lentamente con cada segundo que pasaba. No necesitaba ser un genio para deducir que el asesino merodeaba por la zona. Me seguía. Posiblemente conociera mis horarios y a las personas que me rodeaban. Los nervios no me abandonaban ni siquiera cuando iba al baño. Podía oír la voz de D en todos lados. Por momentos creía oler la sangre que manchaba su alma y, lo peor de todo, estaba viéndolo en todos lados. En cada sombra y sonido que escuchaba; veía su rostro, sus ojos penetrantes y aquella sonrisa triunfal. Creía encontrarlo en los pasillos y en la calle. Sabía que me encontraba a medio camino entre la cordura y el loquero. Consideré incluso ver a un psicólogo, pero ¿qué le diría? "Buenas tardes doctor. Un asesino me regaló su diario íntimo y ahora creo que me persigue. Se llama D."

No daría resultado.

Pasé toda la mañana intentando concentrarme en mi alrededor, los estudios y esas cosas de la monótona rutina de mi vida cotidiana. Al principio, no fue tan difícil, pero un hecho acabó por desestabilizar mi mente por completo.

Permítanme hacer un breve repaso de aquél fatídico día.

Me desperté sintiéndome renovada. Luego de pasar varias noches durmiendo pocas horas, mi cuerpo pedía a gritos un descanso como ese. Lamentaba no haber podido leer el diario, pero al mismo tiempo sabía que gracias a mi descuido había conciliado el sueño con tanta facilidad.

Salté de la cama velozmente y me puse un viejo jumper que encontré dentro del closet. No recordaba la última vez que lo usé, por lo que pensé sería una buena opción. Coloqué el diario dentro de mi mochila y abandoné la habitación.

Bajé las escaleras mientras me cepillaba el cabello, intentando desarmar un par de nudos. Luego, ingresé a la cocina y me senté para esperar a Romina que se estaba duchando, otra vez. Podía oír el sonido del agua cayendo en el piso superior.

Entonces tuve una idea. Podría recuperar el tiempo perdido sin preocuparme por ser descubierta. El cese del ruido me alertaría cuando Romi terminara.

Abrí la mochila y saqué el diario de D. Esta vez, encontré la página indicada rápidamente.

Pensé en comenzar con la típica frase de "querido diario". Pero suena estúpido. No siento cariño o apego alguno a este objeto inanimado que podría reemplazar en cualquier momento.

Además, existe un motivo personal por el cual me repugnaría comenzar cada entrada de esa forma: así era como Casandra empezaba cada hoja de su propio diario; ese maldito libro en el que hablaba de mí, de Adam y de tantas cosas que no me atrevo ni a nombrar. Si alguien leyera este cuaderno que tengo en mis manos, posiblemente sentiría deseos de vomitar. Bueno, mil veces peor es diario de Casandra.

Justo después de matarla, tomé el libro y huí, sin atreverme a leerlo. Hasta anoche.

Mis ojos no daban crédito a las palabras de esa prostituta. Ella no me amaba ¿Por qué? ¿No la amé lo suficiente? ¿No le di todo lo que quería? ¿No le iba a dar lo que toda mujer soñaba: boda, hijos, un hogar? ¿Qué fue lo que malditamente hice mal?

Nada. No fue mi culpa.

Leyendo averigüé que ella solo quería un bastardo que la maltratara, un tipo como Adam al que le iba el sexo duro y salvaje. Eso era lo que la zorra de Casandra quería. Lo que tuvo por meses hasta que la descubrí.

La diminuta posibilidad que existía de sentirme arrepentido por matarla desapareció por completo antes del alba.

De hecho, creo que merecía sufrir más. Me encantaría poder volverla a la vida para poder descuartizarla lentamente, miembro por miembro.

Leyendo al asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora