14. Nuevas raíces

4.7K 484 65
                                    

Livorno, Italia.
Seis meses después.

—Las olas del mar me recuerdan a los sueños; van y vienen, vienen y van... A veces la marea es baja, pero siempre está ahí. ¿Nunca se le había ocurrido eso, señor?

Sylvain sonrió al escuchar los pensamientos de la muchacha, complacido. Clementine Moulian, por su parte, le devolvió la sonrisa, mientras disfrutaba del paisaje costero por el que ambos paseaban. La joven tenía el día de descanso concedido, puesto que en casa de su tío Boulard ya había bastantes miembros dedicados al servicio. Clementine, junto con Savary y Chrystelle, fueron los únicos que acompañaron a los dos Lemierre en tan inimaginable aventura, con rumbo hacia Livorno, en la Toscana.

Habían pasado ya seis meses. Seis largos meses de suplicio para Sylvain, quien sentía que su estabilidad emocional iba dando bandazos cada cierto tiempo. De alguna manera, se había mentalizado de que aquello no le sería fácil, pero no todo fue tan terrible como creyó en un principio.

Por una parte, las costas italianas de Livorno eran las más bellas que había contemplado en su vida. Le faltó el aliento cuando la brisa del Mediterráneo le acarició la cara, amistosa, recordándole dónde se encontraba. Las casas y demás establecimientos construidos a pie de acantilado llamaron su atención, ya que su sentido gravitatorio le pedía explicaciones al respecto.

Tras un largo viaje en diligencia, la vista de aquel paradisíaco rincón avivó un poco la penumbra de su alma, a la cual le había dado vía libre para que acabase por consumirlo del todo. El ambiente tan evocador de aquella provincia, junto con la colorida dicharachería de la que Savary tanto le habló, refiriéndose a los propios italoparlantes, resultaron, en conjunto, una breve cura para sus heridas, aún abiertas y sangrantes bajo el sol.

Su madre mientras tanto, no parecía haber mejorado demasiado. En cierto modo, sus ánimos aumentaban cada día un poquito más en comparación con el anterior pero, para su error fatal, se mantenía viviendo en el eterno pasado. Tanto Sylvain, como Chrystelle y Clementine, trataban a todas horas de mantener a la señora entretenida con algo. Si no eran agradables paseos por los alrededores, se quedaban en casa, animándola a participar en juegos de salón o en relajantes sesiones de lectura. Anne-Marie, consciente de que las buenas intenciones de su familia, se dejaba evadir por largo rato, aunque sus sonrisas no durasen tanto como debieran.

En cuanto al viejo Ludovic Boulard, único hermano mayor de Anne-Marie, no era alguien que se preocupase demasiado por el porvenir. Éste gozaba de unos cincuenta y muchos años de soltería de la buena bebida. La relación con su hermana era muy buena, aunque los vicios de Ludovic la crispasen a menudo. Estos vicios ayudaban también a que Anne-Marie se mantuviese centrada, con un ojo encima de su hermano. Boulard, habiendo adquirido el apasionado carácter italiano a lo largo de los años, pocas costumbres francesas conservaba y eso hacía que Anne-Marie no dejara de lamentarse.

Su no tan humilde vivienda, semejante a la de los Lemierre aunque no tan recargada, contaba con amplios y armónicos espacios interiores. Todavía tenía que acostumbrarse a la confusa distribución de las habitaciones pero, quitando aquello, Sylvain se sentía bastante cómodo bajo aquel techo. Los miembros del servicio, en total dos activos y el portero, no tardaron en hacer migas con las empleadas francesas, quienes apenas tenían trabajo aparte de cuidar de Anne-Marie.

Sylvain retomó poco a poco la práctica del violín, el cual había abandonado desde que dejó Francia. Savary, como siempre, insistía en que jamás dejase de ensayar, pues pretendía tener un alumno aún más brillante que Paganini.

Sylvain ©Where stories live. Discover now