21. Britania

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Antes de que Sylvain se diese cuenta, ya se encontraba en el interior de la residencia de los Maystone. Mareado a causa del golpe e intentando cortar el sangrado de su nariz mientras alzaba la cabeza, dejó que Evelyn lo guiase hasta las espaciosas cocinas de la casa. Apenas habían llegado unos cinco invitados, a los cuales oía charlar en el salón principal, y supuso que tampoco habría llegado demasiado tarde al evento.

Habían entrado por las puertas traseras de la cocina para evitar ser visto en aquel estado, lo cual agradeció enormemente. Ni siquiera acertaba a ver la cantidad de polvo y suciedad que debería haberse adherido a su casaca. Si Chrystelle o su madre se enteraran de lo ocurrido... Se estremeció. Por nada del mundo quería darles semejante disgusto en una velada que prometía ser agradable.

Cuando quiso darse cuenta ya estaba rodeado por un par de sirvientes además de Evelyn. Todo había ocurrido tan rápido que Sylvain todavía se encontraba asimilando lo sucedido, lamentándose por no poder admirar la decoración de la vivienda todavía.

—Sentaos aquí, monsieur Lemierre —le había dicho la mujer mientras le ofrecía un taburete—. Si os sirve de consuelo no creo que os haya roto la nariz.

—Bueno, eso es algo —dijo tras sentarse, mirando hacia el techo y sosteniendo la tela contra su nariz—. Siento mucho haberos echado a perder vuestro pañuelo. Os lo compensaré.

—Oh, ni hablar. Los pañuelos están para lo que están, y ese ya ha cumplido con su buena función —le aseguró la joven—. Marco, trae agua y gasas, rápido.

El sirviente que respondía al nombre de Marco desapareció tras el umbral de las puertas, fugaz. Sintiendo que le iba a reventar la cabeza a causa del dolor, Sylvain hizo un esfuerzo por respirar hondo e intentar sobrellevarlo.

Con sumo cuidado, Evelyn retiró el pañuelo de su nariz para comprobar el estado del sangrado.

—Definitivamente esto ha sido obra del destino —dijo al cabo de unos segundos, intentando sonreír—. ¿Puedo preguntaros qué ocurrió antes de que yo llegara?

—Regresaba de recoger algunas flores para decorar un centro de mesa, y tuve la mala suerte de toparme con aquel desalmado —suspiró, sentándose a su lado en cuanto el sirviente le trajo lo que había pedido—. Ni siquiera sé de dónde había salido, y eso que acostumbro a cruzar por debajo del puente todos los días, pero se ve que estaba escrito que esto ocurriese.

Sylvain dejó que limpiase su nariz y labios con un paño mojado en agua, sintiendo que aquella noche le dolería el cuello de tanto mirar hacia arriba. Las punzadas de dolor no parecían querer irse tan pronto, y gimió lastimosamente cuando Evelyn apretó el hueso de su nariz con sus dedos.

—Lo siento muchísimo, pero he de comprobar que no está rota —murmuró, dándole un pronto fin a su agónico suplicio—, y parece que no. Tal vez se trate de una fisura, como mucho. Deberéis llevar un poco de gasa para absorber la sangre que aún pueda salir, pero esto tiene buena pinta.

—¿Cómo lo sabéis?

Tras formular aquella pregunta con voz temblorosa, Sylvain dejó que introdujera un trocito de gasa en cada orificio de su nariz. Evelyn sonrió, y dos graciosos hoyuelos se marcaron en sus mejillas. Sylvain se sintió mal de repente, pues el elaborado recogido que había ocultado bajo su tocado se había deshecho un poco. Varios mechones de cabello castaño caían a ambos lados de su rechoncho rostro, tan dulce como hermoso. Sentía, sin embargo, que le estaba robando el tiempo que necesitaría para arreglarse.

—Mi padre perteneció a la Compañía de Cirujanos de Londres en sus últimos años de oficio. Digamos que he visto bastantes narices rotas de pequeña —respondió con una cálida sonrisa, descansando las manos sobre su abultado vientre.

Sylvain ©Where stories live. Discover now