24. Polvo eres y en polvo te convertirás

939 138 23
                                    

La tormenta pronto le impidió ver el exterior a través de las ventanas. La temperatura había descendido hasta hacerle estremecer, por lo que agradeció enormemente que encendieran la chimenea de la acogedora sala de estar.

Oía a su madre parlotear alegremente con Savary y con Darrell, pero no les escuchaba. Sintiendo pronto el calor de las llamas próximo a él, Sylvain se perdió en un oscuro mar de cavilaciones y supuestos. Hundido en el sillón, un poco ajeno a aquella entrañable reunión, observó el caballete y el lienzo envuelto envuelto en tela, descansando en el suelo contra una de las paredes.

—Todavía recuerdo cuando mi Charles era así de pequeñito y encargamos su primer retrato —dijo la señora Lemierre, colocando su mano a cierta distancia del suelo—. No podía estarse quieto y no soportaba pasar tantas horas sentado.

—A veces es imposible mantenerlos tranquilos cuando son tan pequeños —asintió Darrell con una cálida sonrisa—. Más de una vez he tenido que sobornarlos con algún juguete o alguna historia para que al menos se quedasen sentados.

—Habláis de ello con afecto. ¿Os agradan los niños?

La pregunta de Savary llamó la atención de Sylvain, quien los miró discretamente.

—Me encantan. Imaginad cuán ansioso estoy por poder conocer a mi sobrino en unos meses.

—Oh, cierto, ¿cómo está vuestra hermana? He oído de la señora Florini lo que ocurrió con el padre del bebé.

Aquello pareció no agradarle demasiado, y Sylvain sabía por qué. Él, indirectamente, fue unos de los afectados por los efectos de aquel acontecimiento. Vio cómo Darrell asentía con lentitud, mirándolo a él de reojo. Casi pudo leer su pensamiento, y se apiadó de él. ¿Cuándo se perdonaría a sí mismo por aquel primer encuentro?

—Evelyn lo lleva bien, a pesar de todo.

—Pobre criatura. Sin duda tiene un espíritu de hierro —suspiró Anne-Marie—. ¿Se sabe dónde está el malnacido que la preñó?

—Lo desconozco, mi señora. De saberlo ya me habría encargado personalmente de él.

Aquello estremeció a Sylvain, y comprendió entonces el lazo tan fuerte que lo unía a su hermana. Supuso que él haría lo mismo si tuviera una hermana que, por azares del destino, hubiera corrido la misma suerte que Evelyn. Pudo sentir aquella rabia en sus propias carnes.

—Está claro que sois más que un hermano excelente, pero ¿qué hay de vuestros padres? —inquirió Savary. Aquello sorprendió a Sylvain, pues su mentor no solía inmiscuirse en tales temas— Creo que nunca nos habéis hablado de ellos.

—Mi madre todavía vive en Liverpool con nuestro hermano pequeño, William.

—Oh, ¿así que sois tres hermanos?

Darrell asintió, pesaroso. Algo le dijo que le costaría hablar el tema, pues un nuevo suspiro se escapó de sus labios mientras se acomodaba en su sillón.

—¿Y cómo es que la señorita Evelyn y vos vivís aquí? —inquirió Anne-Marie— Si supiera que mi hija está embarazada querría que diera a luz en su propia tierra, donde pudiera ayudarla.

—Y así lo ha querido nuestra madre, pero Evelyn se niega a abandonar Livorno. No quiere dejar su oficio de partera ni regresar a Inglaterra, y la entiendo. Aquello no tiene nada que ver con la libertad que aquí se respira.

Vaya, aquello cobraba más sentido. Sabía que tenía conocimientos de medicina, pero no a lo que se dedicaba. Sin duda era una labor que iba con ella, y recordó la dulzura y la paciencia con la que lo trató el día que la conoció.

Sylvain ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora