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Esa noche sueño que Snow me quita a mis hijos, los lleva a la arena y los mata delante de todo Panem, para castigarme.

Despierto cubierta de sudor y lágrimas. Creo que no he gritado, sentí tal angustia que no me salía la voz. Aunque aún le quedan varias horas al sol para salir me levanto, no puedo seguir durmiendo. Me visto, me pongo la cazadora de mi padre y me pierdo en la tranquilidad del bosque.

Allí, con la calma que se respira me pongo a pensar en la pesadilla. Yo nunca he querido tener hijos, pero Snow me obligaba, si no tenía hijos con Peeta mataría a su familia y a la mia, yo no se lo contaba a Peeta y teníamos varios hijos, cuando habían crecido un poco y yo me había olvidado ya de las amenazas del presidente se los llevaba de noche, mientras dormíamos. Al día siguiente nos volvíamos locos buscándolos hasta que se encendía la televisión y los veíamos en medio de un desierto, pero no los obligaron a matarse entre ellos. El propio Snow aparecía allí y les disparaba, un tiro en la cabeza a cada uno.

- Esto es por vuestra madre – les decía al dispararles – vosotros pagareis por sus pecados.

Peeta me miraba sin entender, al final le contaba todo y él terminaba odiándome, me odiaba por haber tenido hijos con él sólo por obligación, no porque yo los quisiera, me odiaba porque habían muerto por mi culpa y me odiaba por no quererle.

Las lágrimas caen con furia por mi cara al recordar el sueño. He cogido el arco pero hoy no tengo ganas de cazar, no me puedo mover, me quedo quieta hasta que noto que es tarde. Recojo y salgo del bosque, al entrar a la Aldea me cruzo con Peeta.

- Hola, he ido a buscarte pero tu madre me ha dicho que no estabas. Iba a la panadería. ¿Querrás hornear más tarde? - analiza mi cara y añade preocupado -. ¿Estás bien?

- Si, es que no he dormido bien. Es sólo cansancio.

- ¿Seguro?

- Si – le respondo secamente.

Nos quedamos mirándonos hasta que rompo el silencio:

- ¿Te puedo acompañar? - mi pregunta lo sorprende, a mi también, pero necesito distraerme, además si nos vamos a casar tienen que vernos juntos. No sé si sus padres saben que todo es mentira o creen que es real.

- Claro.

Salimos de la Aldea y noto que me mira cada pocos segundos. Le miro extrañada hasta que veo que me ofrece su mano. Me está pidiendo permiso para ir de la mano. Cualquier otro la cogería sin más, pero no Peeta. Él se preocupa por ver si me parece bien o no. Nos damos la mano y entrelazo nuestros dedos. Una diminuta sonrisa aparece en mi boca, su mano es cálida y reconfortante.

Su hermano mediano está atendiendo en la panadería y su hermano mayor y su padre horneando dentro. Peeta les da parte del dinero que ganamos por lo que su madre se dedica a la casa y ya no trabaja en la panadería. Su padre también podría hacerlo pero creo que le gusta mucho su trabajo.

Nos hacen pasar y el padre de Peeta me ofrece un bonito pastel al que no he podido quitarle el ojo de encima.

- Lo ha decorado Peeta – me dice – por eso está tan bien hecho.

- Papá – le contesta él – tu me enseñaste.

- Si, pero tú me has superado con creces.

Su padre insiste en que me lleve el pastel.

- Seguro que a tu hermana le gusta mucho. Dáselo de mi parte, por favor.

- Muchas gracias. Le va a encantar.

Nos despedimos y al salir Peeta me explica.

- Algunas mañanas vengo a hornear aquí. Mi casa está tan vacía ... y sé que mi padre me echa de menos.

Me quita el pastel de las manos para llevarlo él con una, yo agarro la que le queda libre y volvemos a casa de la mano. No sé si lo he hecho por aparentar de nuevo o por lo familiar que se siente ir así.

En cuanto Prim ve el pastel chilla como una loca. Ha anhelado tanto tiempo probar uno que no puede esperar a la cena. Mi madre le permite tomar un trocito.

- Gracias Peeta – le dice abrazándolo.

- Te lo manda mi padre. Lo ha hecho él, yo sólo lo he decorado.

- Es tan bonito que da pena cortarlo.

- Si no lo haces tú lo haré yo – le digo cogiendo un cuchillo. Yo también estoy deseando probarlo. Corto pequeños trozos y los pongo en platos, Peeta me ayuda a llevarlos al salón mientras mi madre prepara té.

- Peeta, dale las gracias a tu padre, está delicioso. No tendría que haberse molestado – comenta mi madre tras el primer bocado.

- La verdad es que es culpa de Katniss – le dice a mi madre como si le contase un secreto – no dejaba de mirarlo.

Yo lo empujo en broma y él se tira en el sofá, como si lo hubiera hecho con fuerza.

Mi hermana estalla en carcajadas y mira con un puchero lo que me queda de pastel.

- No Prim. No me mires así porque no te voy a dar mi trozo. Preguntale a mamá si te deja comer más. Este no lo vas a tocar.

Peeta le acerca su porción aún sin tocar pero antes de que mi hermana la acepte mi madre habla:

- Puedes coger más. Total ya no vamos a cenar, mirar que hora es.

Prim vuelve de la cocina con un trozo enorme y unas piezas de fruta en una bandeja.

La cena de hoy ha sido diferente pero deliciosa.

- ¿Queréis llevarle un poco a Haymitch? - que manía tiene mi madre de ser buena vecina con el borracho de nuestro mentor.

- Vamos todos – dice Prim. También le cae bien Haymitch, creo que ve algo bueno en él, algo que yo todavía no veo.

- Primero entramos Peeta y yo y depende de en qué estado se encuentre entráis vosotras – les advierto y ambas asienten.

Mi madre coloca un buen trozo de pastel en un plato y té caliente en una taza y salimos hacía casa de Haymitch.


Aliados, amigos, mentores, prometidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora