Prólogo

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"Si quieres saber cómo es alguien, mira de qué manera trata a sus inferiores, no a sus iguales".

Sirius Black, en Harry Potter y el cáliz de fuego.


Las nubes en el cielo parecían manchas salpicadas de algo burbujeante, tal vez brumoso como la espuma sobre el café, o la suave y blanca espuma de mar. Pero no era nada de ello, era el humo de alguna cabaña que se encontraba muy a lo lejos de allí.

El ambiente era austero, la niebla se colaba por cada rincón que podía, y las personas de la pequeña villa ―muggles en su totalidad―, cerraban las ventanas de su casa con mucha fuerza, no por temor a enfermarse, sino por temor a ellos.

Desde el último mes se encontraban en la misma casa, una desventajada casona al final de la calle principal, que en toda su aura desprendía un oscuro temor a todos los habitantes que, aunque no entendieran muy bien de qué se trataba todo ello, un sexto sentido se había apoderado de los habitantes, temiendo incluso por sus vidas al ver pasar noche a noche las sombras hacia esa casa. Pues esa era la cabaña de los Gaunt.

Los muggles de la pequeña villa pensaban que había sido una familia de dementes, locos sin razón que por algún motivo terminaron pereciendo de las maneras más extrañas y solitarias, dejando esa enorme casa a merced de las serpientes, que eran las únicas que la habitaban hasta sólo hace unas tres semanas atrás, cuando comenzaron a llegar las sombras por la mitad de la noche.

«¿Por qué alguien quisiera meterse allí? » Se preguntaban los habitantes del Pequeño Hangleton por las mañanas, cuando el sol ya había salido y las sombras no se animaban a dar una presentación. Los muggles más cercanos a la cabaña escuchaban gritos, voces distorsionadas que salían con vehemencia de la mugrienta y deshecha casona.

Por entre los recovecos de las persianas, los habitantes también distinguían halos de luces que se hacían presenten de aquel oscuro lugar. La primera respuesta lógica de todos es que alguna familia sin hogar se había metido por las noches para poder dormir con un techo encima para protegerse del frío húmedo que se alzaba todas las noches por esos senderos.

Pero estaban muy lejos de la verdadera realidad.


La sombra sintió el viento helado que corría por detrás de su espalda, tratando de que parase a guarecerse del inesperado frío. Pero no estaba haciéndole caso alguno. En un acto reflejo, se subió el cuello de la túnica negra que cubría su cuerpo de manera irregular, casi ajustada. El viento cada vez soplaba con más intensidad; además, la niebla le estaba impidiendo el paso seguro por las calles mal hechas de aquel pueblo casi inhabitado. Pero eso no le importó tampoco.

Siguió caminando, contra el viento que golpeaba contra su rostro de manera irregular e intranquila. El silbido de la corriente de aire fuerte brincaba en sus oídos agudos produciéndole un gran malestar a sus tímpanos sensibles.

Gruñó bajo la capa con furia, ya estaba muy viejo y agotado para ello.

El hombre, bastante enojado ante la imposibilidad de ver bien el camino engañoso, sacó de entre su túnica una pequeña vara que cualquier muggle la confundiría con una rama escuálida de árbol. Pero, para su gran decepción, la sombra poseía entre sus garras una varita de veintiocho centímetros de longitud, compuesta por una madera de tejo y un núcleo muy extraño, ya que era un pelo de Veela.

Lumos ―dijo en un silbido casi inentendible, pero la varita supo inmediatamente qué debía hacer; por lo que, de su punta, una luz brillante y blanca, iluminó el sendero por el que iba pasando.

Redención | Harry Potter FanFiction [Sábados]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora