Capítulo 2

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15 de diciembre


Tres días desde que no sabemos absolutamente nada de Dylan. Dos desde que papá llegó a casa. Y uno desde que Michael y Chad habían vuelto a nuestra casa para decirnos que no había rastros de mi hermano, pero que estarían atentos ante cualquier información que llegue. Como ellos habían dicho que aún era la primera fase de una búsqueda, no sabían si la desaparición era forzada o voluntaria.


Había pasado estos días moviéndome nerviosamente de un lado a otro, mis uñas estaban pasando por una etapa realmente difícil ya que a causa de mi nerviosismo no quedaba casi ninguna de ellas y no podía concentrarme en casi nada. Y es que no habían avanzado nada en el caso de Dylan y aquello me estaba afectado. Él prácticamente había sido tragado por la tierra, sin haber dejado ningún rastro detrás para al menos intentar ubicarlo.


―Sam, ¿puedo pasar? ―susurró alguien suavemente desde la puerta de mi habitación.


―Claro, Lanie. ¿Qué ocurre? ―murmuré mientras me reincorporaba en la cama, apoyando la espalda en la pared.


Kalani entró vistiendo una gran remera celeste con dibujos tribales en negro, que sabía que era de Dylan, y un pantalón holgado. Podía deducir, por las ojeras debajo de sus ojos, que tampoco había podido dormir estos días. Varias veces la había encontrado acostada en el sillón de la sala luego de horas esperando a que Dylan entrase por la puerta. Debía dejar de hacerlo pero pensaba que algún día de estos él llegaría, y no quería ser yo quien apagara la pequeña chispa de esperanza que había en ella.


―No puedo dormir ―musitó acercándose para sentarse en la punta de mi cama―. Pienso en Dylan todo el tiempo. No sabemos si está bien o si está herido y...


―No sigas, no pienses en eso ―corté respirando profundamente―. Él estará bien, lo sé.


Lanie comenzó a sollozar levemente por lo que me acerqué a abrazarla aunque no sabía que otra cosa hacer.


― ¿Cómo lo sabes? Porque tengo mucho miedo de lo que podría haberle pasado, Sam.


―Yo también, Lanie, pero confía en mí. Estará bien.


Odié mentirle a mi hermana de tal manera aunque sabía que lo último que debíamos perder era la esperanza. Odié decir aquellas palabras para hacerme creer que de algún modo eran ciertas, más que para intentar tranquilizarla. Pero lo que más odié fue que sabía que eran mentiras, porque aún seguía sintiendo que todo estaba absolutamente mal.


                                                                             Ψ


Ambos nos quedamos hasta muy tarde jugando videojuegos en mi intento de animar a Kalani. Cuando finalmente ella había decidido ir a dormir, yo no había tardado demasiado en caer rendido. Unos minutos después, o quizás horas que parecieron esa cantidad de tiempo, el sonido de una llamada entrante en Skype me despertó. Ni siquiera hice el intento de levantarme. ¿Quién en su sano juicio llama a esta hora? Las diez de la mañana es demasiado temprano para mí.

Debo encontrarteWhere stories live. Discover now