Capítulo 4

12.6K 867 157
                                    

Basil Lithium

Gotas caían sobre la madera humedecida, perteneciente a nuestra casa del árbol que tantos secretos albergó algún día. Luan estaba sentado en el borde, lágrimas repugnantes se deslizaban por su rostro aniñado. No comprendía su dolor, me fastidiaba hacerle compañía. A veces fantaseaba con empujarlo, no porque quisiera dañarlo en verdad, solo necesitaba dejar de escuchar aquellos desagradables lamentos.

¿Por qué las personas lloran?

Solía preguntarme con inquietud, cansado de ver tantos niños que, ante la mínima dificultad, sucumbían a derramarlo todo. Tal vez fue allí que Eleanor y Dante comenzaron a preocuparse: nunca expresaba emociones. Así como el llanto me era indiferente, ocurría lo mismo con la risa. Mis oídos dolían cada vez que alguien soltaba carcajadas, la molestia no tardaba en aparecer.

—¿Qué sientes? —le pregunté a Luan, el infante cuya presencia me era impuesta a la fuerza. Sus progenitores, junto a los míos, organizaban absurdas reuniones para que nos conociéramos mejor. Ningún juego planteado por ellos logró unirnos, se estaban quedando sin ideas hasta que uno propuso dejarnos solos.

Acepté enseguida.

Al no percibir miradas controladoras, sabía que podía comportarme como deseara, tenía libertad. Si el niño se ponía denso, bastaba con ignorarlo o persuadirlo en un intento de conseguir silencio.

—¿E-Eh? —había balbuceando entre mocos, sorbiéndose la nariz irritada.

—¿Qué sientes? —repetí molesto. Era tan lento comparado a mí; su inteligencia rozaba el promedio, lo cual consideraba lamentable.

—¿Qué importa? —murmuró cabizbajo, volviéndome más curioso—. Sé que no te caigo bien.

—Es cierto, me pareces fastidioso —admití indiferente.

—¿Entonces? —Lucía sorprendido, sus pequeños ojos miraban expectantes.

Ambos teníamos nueve años pero estábamos lejos de ser parecidos. Mientras él sentía, yo envidiaba su sentir. No porque lo quisiera realmente, me daba igual comprender la psicología humana a tan corta edad, sino porque Dante continuaría mirándome como si padeciera de la peor enfermedad.

—Necesito entenderte —le contesté. No esperaba una respuesta, cada vez que intentaba hablar sobre temas relacionados a eso, recibía silencio o más conceptos que me eran incomprensibles.

«La gente llora cuando está triste».

«Ellos se ríen porque están felices».

Felicidad y tristeza. Quería saber qué eran, por qué no podía experimentarlas. Entonces la pregunta cambiaba, pero las respuestas permanecían igual de extrañas.

«Una persona siente tristeza cuando pierde algo que ama».

¿Qué es el amor?

«Alguien experimenta alegría cuando comparte tiempo con sus seres queridos».

¿Qué son "seres queridos"?

Siempre relacionaban cada emoción a otro individuo, jamás ponían ejemplos que me ayudaran. Hasta ese día lluvioso, con Luan observando más allá de nuestras zapatillas embarradas.

—Estoy triste porque mis padres creen que no puedo hacer amigos —habló luego de varios minutos, suspirando aún con la vista vidriosa— y tienen razón: en la escuela todos me evitan, ni siquiera sé qué hago mal. —Se limpió el rostro con sus mangas sucias—. Por eso ambos estamos aquí, somos dos tontos incapaces de caerle bien a nadie.

Allí, junto al niño irritante que expresaba su descontento, pude comprender algo por primera vez: la tristeza provenía del miedo.

Luan Sanlyn temía no cumplir las expectativas de sus padres.

Pese a que no podía identificarme con ello porque me daba igual herir la sensibilidad inútil de Eleanor y Dante, entendí una cosa aquel día: me interesaba aprender más de él.

Ya no sentía ganas de empujarlo cada vez que lloraba.

• ────── ✾ ────── •

Nuevamente soy atormentado por estas absurdas e innecesarias pesadillas. Apenas representan memorias inútiles que no deseo contemplar, solo olvidar. Luan me abandonó hace un año, debería superarlo. Necesito permanecer despierto, mi cerebro debe enfocarse en escuchar los lamentos de Eleanor y Dante, quienes llegaron durante mi corto descanso, encontrándose con un escenario bastante caótico; no dudaron en llamar a las autoridades. Ahora los cuatro nos hallamos esperando que Hannah muestre algún interés por su hija. Ese engendro pelirrojo está sobre el regazo de aquella mujer, lloriqueando levemente.

—No atiende, cariño. —Él camina sin parar, atravesando nuestra sala por enésima vez.

Hice un buen trabajo, ambos me creyeron e ignoraron las divagaciones de Emma. Al menos tuvo la suficiente inteligencia para detenerse cuando comprendió que debía permanecer callada, nadie iba a tomarla en serio. Velle Tenebris es un cuento, una fantasía oscura que ningún adulto racional vería como cierta, por ello decidí mentir. Y ojalá hubiese sido suficiente, pero ningún ladrón se va sin llevarse nada, así que me vi obligado a cometer el acto más estúpido: robarme a mí mismo. También hurté objetos con escasas vidas útiles, así la pérdida sería mínima.

Todo fue al contenedor de basura.

Aunque no era necesario tomarme tantas molestias, resultaba ser la mejor alternativa. Eleanor infartaría si supiera que presencié un asesinato, Dante se quebraría al deducir que el homicida venía para terminar su trabajo. Más aún si descubrieran cuál incierto será mi destino: Velle regresará, lo sé. No recuerdo qué ocurrió o cuándo se marchó, perdí la conciencia, sin embargo su última amenaza todavía logra llenarme de una inusual anticipación.

—¿Hola? —El pelirrojo eleva la voz, esperanzado. Enseguida todo rastro de optimismo muere, cierta furia aparece—. ¡Maldita sea, me volvió a cortar!

—En pocos minutos vendrá la policía, amor. Lo importante es que nuestros niños están bien, nadie salió herido —le dice mientras mece al engendro que continúa sollozando, sentada en el sillón frente a mí—. Ella no responderá hasta el mediodía.

—B-Basil tiene razón. —Emma se recuesta contra la morena, temblando—. Mamá no me quiere.

Alza ambas cejas, desconcertada. No tarda en mirarme, esperando secretamente que esa mocosa esté exagerando. Tampoco exigirá una explicación, lo ignorará como siempre. Jackson, mi último psicoterapeuta, le dijo que no tengo filtros sociales y es negativo molestarse por eso. Sé cuánto desearía poder retarme, pero la culpa le impide hacerlo.

—Hannah te adora, solo no sabe cómo demostrarlo. —Entierra su rostro oscuro en los rizos pelirrojos, abrazándola.

—Tú sí sabes demostrarlo, tía —le responde más tranquila—. Basil también nos adora aunque diga cosas feas —susurra como si yo no pudiera escuchar, luego prosigue—: me protegió del monstruo, impidió que fuese comida.

—¿De verdad? —Hay un brillo conmovido iluminando sus ojos. Ella asiente con entusiasmo, recibiendo varios besos como respuesta.

A Eleanor le hará feliz aquella inocente mentira.

Niña inteligente. 

Mentes Frías |BL| ©Where stories live. Discover now