Capítulo 24

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Habían pasado unas semanas desde que Mario y yo regresamos de Madrid.
Fue un fin de semana diferente, tan diferente que acabamos en la cama juntos. No hubo arrepentimiento, esto sería un secreto que nos llevaríamos a la tumba. Ni él estaba enamorado de mí ni yo de él. Éramos solamente dos personas adultas con ganas de disfrutar, y eso hicimos, disfrutar follando.

Apenas había podido ver a Erik. A pesar de que lo extrañaba, sabía muy bien cómo tendría que ser nuestra relación. Jamás me perdonaría que también se sintiese culpable de no haber podido hacer nada para ayudarme.

Él actuaba conmigo diferente, intentaba acercarse a mí pero yo siempre ponía una gran barrera entre nosotros: Adrián.
Le di a entender que había vuelto con él. Tuve que inventarme una historia creyente cuando me preguntó y a su vez, inventarme una historia con Adrián para que viniese a verme.
Si, estaba siendo mala e injusta, pero Erik era una gran debilidad para mí. Era la persona que me quitaba la vida pero me la daba al mismo tiempo, en cambio yo para él, solo sería la persona que se llevaría la suya el día que muriese.

Los días pasaban entre estas cuatro paredes, yo casi estaba acabando la radioterapia y pensaba en mi operación. Me reconstruirían el pecho y todas las noches soñaba con el momento ese. El momento de quitarme las vendas y verme pechos otra vez. Por otro lado, Mario estaba mal. La quimioterapia lo tenía hecho polvo. El pobre no paraba de vomitar, tenía toda la boca llena de llagas, su pelo se estaba cayendo y él estaba sumergido en una gran tristeza.

Cada día me costaba más el animarlo. Alba vino a verlo y no os podéis imaginar la que se lió. Él gritándole que se fuese y ella llorando, rogándole que la dejara quedarse allí. Al final la cosa acabó con Mario llorando, encerrado en el baño y Alba yéndose a casa, también sumergida en llanto.

- Mario, ¿te apetece escuchar música conmigo?
- ¿Te importa que hablemos mejor?
- ¿Sobre qué quieres hablar?
- ¿Crees que Alba querrá venir a verme? -sonreí al ver que mi amigo estaba entrando en razón.
- Seguro que si. Sé que le encantaría estar aquí contigo.
- ¿Crees que debemos ser felices los días que nos queden? ¿Es justo que ilusionemos a otras personas? ¿Y que luego se queden aquí, llorando nuestra ausencia?
- Mario, cualquier persona puede morir. Incluso la persona más sana, puede un día salir de casa y tener un accidente con el coche. Y esa persona con la que está, también lloraría su ausencia. Incluso diría que lo pasarían peor. Alba sabe lo que te pasa, aunque no lo quiera, se va haciendo a la idea de que quizás pueda perderte. Por eso deberías disfrutar con ella. Que ella guarde los mejores recuerdos que ha podido tener contigo.
- ¿Le cuento que nos hemos acostado juntos?
- ¡Ni se te ocurra! Esto es algo que guardaremos bajo llave.
- ¿Iremos al infierno?
- Yo subiré al cielo con millones de pecados y rezaré para bajar al infierno. Dicen que se está mejor allí abajo. -ambos comenzamos a reírnos. Cuando se está enfermo, reír sienta demasiado bien.

Los días pasaban y Adrián venía de vez en cuando a verme. Cada vez que Erik lo veía, se podía notar en el ambiente que había tensión, y no precisamente sexual.
Adrián me contó que probablemente tuviese que irse a Portugal a trabajar. No hablábamos nada sobre nosotros, solamente de su día a día y del mío.

El doctor Esteller me visitó para fijar la fecha de mi operación. Sería en dos semanas y estuve yendo y viniendo con el tema de las pruebas pre-operatorias. Hubo un momento en el que Erik lo acompañó en su consulta. No os imagináis como me fui de la consulta cuando éste dijo que estaría el día de la operación.

Estaba en mi habitación, Mario estaba dormido y yo miraba fotos en mi ordenador. Ya era tarde y todo el mundo supongo que dormía porque no se escuchaba un alma aquí.

La puerta de la habitación se abrió y Erik entró despacio, en silencio...
Iba guapísimo con un camisa rosa, ésta conjuntada con una corbata. Supuse que había tenido alguna conferencia para que fuese así de elegante.

- Erik, ¿qué haces aquí? ¿pasa algo?
- Buenas noches, Andrea. No pasa nada. Tenía ganas de verte.
- Esto no está bien, Erik. Te confundes y luego vienen los problemas, los arrepentimientos...
- Sé lo que siento, Andrea. Y me he dado cuenta que quiero estar a tú lado. -no me di cuenta de lo cerca que estaba de mí. Miró a la otra cama para ver a Mario.
- No te preocupes por él. Está enterado de todo.
- Andrea, sé muy bien lo que te dije y todo el daño que te he hecho pero, me he dado cuenta que me duele más estar lejos de ti.
- Esto es una locura, además estoy con Adrián.
- Sabes muy bien que no quieres estar con él.
- Ni contigo, Erik.
- Ven conmigo. Y ya mañana decides si quieres eso o no.
- ¿Dónde vamos?
- ¿Confías en mí? ¿Confías en Superman? -cerré mis ojos y solté un gran suspiro.
- Ese es el problema. Que confío tanto en ti que... -no me dejó acabar la frase, depositó sus labios sobre los míos. Dejando un dulce beso entre ellos y dejando su frente apoyada sobre la mía.
- Vístete, prepara una pequeña maleta con ropa de abrigo.
- ¿Dónde vamos?
- Para el doctor Ramos, tu padre y las enfermeras de aquí, te vienes conmigo a Pamplona.
- No entiendo nada, Erik.
- Les he dicho a todos que iremos a otro hospital donde trabaja un amigo.
- Estas loco, Erik.
- Estoy loco por recuperarte, Andrea.

Me levanté pidiéndole que me dejase unos minutos para prepararme.
Me acerqué a Mario y acaricié su mejilla para despertarlo.

- ¡Mario! ¡Mario! -este abrió los ojos de golpe asustado.
- ¿Qué pasa? ¿Estás bien? -miró hacia dónde estaba Erik. ¿Qué hace aquí? -susurró.
- Te lo contaré cuando llegue. Estaré un par de días fuera. Si alguien te pregunta, estaré con Erik en el hospital de Pamplona. Mañana te llamo y te explico.
- Ve con cuidado y disfruta, Andrea. No tengas miedo a nada. -abracé a mí amigo. - Te quiero, preciosa.
- Y yo a ti. Llama a Alba. Estoy segura que querrá venir.

Salimos del hospital casi a escondidas. Parecíamos dos ladrones intentando salir de un banco que acababan de robar.
Llegamos hasta su coche. Entré dentro y ese olor que tanto me gustaba volvió a colarse por mis fosas.

- ¿Dónde vamos, Erik?
- No seas impaciente. -se acercó y volvió a besarme, pero esta vez, yo le correspondí.
- Esto no está bien. Estoy con Adrián. -no era verdad, pero necesitaba escudarme en eso porque sino, caía en él y si lo hacía, me perdía para siempre.
- Ya te he dicho que sabes que no es así. Pero no hablemos de él. Disfrutemos de esto tú y yo.
- Está bien. -me acomodé en el asiento y cerré los ojos.

Cuando Erik me despertó estaba en el aeropuerto.

- Erik, ¿dónde vamos?
- A París, preciosa. A París...

Sólo tú puedes ayudarmeWhere stories live. Discover now