Capítulo 2: "Mary Manson"

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Le dolía la espalda. A pesar de todo lo acontecido la noche anterior no sentía nada raro en su mollera, no obstante había dormido mal. Aunque nada de ello le importaba lo más mínimo en ese momento, lo único en que podía pensar era en la sangre. Sangre en sus dedos, sangre en sus mejillas.

«¿Qué habrá sucedido?», se preguntaba confundida.

Se acercó al lago con las manos temblorosas para limpiar las manchas escarlata de su rostro cuando en la tranquila superficie vio su reflejo algo difuso. Efectivamente había sangre, y al observar sus ojos, un dolor similar al de horas antes invadió su mente. Tomó un poco de agua y se empapó la cara, acabando así con aquello. Sabía que debía ir a casa e informar a su madre de todo lo que le había sucedido.
Y eso haría.

Al parecer era mediodía, pues las calles estaban abarrotadas de gente y el sol quemaba como nunca. Estaba cansada y hambrienta, ¿qué más podía esperar luego de quedar inconsciente en la playa toda la noche? El aroma dulce proveniente de una chocolatería a su lado le hacía babear al igual que el de los puestos de comida rápida. Los automóviles que pasaban le hacían desear avanzar más rápido, pero no podía. De esa manera, paso a paso, llegó a casa.

Semia vio a su madre sentada en la sala inmediatamente luego de abrir la puerta. Ella tenía en una mano su teléfono y en la otra una bola para el estrés. Al escuchar a su hija, la mujer se incorporó y le lanzó una mirada enfadada pero repleta de preocupación.

―¿Dónde demonios estabas? ―inquirió Elena en un tono bastante elevado.

―En la playa ―contestó apenada―. Lo siento, creo que ayer me desmayé.

La madre se sorprendió y se acercó a Semia abrazándola.

―Estaba muy preocupada por ti ―murmuró― ¿por qué desapareciste?

La muchacha, incómoda, se alejó un poco de su madre y le respondió cabizbaja.

―Porque tú y Jokann estaban en medio de una pelea y yo... ―hizo una pausa para respirar― Me dolía mucho la cabeza, necesitaba paz.

―Tenemos algunos problemas como pareja ―se explicó entristecida, ella de verdad quería a Jokann―. Nada de lo que tú debas preocuparte.

Semia asintió sin mucha convicción.

―Como digas.

El silencio se apoderó del ambiente. Ninguna de las dos sabía qué decir, pero Elena cambió de tema para detener esa conversación.

―Deberías asearte. Puedo preparar el almuerzo mientras te duchas.

La chica veía a los ojos a su madre mientras ella le hablaba, se sentía mareada. Sin embargo al desviar la mirada se desvanecía aquel malestar, era muy extraño. Caminó hacia el baño y se despojó de la ropa que llevaba, para luego darse una gran ducha saturada de pensamientos y dudas.

Sabía que debía contarle a su madre acerca de la sangre, pero ni siquiera ella estaba segura de qué fue lo que en realidad le había sucedido la noche anterior. ¿Qué iba a pensar Elena? Quizá se imaginase un montón de tonterías y en realidad no fue tan grave; o quizá, en cambio, sí lo fue y ella no quería aceptarlo. Finalmente decidió decirle la verdad, después de todo ella no había hecho nada malo como para sentir la necesidad de ocultarlo. Solamente era sangre, ¿no?

―¡Mamá! ―gritó bajando las escaleras luego de vestirse otra vez.

―En la cocina, cariño.

La Mirada Où les histoires vivent. Découvrez maintenant