Capítulo 3: "Rostros grises"

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El doctor había cuestionado su cordura. ¿Cómo iba a saber si se equivocaba o no? Ella había pensado todo el día en ello y aún no podía hallar una explicación realista acerca de lo que le había ocurrido. ¿Era en realidad sangre o seguía soñando? Quizá se había confundido con el terrible dolor de cabeza que había sentido en el momento. Observaba sus manos incómoda. De haber sabido que el hombre respondería aquello, jamás le hubiese revelado a su madre todo lo que había sucedido.

Iba en el automóvil con Elena de vuelta a casa, ambas calladas por distintos motivos. Su madre no sabía qué pensar debido a lo que había dicho el médico.

«¿Qué habrá sucedido en realidad en aquella playa?» se preguntaba con la vista en la calle.

―Cariño ―habló la mujer finalmente dirigiendo unos segundos su mirada hacia la chica.

―¿Qué? ―inquirió observándola ella también, pero luego se arrepintió de haberlo hecho.

«Elena Niebaum» «38» «matrimonio» «Logan Powell» «una hija» «Semia Niebaum». Oía la voz de su madre más grave y profunda hablarle en murmullos.

―¿Qué dijiste? ―preguntó Semia a Elena.

―Te pregunté si estás bien.

―Ah, sí ―respondió confundida.

Las palabras en su mente volvían cada vez que su madre la veía a los ojos. «Depresión» «ruptura» «Jokann Ray» «noviazgo» «aborto». La muchacha desvió su mirada, no entendía qué era todo eso, estaba desesperándose. Las palabras se repetían una y otra vez en su mente hasta que ya no podía oírlas. Todo lo que decían era cierto, era su madre, exceptuando «aborto».

«¿Mamá abortó?», se preguntaba sin saber si aquello que oía era real o su mente una vez más estaba jugando con ella.





Tyr se hallaba en su pequeña habitación reflexionando cuando alguien tocó la puerta.

―¡Jackson! ―gritó enfadado― ¡Te dije que necesito estar solo!

La puerta se abrió y apareció frente a él una delgada figura femenina de cabello color vino.

―Yo no soy Jackson.

―Ruby...

«Ruby Jones» «17» «adopción». El chico se cubrió el rostro con las manos en un intento de evitar oír aquellas voces.

―Necesito estar solo ―siguió diciendo.

Ella hizo una mueca de enfado porque la había rechazado, pero luego recordó lo ocurrido. Él necesitaba descansar, por lo tanto, asintió sabiendo que él no quería verla y cerró suavemente la puerta, antes pidiéndole que le escriba de vez en cuando.

Pronto después Jackson le avisó que pasaría el fin de semana con sus padres y que volvería el domingo por la noche.

Estaba solo. Jamás había adorado tanto aquello.





Necesitaba entender. Llevaba un día y poco más sufriendo cada vez que su mirada chocaba con la de otra persona y aún no comprendía el por qué. Necesitaba hacerlo.

Lo que sí sabía era que en el Mariposa no hallaría respuesta alguna, pero aún así sentía que era lo más cercano a ello que tenía. Éste fue quién la acompañó en su sufrimiento desde el principio y debía ser quien le diese fuerzas para continuar combatiendo contra sí misma.

El sol comenzaba a descender y ella caminaba una vez más sobre la arena oscura cuestionándose cuál habría sido la causa de su problema.

«Nadie puede entender por lo que estoy pasando. Nadie quiere hacerlo», pensaba sintiéndose más sola que nunca.

El viento dejaba de soplar suavemente, lo que significaba que pronto comenzaría a llover. La chica decidió volver a casa, no quería preocupar a su madre otra vez.

Las calles se llenaban de gente y ella comenzaba a desesperarse;  todos caminando de un lado a otro dirigiéndose a sus destinos. Semia no sabía dónde mirar, todo le provocaba algún problema: la vista en el suelo le hacía chocar con las personas, observarlas le volvía loca y desde el cielo caían gotas de lluvia. Se sentó sobre una banca color ocre bajo un Fresno y cerró sus ojos conteniendo las lágrimas que le hacían sentir desnuda. Intentaba tranquilizar su respiración, pero sentía que todos la observaban, humillada. Comenzó a mover sus manos frenéticamente sobre sus piernas aún sin abrir los ojos queriendo disipar la ansiedad. Finalmente se puso de pie y caminó con la mirada hacia el frente ignorando las voces, o pretendiendo hacerlo. Quería ver más allá de la gente y su alrededor, quería ver nada.

Ahora las calles eran todas iguales. «Anna Willson»  «Victoria Elliot» «Dante Clare» «George Soar», sentía las voces llegar cada una proveniente de distintos cuerpos pero todas idénticas, no las dejaba quedarse en su cabeza mucho tiempo. Sabía que necesitaba soltarse de todo, desconcentrarse contando sus pasos, cantando una canción, y era tan difícil... Pero poco a poco lo lograba.

De pronto entre la multitud de rostros grises divisó un par de ojos negruzcos de los que no obtuvo algún dato, ni siquiera un nombre. El simple contacto con ellos le hizo estremecerse y sentir un profundo dolor en su cabeza que bloqueaba su mente. Lo intentó de nuevo, y una vez más sus miradas chocaron violentamente provocando que ambos se cubrieran los ojos y reprimieran un grito de dolor.

Semia siguió caminando muy confundida. No pudo despegar su cabeza de aquel chico de ojos de noche en el resto del día y noche. No entendía qué le hacía diferente a los demás, qué hacía que su mirada la atacara en vez de dejarse atacar por la de ella.





Allí estaba, en el mismo lugar que el día anterior, con la excusa real de ir a comprar su almuerzo. Pudo haber ido a cualquier lado, pero él tenía la esperanza de volver a encontrar a aquella chica de cabellos metálicos y ojos tan claros como el agua. Efectivamente allí estaba, sentada en una banca leyendo algún libro. Pudo observarla mucho mejor que antes pues ella no le devolvía la mirada.

«Ella es especial de alguna manera ―pensaba―. Es... diferente».

Entonces la muchacha sintió su presencia y lo vio. Se observaron el uno al otro intentando soportar el dolor, pero les era imposible.

Nada. Ni un solo pensamiento. Era como si ella fuese una hoja manchada: no podía leerla. Solamente obtenía dolor, el mismo que sentía al mirarse en un espejo, como si ella fuese una reflexión de sí mismo. Ya no sabía qué creer.

«Quizá debería hablarle, preguntarle qué siente. Tal vez ella entienda por lo que estoy pasando».

Se acercó dos pasos y las palabras no querían salir de su boca, se trababan. Él no era tímido, aquellas voces lo estaban transformando.

Hizo unos gestos con las manos sin saber qué hacer y luego se encaminó al puesto de comida rápida. Se perdió entre la multitud como escapando de ella.

Ya con el sándwich en la mano se devolvió decidido a intentar hablarle. Caminaba con la cabeza en alto y la espalda recta repitiendo en su mente las palabras precisas que utilizaría para dirigirse a la muchacha.

Pero ella ya no estaba allí.

La Mirada Where stories live. Discover now