15 Violet

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A la mañana siguiente me desperté temprano, todavía inquieta a causa del sueño que había tenido. Estaba aturdida y cansada, pero deseosa de levantarme antes de que regresaran los Varn. El sol se abría paso entre las nubes blancas y esponjosas, y el día parecía tener un toque veraniego... Por fin. Me preparé y salí de la habitación, sólo para frenar en seco cuando llegué a lo alto de la escalera. Me quedé boquiabierta. Los Varn habían vuelto. Pero no estaban solos. Retrocedí hacia las sombras y, con los ojos como platos, fijé la mirada en la pared de enfrente. «Tengo que volver a mi habitación y cambiarme.»

-Te he visto, Nena -se mofó una voz desde la parte baja de la escalera... Kaspar. Toda la compasión que pudiera haber sentido hacia él tras conocer el destino de su madre se evaporó con su tono arrogante. Gruñí-. No seas maleducada, baja.

De mala gana, me acerqué de nuevo al borde de la escalera. Vacilé al llegar al primer escalón y me rodeé la cintura con los brazos. El primero en levantar la vista fue Fabian, que sonrió. Al cabo de un segundo, otros veinte vampiros tenían la mirada clavada en mí.

La mayor parte eran hombres, pero también había unas cuantas mujeres, entre ellas Charity, que no dejaba de lanzarme miradas asesinas. Había vampiros de varias edades: algunos parecían tan jóvenes como Kaspar, otros parecían recién salidos de un ataúd.

Desde el piso de abajo me llegó un silbido de aprobación, y bajé la mirada para buscar su origen. Apoyado junto al último peldaño, había un hombre con el cabello rubio, enmarañado y bastante corto, la barbilla cubierta de una ligera barba de varios días y la piel de un extraño tono naranja pálido. Me miraba despreocupadamente, sin molestarse en ocultar el hecho de que se estaba fijando en mis pechos.

-Vaya, Kaspar, ¿quién es ésta? -Tenía acento norteamericano... un gran contraste con la pronunciación de los Varn, la característica de la clase alta británica.

-¿Quién es esa sanguijuela? -murmuré sin pretender que lo oyeran, aunque por supuesto que lo oyeron.

-¿La humana? -La voz del hombre se llenó de regocijo cuando se lo preguntó a Kaspar, que asintió-. Bueno, pues baja, entonces. Estoy seguro de que a Kaspar no le importará compartirte.

No iba a moverme, pero la mirada furibunda de Kaspar me hizo pensar lo contrario. No tuve que esperar mucho, pues su expresión se convirtió en un arma cuando leyó las letras de mi camiseta... Bueno de la camiseta de Lyla: LO SIENTO, NO BRILLO CUANDO ME DA EL SOL. PERO ¡ME FOLLARÍA A VAN HELSING AHORA MISMO!

-A la cocina. Ahora mismo -rugió. Señaló la puerta del salón y me siguió a través de ella. Se situó frente a mí en cuanto llegamos ante la encimera.

-¿Qué coño es eso? -Señaló la camiseta.

-¡Es de Lyla! -protesté.

Se apoyó contra la encimera y se pasó una mano por un lado de la cara.

-Ahí fuera está la mitad del consejo. ¡Y tú tenías que ponértela precisamente hoy! Dios, causas demasiados problemas.

-¿Los vampiros tienen consejeros...?

-Está claro. Acabas de tenerlos justo delante -replicó Kaspar-. Vete, vete ya. Pero tendrás que bajar a cenar más tarde. Ponte algo más agradable que eso. -Señaló mi ropa y me hizo un gesto para que me marchara.

Di un bufido y me marché. Volví a subir la escalera, pero a medio camino se me erizó el vello de la nuca y me sentí obligada a mirar hacia atrás. Alguien me estaba observando. En efecto, un joven situado en la esquina más apartada de la habitación estudiaba mi espalda con concentración. Tenía el cabello, largo y plateado, recogido en una coleta y un rostro extremadamente anguloso con los pómulos muy prominentes. No era feo, de hecho era bastante atractivo, pero tenía algo que lo hacía repulsivo. Tal vez fuera su pose: me miraba con los ojos entrecerrados y una expresión gélida. O quizá fuese su capa carmesí, del mismo color que la sangre. Me di la vuelta y me apresuré a llegar al piso de arriba subiendo los escalones de dos en dos.

Me dejé caer en la cama y golpeé el colchón para liberar mi frustración. Una cena con un vampiro. «Qué felicidad.»

**********

El reloj iba acercándose a las seis y, a regañadientes, salí de la cama, soñolienta tras la siesta. No había tenido intención de dormir, pero estaba sufriendo las consecuencias de los madrugones. Lyla ya me había preparado un vestido corto y marrón oscuro. Me lo puse, contrariada por lo pronunciado que era el escote de encaje.

No pasó mucho tiempo antes de que alguien llamara a la puerta. Pensando que sería Fabian, me levanté para ir a abrir. Pero cuando lo hice, tardé en reaccionar al ver quién estaba en el pasillo.

Era el vampiro de la esquina apartada del vestíbulo. Ahora tenía los ojos azules oscuros más grandes, más cálidos, y una sonrisa adornaba su rostro. Llevaba un traje negro con una corbata roja y el cabello suelto le caía sobre los hombros.

-Perdóneme, señorita Lee, pero me han enviado para acompañarla a la cena -dijo con voz suave.

Me sonrojé.

-De acuerdo. -Hice un gesto de asentimiento mientras trataba de pensar en algo que decir-. Eh... Deme sólo dos minutos, casi estoy lista -dije, y retrocedí y me dirigí a toda prisa hacia el vestidor.

-No hay problema -dijo a mi espalda.

Una vez en el armario, me dispuse a buscar un par de zapatos.

-¡¿Y quién es usted?! -grité desde el vestidor.

-Soy el honorable Ilta Crimson, segundo hijo de lord Valerian Crimson, conde de Valaquia. -Me sobresalté al oír su voz justo detrás de mí-. No se asuste, señorita Lee. No voy a hacerle daño. -Estiró los brazos y me rodeó las manos con las suyas-. Sólo tengo curiosidad por su más que intrigante futuro. -Sonrió de un modo demasiado encantador y le vi los colmillos afilados. Podría haber jurado que eran mucho más largos y puntiagudos que los de cualquiera de los Varn o de sus amigos.

En ese momento, Fabian apareció en la entrada y primero la sorpresa y después la rabia le cubrieron el rostro.

-¿Qué estás haciendo aquí? -exigió saber con la mirada clavada en Ilta.

Yo me fijé en nuestras manos, todavía unidas, y aparté las mías de inmediato.

-Estoy aquí porque el rey me ha enviado para acompañarla a la cena -contestó Ilta.

Fabian arqueó una ceja.

-Bien, pues Kaspar me ha enviado a mí. ¿Estás bien? -me preguntó. Me miró como si en realidad debiera estar temblando.

Asentí.

-Bueno, pues guíanos.

Que nunca amanezca -  ABIGAIL GIBBSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora