39 Violet

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Unos brazos fríos se cerraron en torno a mi vientre y, antes de que pudiera quejarme, estaba sentada en el regazo de Kaspar, con el volante clavándoseme en un costado. Me abrazó durante un segundo, apretándome contra su pecho. Sentí que una vena le latía en el cuello, pero no un corazón palpitante que indicara humanidad, un corazón como el que, justo en aquel instante, se me había acelerado en el pecho.

Mis palabras surgieron amortiguadas cuando protesté:

-¿Qué coño estás haciendo?

Me apartó un poco y me puso un dedo en los labios.

-Por una vez, quédate callada, Nena.

Sacudí la cabeza con la intención de decir que no, pero no lo conseguí. Sus ojos cautivadores me habían atrapado. Con la frente fruncida y expresión dolorida, cogió mi mano entre las suyas y comenzó a acariciármela con el pulgar, recorriéndome las venas.

-No puedo prometerte que todo irá bien, porque sé que no será así. No puedo prometerte que vayas a salir de ésta siendo aún humana, porque lo más probable es que no lo consigas. El tiempo se está agotando, y tendrás que tomar una decisión pronto. Tienes que elegir.

-¿Es que acaso tengo elección? -murmuré, aún perdida en su penetrante mirada.

Se encogió ligeramente de hombros.

-Tal vez.

Cerré los ojos y asentí con solemnidad. Su aliento frío me rozó la oreja y sus manos heladas me acariciaron mis mejillas ardientes y de color escarlata. Me colocó la cara frente a la suya y apoyó su frente en la mía. Fuera, el viento soplaba y las nubes permanentemente grises de Inglaterra volaban sobre nuestras cabezas. Dentro, el silencio era sepulcral y las sombras rozaban nuestros cuerpos.

-Nena... Violet -susurró Kaspar-. Debería haberte matado en Trafalgar Square. No lo hice. Y ahora te enfrentas a las consecuencias y yo... lo siento. Lo siento mucho -dijo con un colmillo mordiéndole el labio inferior.

Cogí aire e, instintivamente, me recosté sobre la mano que me acariciaba la mejilla.

-¿Desearías que estuviera muerta? Porque yo no.

-No.

Exhalé con fuerza y le quité la mano de mi cara. Tratando de contener las lágrimas, hablé:

-¿Por qué eres así? ¿Por qué me odias un instante y al siguiente parece que te importo? ¡Por el amor de Dios!, ¿por qué?

El colmillo le atravesó la piel del labio y la sangre brotó de la herida y se le extendió por la boca. Le cubrió la piel de una capa brillante, y el olor salado me hizo ensanchar la nariz, en parte asqueada, en parte intrigada.

Me eché hacia adelante y le acerqué las manos al cuello. Se lo acaricié con los dedos hasta enredárselos en el cabello oscuro. Me lamí los labios de anticipación al tiempo que las emociones prohibidas manaban a borbotones de mi interior y mi voz gritaba: «¡No lo hagas! ¡Todavía no eres una jodida vampira!»

Pero no me detuve. Lo único que me quedaba era el deseo de ser deseada, de ser cuidada, y aquello era lo que había encontrado en Kaspar durante un segundo.

No estábamos siquiera a un centímetro de distancia cuando me detuve. El corazón me daba saltos en el pecho cuando lo miré a los ojos, que durante un instante, un único y breve instante, pensé que se le habían puesto rojos; pero seguían teniendo su habitual color esmeralda cuando me puso las manos en la cintura.

Cubrió la distancia que nos separaba, y cuando sus labios se encontraron con los míos susurró:

-Soy así porque estoy tan destrozado como tú.

Y a continuación desapareció, con su sangre goteando de mis labios.

Sentí una corriente de aire frío en la cara y, al abrir los ojos, descubrí que ya no estaba dentro del coche. El viento me golpeaba el rostro y me agitaba el pelo como el viento agita las nubes de tormenta. Me apoyé contra la puerta y respiré hondo.

Me pasé los dedos por la barbilla y sentí que la sangre me manchaba la piel. Tuve una arcada y me fallaron las piernas cuando unos terribles sentimientos me invadieron el corazón. «¿Qué demonios acaba de pasar?» No podía creerme que acabara de intentar besarle. ¡Besarle!

Además, estaba sola, perdida en mitad de la nada. El coche estaba aparcado junto a un camino inmaculadamente cuidado y rodeado de un seto largo y bajo.

No tuve tiempo de fijarme en mucho más antes de que varios coches se detuvieran a mi espalda. Me di la vuelta cuando oí el sonido de los motores que se apagaban y reconocí los coches de los demás, que Kaspar había dejado atrás en la autopista. Fabian salió de su Audi y se acercó a mí a toda prisa para darme un enorme abrazo. Me desmoroné entre sus brazos, agradeciendo el consuelo que me ofrecían. Me estrechó con más fuerza aún, hasta que mi rostro quedó sepultado en su chaqueta y pudo susurrarme al oído:

-No pasa nada. No debería haberte dejado...

Asentí, y decidí que sería mejor no comentar que aquélla no era la causa de mi aflicción.

-¿Adónde ha ido Kaspar? -murmuré mirándolo.

Los ojos se le pusieron rojos.

-¡Estás sangrando! -exclamó.

Abrí mucho los ojos al recordar el líquido rojo y pegajoso que me cubría los labios y rápidamente levanté la mano para limpiármelo. Pero Fabian me cogió la muñeca y me detuvo a medio camino. Le rocé los labios con los dedos involuntariamente cuando husmeó el aire.

-No... No es tu sangre, ¿verdad?

Miré al suelo para ocultar mi culpabilidad. Si no era capaz de esconder la verdad, mucho menos de mirarlo a los ojos.

-¿Violet?

Sacudí la cabeza.

-Lo siento.

Oí el movimiento de sus pies, los susurros del viento y tres palabras desgarradoras.

-No lo sientas.

Levanté la cabeza. Su expresión era de inmensa tristeza, y tenía los ojos grises. Hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Asintió porque supo incluso antes que yo misma que ya había tomado una de mis muchas decisiones pendientes.

«He elegido a Kaspar.» Ni siquiera la mirada de traicionado de Fabian podría cambiarlo. Ni siquiera sabía qué significaba escoger a uno o a otro, pero tenía que hacerse.

Mientras pensaba todo aquello, Fabian se dio la vuelta y se alejó en dirección a Lyla.

Que nunca amanezca -  ABIGAIL GIBBSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora