OCHO:

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   Despierto sobresaltada.
   Abro los ojos y me encuentro mirando un techo extraño. Madera. Mi departamento no tiene el techo de madera. Me siento de golpe y lo recuerdo. Estoy en la casa del señor Lee. Me froto los ojos con la mano y miro alrededor. El sol ya ha salido, desde hace un buen tiempo, a juzgar por la inclinación de las sombras. Observo un poco más la vista que hay fuera de las puertas de cristal y después giro la cabeza hacia el otro lado. Me llevo un susto de muerte al ver al señor Lee sentado y dormido en el sofá, no muy lejos de donde estaba mi cabeza hace un minuto. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho y parece tan apacible que despierta ternura.
   Ternura? De verdad he utilizado esa palabra para describir al señor Lee?
   Creo que voy a tumbarme un poco más y esperar que mi cabeza esté al cien por ciento antes de pensar algo más.
   Apoyo la espalda en el respaldo y miro su rostro. Dormido se ve tan tranquilo y sereno; nada que ver con sus arranques demoniacos cuando está despierto. Ahora mismo el demonio que lleva dentro está dormido. El señor Lee es como un león: es apenas un gato grande, pero con el carácter de un verdadero felino.
   Hago a un lado el edredón, me levanto despacio para no despertarlo y lo cubro con él. El piso de piedra está tan frío como un bloque de hielo. Me apresuro a deslizar los pies dentro de las pantuflas y retrocedo. No puedo dejar de mirar a ese hombre. Quisiera... no sé... que no despierte. Me temo que todo va a ser distinto cuando abra esos hermosos ojos.
   Me alejo un poco más y trato de arreglarme el cabello con las manos, el cual debe estar hecho un desastre completo. Por las mañanas es una maraña que cuesta dejar decente. No me quiero imaginar el aspecto que debo tener ahora. Toda mi ropa está arrugada, me huele la boca y siento que aún no estoy del todo despierta. Lo que necesito es un buen baño.
   Me dirijo a las escaleras, las subo de dos en dos y entro en la habitación. Hay ropa sobre la cama. Es de hombre. La tomo. Un jersey negro de cuello alto y un pantalón deportivo que es bastante largo. Bueno, es esto o tener que ponerme la ropa del día anterior y que tiene todo el aspecto de haber pasado la noche bajo el trasero de un elefante.
   Voy directamente al baño, lleno la bañera, me desnudo y entro en ella. El agua está deliciosa. Cierro los ojos y suspiro. Esto se siente de maravilla. Abro los ojos y descubro que hay una botella de shampoo, otra de jabón líquido y una pastilla de jabón sobre el mueble del lavamanos. También hay un cepillo dental y un tubo de dentífrico nuevos. Sonrío. El señor Lee parece pensar en todo. Cuándo trajo todo esto a la habitación? Supongo que lo hizo después de que me durmiera.
   Cierro los ojos y trato de recordar las piezas de piano. No es sencillo. Con el sueño se me han borrado de la cabeza; es una pena, porque me encantaban. En especial la última que tocó.
   Agarro el jabón y el shampoo y me doy un buen baño. El shampoo tiene un aroma glorioso. Tengo que comprarme uno igual. Me lavo bien el cabello y me lo ato con una toalla. Tomo un albornoz blanco y me envuelvo el cuerpo con él. Vacío la bañera y me lavo los dientes dos veces seguidas antes de estar segura que mi aliento no va a acabar con la población mundial.
   Finalmente me visto. El jersey me queda holgado y me cubre las manos de tan largo que es, pero es abrigado y me encanta su aroma. El pantalón, por otro lado, me cae grande de todas partes, y me siento tonta con él puesto, así que lo descarto y recupero el mío. Tiene más arrugas que hace unos minutos, pero da igual.
   Y ahora viene la parte difícil: domar mi cabello. No he visto ni un peine ni una secadora por aquí, y eso me lleva a pensar que tendré que peinarme con los dedos, lo cual es igual a no peinarme en absoluto. Voy a la cama y vacío el contenido de mi bolso. No hay nada allí que me pueda servir. Hundo los hombros. Genial.
   ---Esto es perfecto, Ronnie---me digo. <Piensa, Ronnie, piensa.>
   ---Señorita Maddox?
   Levanto la cabeza. El señor Lee está en la puerta. La abrió él o yo no la cerré? Da igual.
   ---Buenos días---lo saludo.
   ---Buenos días.
   Su voz cada vez me resulta más maravillosa. Recuerdo cómo me levantó en sus brazos, la cercanía de su pecho, su aliento en mi mejilla, su voz en mi oído. Y después hay fragmentos de música tocada en el piano. Un torbellino de emociones me sacude el pecho. Quiero estar a su lado la próxima vez que toque el piano.
   ---Luces un poco...---él duda, como si no encontrara la palabra. Su mirada recorre el jersey que llevo puesto.
   ---Desanimada?---sugiero, acalorada por su mirada.
   ---Qué sucede?
   ---No es nada---aseguro. No tengo el valor para decirle la verdad.
   ---Segura?
   Asiento con la cabeza.
   ---Te he traído algo---dice él, y saca una bolsa de detrás de su espalda. Me la tiende.
   Es una bolsa grande. Cohibida, me levanto de la cama y me acerco despacio a él. La tomo de su mano. Pesa.
   ---Qué es esto, señor Lee?
   Él no responde. En cambio, da media vuelta sobre los talones y se aleja. Y ahora qué dije? Salgo al pasillo y lo veo bajar las escaleras. Sus manos estaban en los bolsillos y lucía más humano. Es así todas las mañanas antes de irse a la oficina?
   Regreso al interior de la habitación y abro la bolsa. Hay una gran caja dentro. Reconozco la marca y el contenido antes de haberla sacado de la bolsa. Una pequeña sonrisa aparece en mis labios. Piensa en todo, todo este hombre?
   Voy al baño, me quito la toalla de la cabeza y saco la secadora de su caja. Es de una excelente marca comercial, y mi cabello se siente bien sólo de verla. Saco un juego de peines que hay en el fondo de la bolsa, enchufo el aparato y hago magia con ella. Quince minutos después mi cabello está seco y presentable. Dejo la secadora a un lado  y me miro al espejo. Decido dejarme en cabello suelto. Hoy no tengo que ir a la oficina y no es necesario que tenga el cabello atado todo el día.
   Recojo la toalla y el albornoz y los tiro a la cesta de la ropa sucia. Voy a la cama y ordeno mi ropa, la meto en el fondo del bolso y le echo todo lo demás encima. Por un momento considero ponerme perfume, pero me agrada cómo huele el jersey, así que dejo el pequeño frasco a un lado y bajo.
   El señor Lee no está por ninguna parte. Hay una cafetera con café recién hecho. Me acerco y me sirvo una taza. El señor Lee ha dejado listas dos tazas blancas, más grandes que las que utilizó la noche anterior, pero igual de hermosas. Le agrego azúcar y crema a mi café y salgo a la terraza.
   El sol está casi en medio del cielo, lo que quiere decir que es cercano al medio día. Bebo mi café despacio y suspiro, inhalando el aire limpio y frío. Me gusta este sitio. Está tan lejos de todo lo demás que es como si estuviera en otro país. Es como si lo hubieran sacado de un libro de cuentos de hadas.
   Inhalo hondo y lo sostengo en el pecho. Si tuviera un lugar así sólo para mí, jamás lo dejaría. Se parece a un pequeño Edén privado. Salgo al césped y camino un poco por él, sintiendo el frescor de la hierba en mis pies. Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que anduve descalza por el césped. He dejado de hacer muchas cosas que antes me gustaban.
  Me acerco a la terraza y dejo mi taza de café sobre la mesa de junco tejido. Debería ir pensando en marcharme. No sé durante cuánto tiempo va a continuar soportándome el señor Lee. Me siento en la butaca más alejada y recojo las piernas bajo el cuerpo.
   Me miro las manos y me muerdo el labio. Me siento realmente a gusto con este jersey; tiene el aroma de él y eso me gusta aún más. Estoy loca? No he dejado de encontrar cosas buenas del señor Lee desde que estoy aquí. Me afecta estar tan cerca de él? Puede realmente tener tantas cualidades el señor Lee?
   Descanso la frente sobre las rodillas y trato de recordar si he sentido deseos de matarlo alguna vez en todas estas horas que han pasado, pero no encuentro nada. Me encuentro a gusto aquí y eso nubla mi percepción de las cosas. O es posible que sea todo lo contrario? Estaba ciega antes de venir a este sitio?
   ---Te sale humo por los oídos.
   Esa voz. El señor Lee va a terminar matándome algún día. Levanto la cabeza y lo miro. Lleva un pantalón blanco de algodón, zapatillas negras de marca y un jersey negro, bastante idéntico al que llevo yo. Aunque admito que a él le queda como un guante y a mí me hace lucir como un chico. No es justo que él se vea tan guapo, mientras que yo luzco ordinaria.
   El señor Lee se sienta en la otra butaca y deja sobre la mesa un plato con tostadas y pastas. Me gruñe el estómago. Miro su cabello mojado y el corazón se olvida de latir un par de veces. Está peinado de forma despeinada y se ve encantador. Luce tan joven con el cabello así. Me recuerdo que él es apenas un par de años mayor que yo. La primera vez que lo vi en la oficina me pareció poco más que un adolescente. Ahora sé que no lo es. Es un hombre.
   ---Gracias por la secadora, señor Lee---le digo, apoyando la mejilla en las rodillas para mirarlo.
   Él se encoge de hombros y empuja el plato hacia mí. Tomo una tostada. La vista del señor Lee está clavada muy lejos de aquí, allá en el bosque. Qué tan grande es este sitio, y cuánto le pertenece a él? Preguntas, preguntas, preguntas. Hay muchas de ellas en mi cabeza.
   ---Y lamento haberme quedado dormida en el sofá.
   ---Fue muy...---duda.
   ---De mala educación?---sugiero.
   Él niega con la cabeza.
   ---Fue... diferente.
   Me parece que esa no es una palabra adecuada para describirlo, pero decido no discutir.
   ---Espero no haber dicho nada dormida---pienso en voz alta. Hay muchas cosas que he pensado y sentido en estos últimos días y que no me agradaría que él supiera. Él ladea la cabeza, pero no me mira---. Ronqué?---le pregunto.
   ---No te escuché---responde.
   <Pues yo te escuché tocar el piano>, pienso. <Tocarías para algún día?>
   Giro el rostro y miro al frente, a algún punto entre aquí y muy lejos.
   ---Debo volver a la ciudad, señor Lee---digo, sin mirarlo.
   Él no dice nada. Espero, y no escucho su voz. Espero un poco más y después ladeo la cabeza. Está mirándome. Fuego y seducción en sus ojos. Mi corazón se acelera. Las puntas de su cabello comienzan a secarse y se rizan hacia sus mejillas. Me arden las manos al pensar en poder acariciar su cabello aunque sea una sola vez.
   ---Debo volver a la ciudad---repito, y esta vez lo miro a los ojos cuando lo digo.
   ---No te estoy obligando a irte---dice al fin.
   Lo sé. Aparto la mirada antes de que pueda ver en ella el pesar que siento por tener que irme. Estaría feliz si pudiera quedarme, si el mundo del exterior no existiera, o si al menos pudiera detenerse todo el tiempo que yo permaneciera aquí.
   Dejo la taza de café y la tostada y me levanto. Puedo sentir su mirada de fuego vivo en mí mientras paso a su lado y entro en la casa. El corazón se me acelera y me cuesta respirar. No quiero irme, pero tengo que hacerlo. Subo despacio las escaleras, voy a la habitación y tomo mi bolso. A mitad de la escalera veo al señor Lee, esperándome. Me obligo a terminar de bajar y me detengo a su lado.
   ---Gracias por todo, señor Lee---le digo, porque de verdad estoy muy agradecida con él. No tenía que recibirme en su casa y aún así lo hizo. Tampoco debía comportarse como un caballero y lo hizo. Cocinó para mí, me dejó quedarme a dormir y cumplió mi secreta fantasía de oírle tocar el piano. No podría estar más agradecida con él por eso.
   Me hubiera gustado decirle todo eso en voz alta. En cambio, paso junto a él y me dirijo al mueble donde tiene las pantuflas, me las quito y me pongo mis zapatos. Salgo de la casa. Hace un poco de frío. Me froto los brazos y bajo los seis peldaños de piedra. Busco la llave de mi auto en el bolso y la sostengo con dos dedos.
   Abro la puerta del auto y siento la presencia del señor Lee a mi espalda.
   ---Gracias de nuevo---giro y casi choco con su pecho. Respiro su perfume y levanto la mirada---. Hasta mañana, señor Lee.
   Él no dice nada, y no espero que lo haga. Me siento tras el volante y doy un salto cuando él cierra la puerta. Me muerdo el labio al tiempo que meto la llave en el contacto y la giro. El motor ruge al cobrar vida, y es casi como si protestara por permanecer tanto tiempo apagado. El señor Lee no se aleja del auto. Bajo la ventanilla y lo miro.
   Hay muchas cosas que quisiera decirle. Tantas, y aún así no me atrevo. Hay una barrera tan alta entre nosotros que difícilmente llegaremos a flanquearla algún día. Inclino la cabeza a modo de despedida y piso el acelerador a fondo, antes de que pueda encontrar cualquier absurda razón para quedarme un poco más de tiempo. Él se hace a un lado y se lleva las manos a los bolsillos del pantalón.
   Lo observo todo el tiempo a través del espejo retrovisor. En algún momento su figura desaparece, y lentamente dejo de ver la casa. Las farolas que la noche anterior iluminaron mi camino, ahora están apagadas. Llego a los altos portones y espero con impaciencia a que se abran.
   El mismo hombre de la noche anterior se acerca a mi auto y me saluda amablemente.
   ---Buenas tardes, señorita Maddox.
   ---Buenas tardes---le devuelvo el saludo, y piso el acelerador en cuanto el espacio entre los portones es más que suficiente para que pase el auto. Dejo atrás al hombre y acelero hasta llegar a la autopista. Está bastante despejada. Doblo y conduzco a una buena velocidad de regreso a la ciudad. Me toma una hora y treinta minutos llegar al estacionamiento de mi edificio. Aparco en mi plaza, recojo mi bolso y salgo del auto.
   Se siente muy extraño volver a esta realidad. Cierro el auto y me dirijo al ascensor. Busco la llave, la inserto en el panel, marco el número del piso y espero. Dios, realmente se siente muy extraño volver aquí. Es como si me hubiera ido hace siglos. Fue apenas la noche pasada? Ya no estoy segura.
   Las puertas del ascensor se abren y entro en mi departamento. Es el mismo y a la vez no. Le falta algo. Algo que no había echado en falta antes. Calor. Esa sensación de hogar.
   Tiro mis cosas al sofá y me acerco a los ventanales. Qué distinta es la vista desde aquí! Qué afortunado es el señor Lee por tener su casa muy lejos de la ciudad! Lo que daría yo por correr con esa suerte.
   Apoyo la frente en el grueso cristal y cierro los ojos. <Es tiempo de volver a tu realidad, Ronnie.>

HECHO EN EL INFIERNO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora