DIECISIETE:

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   Me golpeo la cabeza contra algo metálico. El piso de una camioneta, creo. Huele a aceite de motor, combustible y algo más, algo rancio que no logro identificar. Tengo una bolsa sobre la cabeza y me cuesta respirar. Tampoco logro ver nada a través de ella.
   El motor vibra al cobrar vida, y el corazón se me acelera, golpeando mi pecho de una forma bastante dolorosa. En cuanto el auto se pone en marcha, me golpeo contra algo. Gimo. Tengo las manos atadas a la espalda y las piernas sujetas firmemente la una contra la otra. Quiero gritar, y hay algo en mi boca. Adhesivo de pato. Lo odio, pues es el mejor para casi todo: entre ellas cubrirte la boca durante un secuestro.
   Me muevo. Algo me golpea el costado; parece la punta de una bota. Hay alguien ahí? Quién puede estar haciendo esto?
   Me sacudo. Alguien habla. Dejo de moverme y trato de escuchar por encima del ruido del motor. Es apenas un susurro, pero claramente es una voz. Una de mujer. Y sé qué idioma es el que está hablando. Se me hiela la sangre y me entra el pánico. Yoon Shin Hyen? Puede ser ella? Es capaz de hacer algo así? Entiendo que esté loca, pero secuestrar a una persona es algo diferente.
   Me sacudo una vez más. Me duelen los brazos y la cabeza por causa de los golpes. Gimo cuando el auto gira y doy vueltas sobre mí misma hasta quedar boca abajo. Un objeto me ha caído sobre las piernas y me lastima. Es algo pesado, de apariencia redonda.
   Al poco el peso desaparece y escucho la voz de dos hombres. No entiendo lo que dicen. La mujer responde, ellos vuelven a hablar y después me agarran de los pies y los hombros y me hacen girar hasta quedar de costado. Pataleo, me sacudo, pero las manos que me sujetan son fuertes y me lastiman.
   El auto gira dos veces más antes de detenerse con un frenazo en seco. Alguien dice algo, y yo sólo pienso en lo mucho que quiero vomitar. Escucho abrirse las puertas, y después un par de manos me arrastra por el suelo metálico de la camioneta y carga conmigo en el hombro. La bolsa que llevo en la cabeza no me deja ver absolutamente nada. Estoy mareada, asustada, aterrorizada. Quiero gritar, pedir ayuda. Quiero vomitar.
   En medio de mi temor, puedo percibir el aire salado. Lo siento antes que cualquier otra cosa. Eso me hace pensar que tal vez estemos cerca de algún puerto. A lo lejos se escucha el mar golpeando contra las rocas. Me sacudo sobre el hombro del sujeto que me carga como si fuera un costal de patatas. Lo escucho gruñir. Tal vez maldiga, pero no puedo estar segura.
   Me golpeo el estómago contra su hombro mientras camina con paso rápido hacia algún lugar. Finalmente se detiene y me suelta de cualquier manera. Me asusto al pensar que va a dejarme caer sobre el piso, y entonces aterrizo sobre lo que parece una silla. Me golpeo un dedo de la mano derecha y maldigo en mi interior. Eso va a doler después. Lucho por liberar mis manos, pero están bien sujetas con bridas plásticas y no hay modo de soltarme por mí misma. Para eso necesitaría un cuchillo. Mis pies están atados con adhesivo, posiblemente también de pato, pues no cede al luchar.
   La luz se hace de pronto cuando me arrancan la bolsa de la cabeza. Cierro los ojos un minuto y los abro despacio, acostumbrándome al cambio. Frente a mí hay un hombre, de unos cincuenta años o más. Tiene el cabello negro, lleva un par de gafas y sostiene la bolsa negra en la mano derecha. Me mira con asco, como si tuviera frente a sí a una cucaracha. Me esfuerzo por devolverle la mirada.
   Detrás de él hay dos enormes sujetos; deben ser sus guardaespaldas. Visten chaquetas negras y vaqueros azules, y sus rostros son poco amigables. Uno tiene una larga cicatriz rosa en la mejilla derecha. Se ve fea. Me pregunto cómo o quién se la hizo.
   Miro alrededor. El lugar es grande y está vacío. El techo es demasiado alto y las largas bombillas blancas no lo iluminan por completo. Parece una bodega o un depósito. Al fondo, demasiado lejos de mí, veo las puertas, anchas y metálicas. El piso es de hormigón y está muy sucio.
   ---Quítenle el adhesivo---le ordena a uno de los sujetos, con un marcado acento asiático.
   El de la cicatriz rosa se acerca a mí y me retira el adhesivo sin ningún cuidado. Lo fulmino con la mirada, pero él me ignora. Eso ha dolido mucho.
   ---Maldito!---le grito, pero él no se da por enterado. Mi grito crea eco.
   ---Eres todavía más vulgar de lo que creí---me dice el hombre asiático.
   En otro momento tal vez me habría sentido ofendida por sus palabras, pero ahora mismo me resbala lo que pueda creer de mí. Ni siquiera sé quién es.
   ---Quién es usted?
   ---Nadie---responde, tirando la bolsa a un lado.
   ---Desde cuándo <nadie> se interesa por alguien como yo?
   Él no responde. Me mira con evidente desprecio, como si no fuera digna ni de vivir. A sus ojos soy insignificante, algo menos que nada.
   ---Qué es lo que vio Lee Yong Suk en ti?---pregunta.
   La sangre se me congela. Lo miro bien. Esto no puede ser una casualidad. Es el padre de la maldita perra asiática! Nadie más podría mencionar el nombre del señor Lee en este momento. Todo esto es sobre él y la maldita de su hija.
   Ya no me extraña que esa mujer esté mal de la cabeza. Si su padre se presta para algo tan bajo como esto, es obvio que ella heredó unos cuantos de sus genes. Ambos son despreciables.
   No puedo controlar lo siguiente que digo:
   ---Sabe? Yo me pregunto qué fue lo que Yong Suk no vio en su hija.
   El hombre me atraviesa el rostro de una bofetada. El sonido también crea eco. Se me saltan las lágrimas y escupo sangre. En las películas, los golpes como este lucen menos dolorosos. Juro que no vi venir eso. Escupo otra vez. La sangre en mi boca sabe a óxido. Quiero devolverle el golpe.
   ---Mi hija es perfecta---ruge él, encolerizado.
   De nuevo no puedo morderme la lengua. Las palabras simplemente salen de mis labios.
   ---Sí. Perfectamente loca---digo, y le escupo a los pies.
   Otro golpe me atraviesa la misma mejilla. Más lágrimas salen de mis ojos. Escupo una vez más. Estoy llorando de dolor y de rabia. Nunca nadie me había pegado antes. Duele una barbaridad.
   ---Eres tan vulgar---sisea.
   Cierro los ojos un segundo, respiro y lo miro.
   ---Si no quiere ver mi vulgaridad, puede dejarme ir de una vez---le suelto.
   Él levanta la mano y yo me encojo, pero no llega a golpearme. Parece ser que se lo piensa mejor.
   ---Átenla a la silla---le ordena a sus hombres.
   Ambos se acercan, me rodean el pecho y el estómago con una soga salida de sabe Dios dónde, y me dejan fuertemente atada. Me cuesta respirar de tan fuerte que aprietan, pero sobreviviré.
   ---Vas a quedarte así un largo tiempo---dice el hombre como evidente amenaza, gira sobre los talones y se dirige a la puerta. Sus matones lo siguen en silencio.
   Qué? No puede estar hablando en serio. No puede dejarme aquí nada más e irse.
   De inmediato me entra el pánico.
   ---Oiga, no puede hacer esto!---le grito.
   Los tres desaparecen por la puerta, dejándome allí. Las luces se apagan, quedando todo tan oscuro como boca de lobo. Grito. Grito con todas mis fuerzas; grito hasta que se me desgarra la garganta y se me quiebra la voz. Al final, me doy por vencida. Nadie me va a escuchar desde allí.
   Me echo a temblar. Hay ruidos alrededor de mí. Podrían ser ratas. Las ratas muerden y se vuelven locas una vez que han probado la sangre.
   Levanto las piernas, pero las bajo a los dos minutos, cansada de sostenerlas en alto. Está tan oscuro que no puedo ver ni mis propias piernas. El corazón se me acelera y me duele respirar por causa de la soga alrededor de mi pecho. Además, estoy llorando. La garganta me duele una barbaridad y siento que mi mejilla ha crecido al tamaño de un balón de fútbol.
   Cierro los ojos, aunque no hace ninguna diferencia. La oscuridad es absoluta. Por qué tenía que pasarme esto a mí? Por qué yo, de entre todas las mujeres del mundo, tenía que entrar en la tormentosa vida de Lee Yong Suk? Si no lo hubiera conocido, esto jamás habría ocurrido. Pero, si no lo hubiera conocido, jamás me habría enamorado de él. Tal vez habría continuado viviendo sin saber lo que es estar enamorada de alguien que es capaz de darle un giro enorme a mi aburrida vida.
   No sé si las horas pasan en medio de esa oscuridad tan silenciosa. Parece que el tiempo se ha detenido, que esto va a durar para siempre, que nunca va a acabar. Me duele la espalda y la cabeza, me palpita un dedo de la mano derecha, me arde la garganta y siento que mi rostro se ha vuelto deforme por culpa de los golpes. Y ya ni siquiera me quedan lágrimas.
   Poco a poco el cansancio me vence y termino por dormirme. Es un sueño agitado, donde cualquier pequeño ruido me hace saltar. Si supiera cómo rezar, le pediría a Dios que se preocupara un poquitín por mí. No espero un milagro, sólo una ayudita. No dicen que él lo puede todo? Pues que me lo demuestre.
   Escucho ruido. Abro los ojos. No sé de dónde proviene. Y después la luz me golpea. Parpadeo.
   ---Vaya, qué horrible que te ves.
   Esa voz. Yoon Shin Hyen. Parpadeo de nuevo y la miro. Se ve inmaculada con su abrigo de leopardo, el pantalón negro de cuero y el cabello recogido en un moño. Su cara es tan hermosa como lo recuerdo, y está sonriendo, satisfecha de verme así de mal.
   ---Ahora me... parezco a ti. Dale las... gracias a tu... padre---le digo con mucha lentitud. Me duele demasiado la garganta para hablar.
   Ella finge que se ríe de mis palabras.
   ---Ay, querida. Eres tan graciosa---borra la sonrisa de su rostro---. Necesitas algo?
   Como si de verdad le preocupara yo o lo que puedo necesitar!
   ---Sí---digo, y ladeo un poco la cabeza---. Que te... mueras.
   Eso la hace enfurecer. Se me acerca y se inclina hasta quedar a la altura de mi rostro. Su caro perfume me golpea la nariz. Me esfuerzo por descubrir alguna arruga, mancha o imperfección en su rostro, pero la maldita tiene la piel como porcelana.
   ---Sigue así y vas a quedar irreconocible---me advierte.
   ---Qué te... preocupa? No tengo... dinero para... pagar por una... cara tan... falsa como... la tuya---respondo entre jadeos.
   Me golpea con rapidez. Simplemente no lo veo venir. Por suerte es en la otra mejilla, aunque de igual modo hace que todo mi rostro duela. Gimo, pero ninguna lágrima sale de mis ojos. Me felicito interiormente por ello, pero la verdad es que no sirve de nada.
   ---Tengo algo que te pertenece---canturrea ella.
   ---De verdad?
   ---Así es---sonríe, satisfecha de tener toda mi atención. Saca un diminuto bolso de debajo de su abrigo y extrae algo de él---. La reconoces?---pregunta, colocando una tela frente a mis ojos.
   La muy maldita!!! Esa es mi bufanda. Estaba en mi habitación hasta hace muy poco.
   Se me cierran los ojos por un segundo y me duele todo el rostro al sonreírle.
   ---Eres tan... patética---le digo, con un nudo de dolor en el pecho---. Una bufanda... como esa... se consigue... en cualquier... parte.
   Mi respuesta no parece agradarle mucho.
   ---Entonces, no te importa que le suceda algo?---pregunta en tono maligno.
   Se me encoge el corazón. Por supuesto que me importa!!! Es mi bufanda. Me la dio él.
   ---Da igual... lo que me... importe o no---respondo, ocultando el dolor.
   ---De verdad?---ella sonríe. Una sonrisa fría, calculadora. Ella es escalofriante---. Y qué me dices de esto?
   La veo sacar algo más del bolso. Lo reconozco de inmediato. Es mi sobre. Si tan sólo tuviera fuerzas para gritar o levantarme de la silla, la golpearía con fuerza por ser una maldita perra asiática. Está usando las cosas que más quiero contra mí.
   ---No me importa---miento, pero es más que obvio que no lo hago muy bien porque ella se ríe de mi vano intento.
   ---No sé por qué no te creo---dice, al tiempo que extrae algo más. Es un objeto pequeño y metálico. Un encendedor.
   Ella lo enciende y acerca el sobre a la pequeña llama amarilla. Uno de los extremos se quema, inundando el espacio de humo acre.
   Me muerdo la lengua para no gritar. Es una carta. Es una carta. Es una carta, me repito como una mantra. No me importa que se esté quemando. Es sólo papel y tinta. Lo importante es que me la he aprendido de memoria, y eso es algo que ella jamás podrá quemar. Pero aún así resulta doloroso verla arder.
   El sobre cae al piso y termina de quemarse por completo. El humo me hace toser, lo que causa que me duela más la garganta y me palpite la cabeza. Miro el pequeño puñado de cenizas y algo dentro de mí se rompe. Ciertamente era sólo papel y tinta... pero al ver en lo que ha acabado, hace que un fuerte instinto asesino se despierte en mí. Quiero sujetar a esa perra y darle una buena tunda, hacerla llorar de dolor y continuar hasta que suplique por su vida.
   ---Nada qué decir?
   Siento las lágrimas al borde de mis ojos. Respiro hondo y todo me duele.
   ---Acaba conmigo... de una vez---le pido---. Lee Yong Suk... jamás te querrá. No como me... quiere a mí---me regodeo. Sé que ella va a causarme más dolor, ya sea físico o emocional.
   Y no me equivoco. Me da otro golpe, este en la mejilla más lastimada. Veo puntos negros tras los párpados y una única lágrima resbala por mi mejilla izquierda y cae al piso.
   ---Lee Yong Suk no te quiere, ramera!---grita ella, furiosa.
   No tengo fuerzas para decir algo que la haga cabrear. No tengo fuerzas más que para cerrar los ojos y pensar en lo mucho que ella se equivoca. Por supuesto que él me quiere. Me lo dijo con aquel maravilloso beso en el aeropuerto, y lo expresó en la carta que ahora no es más que un puñado de  cenizas a mis pies. La maldita perra asiática podrá decir lo que quiera, pero nada cambiará el hecho de que él me quiere a mí.
   ---Lee Yong Suk---susurro en voz baja, como si él pudiera escucharme---. Eres mío.
   Yoon Shin Hyen me empuja hacia atrás y caigo de espaldas. Me golpeo la cabeza contra el duro suelo de hormigón y siento que todo me explota y da vueltas. No grito, no digo nada, sólo me quedo allí, con los ojos fuertemente cerrados. Pienso en él. Su rostro es lo último que veo antes de caer en un profundo abismo de dolor y oscuridad.

HECHO EN EL INFIERNO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora