Capítulo Siete contado por Lee Yong Suk:

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   Ha vuelto. Miro la mesa, asegurándome de que esté todo perfecto. No sé por qué quiero que esté todo perfecto. No me había sentido así de nervioso desde... desde hace ya mucho tiempo. Reprimo esos recuerdos y me acerco a una silla. La miro de reojo. Está asombrada al ver la mesa. Yo también lo estoy. No habrá sido demasiado encender velas? Las velas siempre dan una impresión equivocada sobre las cosas.
   ---Siéntate---le pido, retirando la silla para ella.
   ---Gracias---dice, se sienta y mira una vez más la mesa. La rodeo y me siento en la silla frente a ella. Quisiera saber qué está pensando en este momento---. Es mucha comida, señor Lee---comenta, colocando la servilleta sobre sus piernas.
   ---No tienes que comerla toda tú sola---le digo---. Has comido antes alguno de estos tipos de comida?
   ---No. Mi dieta es a base de pizzas y sodas---dice, y me parece que está algo apenada por tener que admitirlo.
   ---Eso no es muy saludable---murmuro, haciendo un mohín. Ella me mira con atención---. Te parece si te explico los nombres?---le pregunto.
   Ella dice que sí con la cabeza. Me mira fijamente mientras hablo y señalo cada uno de los tazones de comida. Me he esmerado en la preparación, y aún no comprendo por qué. Por qué quiero impresionarla? Por qué quiero que me vea diferente? Por qué he hecho todo esto por ella?
   Maddox mueve los labios, como si intentara pronunciar los nombres que le digo, pero su lengua se hace un nudo y no lo logra. Ella se calla y procedo a darle el nombre de mis comidas y bebidas preferidas, aunque sospecho que lo olvidará de inmediato. Hace un gesto de concentración, como si quisiera recordar algo, cualquier cosa de lo que he dicho.
   Y entonces lo escucho. Dejo de hablar y presto atención. Ahí está. Es el sonido del teléfono. Junto los labios para no decir una maldición. Ella arruga las cejas de un modo adorable y me mira.
   ---Señor Lee?
   ---Lo siento---me disculpo, dejando la servilleta a un lado y levantándome---. Iré a contestar el teléfono. Lo siento---vuelvo a disculparme.
   Sus cejas se arrugan más y sospecho que se está preguntando acerca del teléfono que sólo yo puedo escuchar. Debí haber desconectado ese aparato tiempo atrás.
   ---Claro. Adelante---dice ella a toda prisa.
   Dejo la mesa y subo la escalera, abro la puerta que está en el centro del pasillo y entro. Es mi estudio de trabajo. A la izquierda hay una amplia pared llena de estantes para mis libros, documentos y todo cuanto necesito y debo tener al alcance de la mano. En el centro está mi escritorio, lleno de papeles y plumas y cientos de cosas que no sé cómo han llegado ahí. Es un desastre. Es una réplica del que tengo en la oficina. Sobre él hay una lámpara roja de lectura, un pisapapeles que heredé de mi padre, y también está el teléfono. Suena y no deja de sonar mientras me acerco y lo levanto.
   ---Sí?---pregunto en mi idioma. No conozco a nadie extranjero que me pueda llamar a este número en específico. Ni siquiera la señorita Maddox posee este número; ella no sabe ni que existe. Es mi línea privada.
   Una voz de mujer dice algo. Es mi tía. Me apoyo en el escritorio y miro fuera por el amplio ventanal que está a la derecha. Desde aquí veo las luces de las caras farolas que mandé traer de Inglaterra hace un par de años. El patio trasero es mi sitio favorito de todo el lugar. Los bosques al fondo me permiten tener toda la privacidad del mundo en este sitio. Allí salgo a hacer mis ejercicios cada mañana, justo antes de irme a la oficina.
   La voz de mi tía me arranca de mis pensamientos cuando pronuncia ese nombre. Yoon Shin Hyen. Un escalofrío me recorre la espalda y me pongo recto de inmediato. Ese nombre jamás se pronuncia entre mi tía y yo. Está prohibido hacerlo. Yoon Shin Hyen es una parte de mi vida que he tratado de borrar desde... siempre.
   Mi tía continúa hablando mientras yo sólo escucho. Shin Hyen está muy cerca, y está decidida a lograr lo que su abuelo y mi abuela prometieron cuando éramos niños. La sola idea me causa repugnancia. Jamás, ni en todo un millón de años, ella logrará convertirse en mi esposa. Esa mujer nunca conseguirá estar cerca de mí, o de mi dinero, que es justamente lo que desea. Necesita mi fortuna para levantar el negocio de la seda de su familia, pero eso es algo que no va a lograr de mí.
   Furioso por saber que ella me ronda, golpeo la lámpara del escritorio y esta acaba convertida en pequeños trozos de cristal rojo sobre la alfombra. Sé que Maddox no pudo haber escuchado el golpe. Las paredes de esta casa son a prueba de sonidos. Nada se escaparía del interior de una habitación, ni siquiera aunque explotara una bomba atómica dentro. Ya lo he comprobado.
   Pateo un trozo grande de cristal con rabia.
   ---Mantenme informado---le pido a mi tía, y cuelgo.
   Esa mujer va a terminar acabando con mi paciencia dentro de poco. Pateo otro trozo de cristal rojo y lucho por contener la furia. No quiero espantar a la señorita Maddox si regreso a la parte baja luciendo como un desquiciado. Sospecho que ella me teme un poco, y no quiero darle más razones para que lo haga. Las marcas en su codo son demasiado dolorosas en mi mente, y no quiero volver a causarle algún tipo de daño nunca más.
   Respiro hondo, me tranquilizo, vuelvo a respirar hondo una vez más y dejo el estudio. Bajo las escaleras de dos en dos y me acerco a la mesa. Sé que tengo el ceño lleno de arrugas. No puedo evitarlo.
   Maddox se mueve en su silla.
   ---Está todo bien, señor Lee?---me pregunta.
   ---Sí, no te preocupes---aseguro, y me esfuerzo por dejar de fruncir el ceño. Me siento y vuelvo a colocarme la servilleta sobre las piernas. Ella me mira, y me gustaría saber qué está pasando por su cabeza. Me siento algo distraído, y ella se ve preocupada---. Dónde nos hemos quedado?---le pregunto.
   Maddox se encoge de hombros y lo entiendo. Ni su cabeza ni la mía están ahora mismo en los nombres de las comidas. No puedo culparla; eso ha sido por mi causa.
   ---Entonces, es mejor que comamos---digo, tomo los palitos y la miro. Hay algo en sus ojos cuando me mira. Son cientos de preguntas, pero también hay algo más, algo que ella nota en mis ojos cuando nos miramos---. Qué sucede?
   ---La llamada---responde---. No me ofendería que tenga que ir a alguna parte a esta hora. Yo sólo... tomaría mi auto y me marcharía a casa---añade, y se muerde ese maravilloso labio inferior. Lo ha hecho otras veces y deseo poder ser yo quien lo haga.
   ---Olvídate de esa llamada---le espeto con dureza. Respiro hondo, esperando calmarme, y me llevo las manos a la cabeza, tirando de mi cabello. Si no lo hago, terminaré golpeando la mesa con el puño, y no quiero asustarla---. Podrías... fingir que no he recibido esa llamada?---le pregunto.
   ---Es sólo que...
   ---Olvídalo, por favor---le pido, casi como un ruego.
   Algo en su rostro cambia. No sé qué pudo haber visto en mí, o no sé si fue el tono de mi voz, con una gota de súplica en ella, lo que la convence de dejarlo pasar. Deja de morderse el labio y trata de poner una pequeña sonrisa en su rostro.
   ---De acuerdo---acepta, y yo respiro aliviado---. Pero aún no me ha dicho qué es esto---añade, y señala uno de los muchos tazones.
   No recuerdo si ya le dije el nombre de ese platillo o no, pero no importa. La miro con agradecimiento. Le digo el nombre y ella me presta atención, mirando mi boca. Junto las cejas al querer explicarle algo. Sé que ella no va a entenderlo si se lo digo en mi idioma, y traducirlo al suyo es aún más complicado.
   Ella toma los palitos y prueba cada uno de los platillos. Su rostro muestra una abundante gama de emociones mientras come: asombro al probar algo que nunca antes había comido; incertidumbre al mirar alguno de los platillos y no saber con qué sabor va a encontrarse; curiosidad ante otros que parecen más llamativos a sus ojos. La observo beber agua después de comer de cada tazón. A este ritmo su estómago no soportará mucho.
   Al final ella parece complacida. No sé qué esperaba que esperara ella. Cuidé cada uno de los detalles en la preparación, me esmeré con los ingredientes y tuve especial cuidado con las cantidades.
   Terminamos de comer y ella me ayuda a llevar todo a la cocina, donde yo voy lavando y ella va secando con un paño que le he entregado. Tiene que preguntar dónde va cada cosa; se lo señalo: los tazones allí, los vasos arriba, los palitos por ahí. Maddox parece complacida con la armonía que compartimos en ese momento, y eso me complace a mí también.
   La miro de reojo al terminar de secar un tazón; cuando lo guarda en su sitio, yo le entrego un vaso. Ella parece distraída al aceptarlo, pero continúo lavando. Estoy pensando en lo que podría hacer ahora. Necesito mantenerla despierta un poco más. Quiero escuchar su voz llenando esta casa, llenando mis espacios vacíos, llenando todo con su presencia.
   Podría preparar un café, o quizás servir una copa de vino. Eso es: una copa de vino. Tengo ese elegante y carísimo vino guardado desde hace mucho tiempo, esperando ser abierto para una ocasión especial. Y esta lo es. No sé si algún día la señorita Maddox regresará a esta casa. Ella es la primera mujer que pone un pie aquí dentro desde que construí la casa; y ella será la única y última en hacerlo. Jamás podría permitir que alguien más camine por los pisos que ella ha pisado, o que toque el piano como ella lo ha tocado. No soportaría que su presencia sea borrada de ese modo.
   Escucho un ruido a mi lado y veo a la señorita Maddox dar un salto de sorpresa. El vaso que tenía en las manos se ha caído al piso y se ha roto en cientos de pedazos. Cierro el grifo del agua.
   ---Lo... siento---se disculpa ella.
   ---No te muevas---le ordeno.
   Le quito el paño de las manos y me seco las mías antes de echarme atrás con extremo cuidado. Hay mucho cristal sobre sus pantuflas, y no quiero que se mueva y se cause una herida con alguno de ellos.
   Me alejo hacia el extremo de la cocina, abro una angosta puerta junto a la despensa y saco la escoba y una pala plástica para la basura. Regreso junto a ella.
   ---No te muevas---le repito.
   Recojo lentamente todos los trozos de cristal con la escoba y los empujo dentro de la pala plástica. Siento la mirada de la señorita Maddox en mí, vigilando mis movimientos con atención. Termino de barrer todo, asegurándome de no dejar ni un sólo trozo cerca; incluso quito los que se han quedado sobre sus pantuflas. Y aún puedo sentir su mirada en mí; me quema la piel.
   ---Aún no te muevas---le digo una vez más.
   ---Ya no hay...
   ---No te muevas---le advierto, señalándola con el dedo.
   Me parece percibir que levanta las manos, como si esto fuera un asalto. Me dirijo a la puerta y agarro dos pares de pantuflas nuevas del mueble. Regreso y se las tiendo a ella. Sus ojos parecen preguntar: <Cuántas de esas posee, señor Lee?>
   ---Sotenlas, por favor.
   Ella las recibe de mis manos. Me acerco despacio a ella, esperando no asustarla con mi cercanía, y niego con la cabeza. Por qué hacer esto? Ella es perfectamente capaz de alejarse hacia el sofá por sus propios pies. No está herida ni nada parecido. Por qué?
   ---Señor Lee?
   ---Perdóname---le digo, y no lo pienso más cuando deslizo un brazo detrás de su cintura y el otro en la parte trasera de sus rodillas.
  La señorita Maddox da un pequeño grito, espero que de sorpresa y no de temor. La levanto en mis brazos con relativa facilidad. Ella se sujeta a mi cuello con un brazo, y siento el calor de su piel tan cerca de la mía. Su mano, la cual sostiene un par de pantuflas, me acaricia el cabello. Siento sus costillas pegadas a mi pecho, y siento el acompasado latir de su corazón al mismo ritmo que el mío, como si estuvieran conectados.
   Ella me mira a los ojos. Hay sorpresa en los suyos. Qué habrá ahora mismo en los míos? Su respiración se acelera y jadea. Su mirada recorre mi rostro, puedo sentirla en cada parte: sobre mi mentón, en mis patillas, en la línea recta de mi nariz y en mis ojos; incluso la siento sobre mis cejas y en mis pestañas. Es como si quisiera memorizar cada parte de mi rostro.
   Veo perturbación bailando en el fondo de sus ojos. Es por mí? Yo la perturbo? Si ella supiera lo que es capaz de hacerme sentir, se escandalizaría. Nadie debería saber lo que siento con respecto a ella.
   ---Em...---dice ella, insegura, como si no supiera qué decir en realidad.
   ---Quítate las pantuflas de los pies---le digo. Parece tomarle cierto tiempo asimilar mis palabras. Ella no es la única afectada con esta cercanía.
   Por fin sacude los pies hasta que ambas pantuflas caen al piso. Dejo la cocina y me dirijo al sofá, la dejo allí y me alejo, de regreso a la cocina. Mi corazón late a toda prisa; se siente como si en realidad tuviera un millar de baterías tocando todas al mismo tiempo dentro. Es casi doloroso.
  Tomo la escoba y la pala, tiro los cristales a la basura, así como también las pantuflas que llevo en los pies, enciendo la cafetera y llevo la pala y la escoba de regreso a su sitio. Saco la botella de vino de la cava y la coloco a un lado del fregadero, busco dos copas, abro la botella y la dejo respirar un momento antes de servir un poco en cada copa. Las agarro y me acerco al sofá.
   La señorita Maddox tiene las piernas recogidas y la frente apoyada sobre las rodillas. Ha dejado las pantuflas en el piso y parece respirar hondo. La escucho hacer un ruidito que parece un gemido y ladeo la cabeza. Qué está pensando? Mi cabeza ni siquiera es capaz de funcionar bien en este momento. Puede ella pensar algo?
   Ella levanta la cabeza y da un salto al darse cuenta de mi presencia. Se lleva una mano al pecho, como si obligara a su corazón a calmarse. Si yo pudiera hacer algo con el mío, ya lo habría hecho. La señorita Maddox levanta la mirada hacia mí. La sorpresa se refleja en sus ojos. Qué ha visto? Qué es capaz de ver en mis ojos? Qué es capaz de ver a través de mí? Me siento transparente junto a ella.
   ---Lamento lo del vaso, señor Lee---se disculpa, y luce angustiada por ese hecho---. No sé... No estoy segura...
   ---No ha sido tu culpa---le digo, porque de verdad lo creo. Fue un accidente. Y era sólo un simple vaso. Le tiendo la copa de vino. Ella la acepta.
   ---Gracias---dice, huele el vino y luego lo prueba. Creo que le ha gustado.
   Recojo un par de pantuflas y voy a sentarme al otro extremo del sofá. Su cercanía no me ayuda a despejarme bien. Ella baja las piernas y después las recoge en la posición del loto, ladeándose un poco hacia mí para mirarme.
   ---Este vino es delicioso---dice.
   ---Es de mis favoritos---comento; estoy mintiendo, por supuesto. No lo había probado antes, pero ahora sí será mi favorito en todo el universo. Sostengo la copa con la mano derecha y oculto la izquierda dentro del bolsillo de la chaqueta. No me he puesto las pantuflas y ella mira mis pies.
   La señorita Maddox parece estar llena de curiosidad. Aparta la mirada de mis pies y le da otro trago al vino. Cuánto es capaz de beber?
   ---Dime algo de ti---le pido sin pensar---. Algo que nadie sepa.
   No sé por qué le he pedido algo así. Es posible que sea porque quiero escuchar su voz. Ella traga el vino, como si necesitara tiempo para pensar en una respuesta. Tantos secretos posee?
   ---Iba a casarme---responde, y parece sorprendida por lo que ha dicho.
   Me mira. Sé que puede darse cuenta que estoy sorprendido por eso. Ella parece complacida con mi reacción.
   ---Qué pasó?---le pregunto, y mi mirada va hacia su mano. No hay anillo allí.
   ---La verdad?---pregunta, y asiento con la cabeza---. Me engañó---dice, respirando hondo. No puedo creerlo. Qué clase de hombre engaña a una mujer como ella?---. Lo encontré teniendo sexo con mi mejor amiga en la casa donde íbamos a vivir.
   Me sorprende que lo diga con esa naturalidad, como si dijera que el cielo es azul en verano o que no vemos la luna todas las noches. Y me sorprende la furia que se despierta en mi interior al saber que el sujeto con el que iba a casarse la engañó de esa manera tan... horrorosa y baja.
   Pero me sorprende aún más que ella no parezca furiosa o dolida o cualquier otra cosa al decirlo. Si iba a casarse con él era porque lo quería, porque esperaba compartir toda su vida a su lado, no? Al menos debería fingir que le duele, o decir que le odia. No sé, debería lucir como una mujer dolida por haber sido engañada.
   ---Lo lamento---digo, apurando la copa de vino. La vacío de un sólo trago y miro el cristal. Debería estar dolida por haber sido engañada? Debería siquiera sentir algo?---. Él te dejó, o lo hiciste tú?
   ---Yo lo hice.
   ---Ilústrame---le pido, interesado.
   La señorita Maddox termina el vino de su copa y la deja a un lado. Es como si temiera que acabe con el mismo destino que el vaso.
   ---Le tomé una fotografía---dice, y sé lo que significa---. La llevé a imprimir y se la envié junto al anillo de compromiso. Lo comprendió a la primera.
   Ese sujeto tendría que ser un completo idiota para no comprender algo así. Un mensaje más claro no podría haberle enviado la maravillosa señorita Maddox. Habría dado cualquier cantidad de dinero por verla en ese momento. Hace que me sienta orgulloso de ella.
   ---Te ha buscado después de eso?
   ---No. Y espero que no lo haga jamás.
   Me quedo en silencio; ella también. Qué siente al recordar lo que ese hombre le hizo? Lo amaba? Lo ama aún? Lo perdonaría? No sé por qué me molesta pensar en esa posibilidad. La señorita Maddox merece algo mejor que un perdedor que se acuesta con cualquier mujer a la primera y que pretende que todo continúe igual. Ella merece ser feliz. Debería serlo. Es una gran mujer. Es... perfecta.
   ---Lo... amabas?---pregunto, sintiendo que algo me estrangula al decirlo. Siento que la garganta me quema.
   ---Sí---responde, pero no parece convencida---. Es decir, por qué otra razón iba a estar con él desde la universidad?
   ---Por seguridad, simple compañía o apoyo.
   ---Amor?---ella no lo afirma, lo pregunta, como si no estuviera segura de que fuera una razón suficiente para estar con alguien durante años.
   ---Supongo que sí---respondo, encogiéndome de hombros y sin mirarla.
   Es qué momento llegamos a este tema? Me asombra que estemos hablando sobre amor, cuando somos unos extraños. Pero me sorprende que estemos hablando. La mayoría de las veces discutimos; yo discuto, si soy sincero. Ella discute porque no tiene otra alternativa. Yo la empujo a hacerlo. Es mi especialidad lograr que las personas se enojen; especialmente las mujeres. Y la señorita Maddox es propensa a dejarse llevar por todo lo que digo o hago. Y aunque mi propósito es ese, algunas veces desearía cortarme la lengua.
   Ella mira su reloj y sus ojos se abren enormes. Sé que es tarde. Lo vi en el pequeño reloj que hay en la cocina.
   ---Más vino?---le pregunto, poniéndome en pie.
   ---No, gracias. El alcohol no es lo mío.
   Tomo su copa vacía y voy a la cocina. Su mirada me abraza. Sé que me está mirando por detrás, y no es que me moleste, la verdad. Dejo las copas en el fregadero, tapo la botella de vino, busco un juego de tazas para el café y apago la cafetera. Me encuentro con las pequeñas tazas azules que eran de mi madre. Tomo dos, sirvo el café, le añado crema y azúcar al de la señorita Maddox y me doy la vuelta.
   Desde aquí puedo ver que se ha recostado al sofá y ha cerrado los ojos. Es posible que tenga sueño. Y yo me estoy comportando como un completo egoísta al querer mantenerla despierta el mayor tiempo posible. Sé que cuando ella se vaya a descansar toda la soledad que he cargado durante años volverá a apoderarse de mí. La señorita Maddox ha logrado ahuyentarla con su presencia en esta casa, pero cuando se marche, todo volverá a ser igual. Y eso me asusta.
   Agarro las dos tazas de café y me dirijo al sofá. Podría simplemente dejar su taza a un lado y sentarme a beber el mío despacio, contemplando su rostro. Pero soy demasiado egoísta y no quiero hacerlo. Siempre he sido egoísta y no voy a cambiar justamente ahora.
   ---Te has dormido?
   Ella da un salto y abre los ojos de golpe. Puedo ver su pulso latiendo a toda prisa en su cuello. La he asustado.
   ---Yo...
   ---Te he traído un café---le digo, tendiendo la pequeña taza azul hacia ella.
   ---Gracias---ella la acepta y mira la taza. Sé que es pequeña y que parece más una baratija que una verdadera joya, pero no dice nada al respecto. Bebe el café despacio---. Está muy bueno.
   No digo nada. Regreso a mi sitio y no la miro. Nuevamente puedo sentir su mirada quemando la piel de mi rostro. Soy consciente de que las mujeres me miran desde hace años, pero sólo la señorita Maddox logra que sienta su mirada, que sea plenamente consciente de ella en todo momento. Es algo que no me había sucedido nunca y que me sorprende y preocupa a partes iguales.
   ---Ya es otro día---le digo. Ella da un salto. No he probado mi café ni me he movido en ningún momento. Soy consciente de que ella aún me mira. La piel de mi rostro se quema.
   ---Eso parece---musita, nerviosa. Es como si temiera algo.
  No digo nada durante un tiempo, esperando que sea ella quien hable primero, que diga cualquier cosa. Ya es tarde y debería dejar que se vaya a la cama. Debe estar agotada. Yo lo estoy. Hoy ha sido un día realmente largo y doloroso para mí. He conducido hasta el cementerio donde están mis padres y les he llevado sus comidas favoritas a sus tumbas. Ha sido un viaje largo de ida y vuelta. Ha sido un largo día porque un año más he ido a visitar lo único que me queda de ellos. Cada año es igual. Ellos se fueron hace mucho tiempo, pero todavía me duele. Dejará de hacerlo algún día?
   Debería decirle a la señorita Maddox que puede irse a la cama, si quiere, claro. Debería llevarla a la habitación que le he designado y asegurarme que tiene todo lo necesario. Pero no lo hago; me quedo en silencio durante mucho tiempo. La señorita Maddox deja la taza del café en el piso, se rodea el vientre con los brazos y echa hacia atrás la cabeza, cerrando los ojos.

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