PRÓLOGO

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Brooklyn, Nueva York

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Brooklyn, Nueva York

Enero 1875

Era una noche gélida, propia de la época invernal de Nueva York. Dónde distintas ventiscas provenientes del norte trían consigo copos de nieve, haciendo regocijarse del frío a cualquiera que anduviera caminando por las oscuras calles del este de Brooklyn.

Pocos carruajes transitaban las calles ya, llevando a sus dueños a casa; puesto que eran cerca de las nueve de la noche y el cielo se había oscurecido por completo, trayendo consigo unas de las pocas iluminaciones que había en la gran ciudad: farolas, que con luz intermitente hacían su trabajo de mantener iluminadas las calles para que los transeúntes pudieran desplazarse por éstas. Entre ellos, uno muy reconocido y venerado por todo Nueva York, el señor Ellis Thompson.

Ellis, uno de los grandes magnates de la ciudad, caminaba hacia su casa tras pasar una agradable tarde en casa de su buen amigo, Frederick Hamilton. El joven Thompson era un heredero de la fortuna de su padre, por lo que a sus diecisiete años, ya era considerado todo un hombre de negocios que disfrutaba regocijarse en su gran fortuna y no desaprobaba la compañía que el dinero podía ofrecerle al rodearlo de gente igualmente rica, mucho menos frenaba el desfile de hermosas mujeres que se lanzaban a sus brazos para obtener una noche de pasión o para convencerlo de contraer matrimonio con ellas.

Pero, el jamás hubiera imaginado que, ni con todo el dinero del mundo, se hubiera salvado de lo que le estaba por suceder en la calle Water street, a tan sólo una manzana de su casa. Cuando a lo lejos vislumbró una oscura silueta, como si se tratase de un fantasma que se acercaba rápidamente a él, que de pronto se le erizaron los bellos de la nuca al escuchar los estruendosos pasos que aquella silueta tenebrosa emitía.

Conforme se acercaban el uno al otro, la silueta se hacía cada vez más clara, gracias a la incipiente luz que las farolas emitían, logrando así que Ellis permitiera relajar sus músculos, al darse cuenta de que no era más que una mujer con una capucha puesta por el frío que hacía en la calle, que llevaba un costoso vestido puesto; lo cual le pareció extraño a Ellis, ya que las mujeres de alta sociedad que podían permitirse pagar un atuendo de esos, no solían salir a solas a tan altas horas de la noche, por lo que mantuvo su vista fija en ella por la curiosidad que ésta le transmitía.

La mujer levantó la vista al sentir que no era la única transitando las oscuras calles de Nueva York a tan altas horas de la noche y sus oscuros ojos como el carbón se encontraron con los azules de Ellis, dejándolo en un completo estado de hipnotismo. Entonces, una fuerte ventisca logró sacarle la capucha del rostro a la misteriosa mujer, dejando a la vista su cabellera dorada junto a su impecable sonrisa que iluminaba más la oscura calle que las farolas.

Fue, en cuestión de segundos, dónde en un inesperado movimiento, la mujer logró acorralar a Ellis contra una pared de ladrillos de una vieja bodega para almacenar aceite de ballena, justo donde ellos transitaban.

El joven Thompson intentó, con todas las fuerzas que poseía, liberarse del potente agarre de la mujer, pero esta tenía una inexplicable fuerza sobrenatural que le pareció imposible zafarse.

—Tranquilo, no te haré daño, sólo promete no gritar —susurró con una extraña voz seductora la mujer en el oído de él.

Ellis pasó saliva sonoramente, logrando un gran movimiento en su manzana de Adán, producto del increíble estremecimiento que le provocaron las palabras de la mujer.

Rápidamente, comenzó a sentir como los labios de la mujer dejaban un pequeño rastro por todo su cuello, dirigiéndose hacia su oreja nuevamente, dónde su lengua recorrió toda la curvatura de ésta, antes de emitir las siguientes palabras:

—Dulces sueños, Ellis Thompson —lo cual dejó extrañado al chico.

«¿Cómo es que ésta mujer sabe mi nombre si jamás nos hemos topado en la vida?», pensó Ellis.

Y, mientras él pensaba en aquella inquietante pregunta, la mujer volvió a besarle el cuello; dónde segundos después, sintió un punzante dolor al sentir como se le encajaba algo justo en su arteria carótida, dándole paso al exterior a un rojizo líquido proveniente del interior de su cuerpo, el cuál comenzó a deslizarse a lo largo de su cuello y comenzó a manchar su pulcro traje de un color carmesí.

Ellis intentó gritar por ayuda, pero sus gritos no fueron emitidos gracias al agarré de la mujer sobre su cuello y a la herida que tenía en el mismo lugar.

El joven Thompson, gracias a la pérdida de sangre, comenzó a tambalearse y perder la conciencia, para, tras unos pocos minutos, perder el control y la fuerza de las piernas que sostenían su cuerpo y finalmente, caer desplomado al helado suelo de color blanco gracias a la nieve que caía del firmamento oscuro —ahora manchada por su sangre—, dónde en sus últimos minutos de consciencia, escuchó los pasos de la mujer alejarse, acompañados de una estruendosa y escalofriante risa que la misma emitía.

Después de eso, sus ojos se cerraron por completo, abriéndole paso a un inquietante color negro y a la expulsión del último de sus suspiros.


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