CAPÍTULO 2

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Entonces, suspiros llenaron el aire del aula ante la revelación del rostro del chico nuevo, atrayéndonos a su mirada gracias a sus hermosos ojos color azul, hipnotizando a cualquiera que se topara con sus increíbles globos oculares

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Entonces, suspiros llenaron el aire del aula ante la revelación del rostro del chico nuevo, atrayéndonos a su mirada gracias a sus hermosos ojos color azul, hipnotizando a cualquiera que se topara con sus increíbles globos oculares.

Pero así como parecía ser un chico apuesto, también debía tener cosas negativas, defectos y no dudaba que fuera un egocéntrico, cabeza hueca y mujeriego, como la mayoría de chicos con su aspecto físico suelen ser.

—Douglas, toma asiento junto a Joyce Bennet, que la clase está retrasada y no podemos perder ni un minuto más —pidió la profesora molesta, ante la pérdida de tiempo de su muy valiosa clase. —Señorita Bennet, levante su mano para que el joven Cox pueda ubicar su asiento.

Y siguiendo las órdenes de la Nazi, levante mi mano, a lo que rápidamente Douglas conectó su mirada con la mía y por esa milésima de segundos dónde nuestras miradas conectaron, sentí que un gran baño de misterio se avecinaba a mí y no estaba segura de si podría permitirme correr ese peligro.

—¿Así que tu eres Joyce Bennet eh? —Cuestionó Douglas cuando estuvo junto a mí y se preparaba para llenar el vacío asiento que minutos atrás pensaba quedaría solo por el resto del año.

El chico nuevo dejó su mochila en el suelo, junto a su pupitre y tomó asiento, para posteriormente extenderme su mano a forma de saludo, mientras yo asentía en respuesta a su pregunta.

—Me llamo Douglas. Douglas Cox. —Dijo, mientras nuestras manos se entrelazaban en forma de saludo y yo le mostraba una cálida sonrisa.

El almendrado tono de su piel contrastó rápidamente con el mío, que claramente era más claro y seguramente el bronceado de su tono de piel se debía al sol, un sol que raramente se vislumbra aquí en Portland.

Su tacto era gélido, como si en su cuerpo no circulara sangre, lo que permitiría regular la temperatura del cuerpo, lo cual me provocó un recorrido de escalofríos por toda mi mano y seguido por mí brazo.

El resto de la clase nos mantuvimos en silencio, y no por qué no quisiéramos hablar el uno con el otro, sino porque la profesora Harris no nos lo permitía, apenas escuchaba un ruido en el aula que no fuera su molesta voz y ponía sus fríos ojos sob...

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El resto de la clase nos mantuvimos en silencio, y no por qué no quisiéramos hablar el uno con el otro, sino porque la profesora Harris no nos lo permitía, apenas escuchaba un ruido en el aula que no fuera su molesta voz y ponía sus fríos ojos sobre ti, mandándote una mirada desaprobatoria.

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