36. Imperfectos.

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Ella me miraba divertida, yo la miraba embobada. El alcohol no me permitía mucho más que eso. Se acercó a mí sin dejar de sonreír, me agarró por la cintura, empezó a besar mi cuello, a acariciar mi espalda.

-¿Quieres que te ayude con la camiseta?-susurró contra mi oreja.

-Malú, estamos borrachas.-dije intentando frenar la situación.

-Me da igual.-dijo subiendo mi camiseta.

Mi camiseta no tardó en desaparecer al igual que mi intenciones de frenarla. Que carajo, yo también quería tenerla entre mis brazos. Los besos, las caricias y los suspiros se empezaron a descontrolar. Nuestra ropa hacía rato que había abandonado a nuestros cuerpos. Nos encontrábamos desnudas sobre mi cama, besándonos con intensidad, con la voracidad de quien vive sintiéndose libre, mis manos viajaban por todo su cuerpo con necesidad y ansia por sentirla todavía más cerca de mí. Mis besos fueron bajando hasta llegar a su cuello, lo mordía, lo succionaba, ella me apretaba contra su cuerpo, su respiración estaba descontrolada. Perdimos el control, nos perdimos, nos perdimos juntas, como antes, como siempre. Nos abandonamos al delirio, a la pasión. 

Cuando me desperté me encontré a la mujer más bella de este mundo abrazada a mi cintura, con los ojos cerrados, abandonada en brazos de Morfeo entre las sábanas blancas de mi cama que tapaban nuestra desnudez, su cuerpo bañado por la luz del día y su piel adornada por unos lunares que formaban constelaciones. Creo firmemente que no hay paisaje más bonito que ella. 

Me acerqué lentamente a su cara, le di un beso en la frente y me acerqué más, le abracé y ella empezó a moverse, abrió poco a poco los ojos, su cara al verme enrojeció, se miró a si misma y levantó la colcha.

-Va...Vane, ¿qué pasó anoche?-preguntó con cierto temor.

-Pues...-me rasqué la nuca, ¿en serio no se acordaba de nada?-Mh... ¿es obvio no?-respondí haciendo una mueca con la boca.

Se quedó en silencio, mirando a la nada, seria. 

-¿Te arrepientes?-pregunté rompiendo el hielo.

-No... No sé... Tal vez no esperaba que sucediera.-dijo pensativa.

-Pues la que vino a mi habitación fuiste tú.-dije mirándola.

-No recuerdo nada, Vanesa.-dijo clavando su mirada en mis ojos.

-Vane, no te lo vas a creer...-interrumpió alguien en mi habitación.

Era Melendi, entraba riendo, iba sin camiseta pero con el pantalón de chándal con el que vino.

-Hostia...-dijo al ver a Malú.-Esto, bueno, luego hablamos.-dijo marcándose.

Suspiré y la miré, ¿de verdad se arrepentía? No podía creerlo. Ella ni me miraba, miraba al techo. Ella tan confundida y yo tan enamorada, como siempre.

-Mira, cuando te aclares, llámame, de mientras, te agradecería que no me marearas.-dije levantándome de la cama. 

Escuché su resoplido, me vestí y bajé a desayunar con los demás. Todos me miraban, miré a Melendi y alzó los brazos, nunca cambiará. Ya lo había contado a los demás. No quise hablar, me preparé un café y me lo bebí en la misma cocina.

-Vane, ¿te ha molestado?-dijo Melendi entrando en la cocina.

-No, no es por ti, ni por eso.-dije dando el último sorbo al café.

-¿Y qué te pasa, malagueña?-dijo acercándose a mí.

-Malú.-dije y suspiré.

-Siempre es Malú, pero ¿qué ha pasado ahora?-dijo confundido.

-Está confundida, ahora no sabe si se arrepiente de lo de anoche.-dije mirando a la nada.

Me abrazó y mis lágrimas empezaron a brotar, tenía impotencia, rabia, dolor, el dolor que produce la espera eterna de algo que te confirme que tus sentimientos son correspondidos al 100%. Tenía miedo de que ella volviera a irse con él, que yo me quedara sola, queriéndola en silencio, como todo este tiempo. Como siempre. Y ahí estaba yo, abrazada a mi confidente de metro noventa y uno, a mi mosquetero, mi niño mimado. El que nunca falla. 

-Va, malagueña guapa, no me llores más. Dale un tiempo y ya verás como se aclara, y sino, nos vamos de fiesta a olvidar las penas.-dijo esto último sonriendo.

Me arrancó una sonrisa y me abracé de nuevo a él.

-Vanesa.-me giró al escuchar mi nombre.

Era Malú.


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